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Comúnmente cuando se habla de violencia en el fútbol se engloban distintos hechos que no pueden ni deben ser confundidos. Como punto de partida debemos distinguir entre la violencia de los cánticos saturados de agresiones verbales e insultos que funcionan en un plano simbólico y la violencia real que se encarna en agresiones físicas. Estas dos formas de violencia no son lo mismo; pocos, muy pocos, de los que entonan estos agresivos cánticos hacen lo que dicen. Es más, muchos de los que enfervorizados por la pasión futbolística se suman a estas brutales embestidas verbales, en otros contextos y ante otras personas se muestran decididamente contrarios a la violencia fáctica. Sin embargo, el plano simbólico permite apreciar un contexto específico, el del fútbol, donde se valoriza positivamente las prácticas y acciones que en otros espacios son negativas y condenadas. Existen vasos conductores entre estas dos dimensiones de la violencia pero sin duda no son lo mismo ni deben ser confundidas. Esta confusión, inocente o malintencionada, es uno de los pilares que sustentan la imagen de la violencia como barbarie, como un sin sentido. Toda acción social, incluso las prácticas violentas, tiene para sus actores significados determinados; desconocer estos sentidos no sólo hace que se confunda un fenómeno social con la barbarie y la locura sino que, también, impide trabajar efectivamente en la prevención.

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