INVESTIGADORES
THOMAS Hernan Eduardo
congresos y reuniones científicas
Título:
Panoramas desde el Puente: construcción del no-lugar en 'El Fantasma Imperfecto' de Juan Martini
Autor/es:
DANIEL ALTAMIRANDA; HERNÁN THOMAS
Lugar:
Tempe
Reunión:
Conferencia; Fosteriana 2001; 2001
Institución organizadora:
Arizona State University
Resumen:
Uno de los constituyentes de la cultura postmoderna es lo que denominamos 'traslación en el puente'. La metáfora del puente es una manifestación de un nivel de experiencia en el mundo, que pone en evidencia la problematización de la construcción del espacio en relación con la subjetividad. En primer término, hace falta diferenciar la cultura materna de la cultura del puente. La cultura materna es social, objetiva y ajena, sólo se personaliza de forma limitada. Ello quiere decir que cada individuo participa parcialmente en su construcción, debido a que la cultura es un hecho socialmente dado. La cultura del puente, en cambio, es un constructo individual y único, ya que se genera como proceso subjetivo a partir de un desplazamiento hacia el afuera de la cultura materna. En otras palabras, en cada cultura materna se instituyen lugares (el propio y el ajeno). El individuo es ciego a la codificación de su cultura originaria y, en consecuencia, a la no naturalidad de dichos lugares hasta que recorre la experiencia de vivir en otra cultura. Entonces, y a partir de un proceso heterogéneo y, en buena medida, aleatorio de asimilación parcialmente consciente y de naturalización de conductas que corresponden a las convenciones de la cultura ajena, las convenciones de su cultura de origen comienzan a trasparentarse de manera cada vez más lúcida. Así, esta nueva percepción cambia su vivencia de mundo. Como acabamos de decir, el punto de partida de este proceso de reconstrucción de la subjetividad se da con la incorporación de elementos de la otra cultura. Uno se des-enajena. De este modo, deja de haber un único referente cultural autosuficiente, 'plenamente' satisfactorio. La imposibilidad de satisfacción plena genera tensiones, que se constituyen en un motor segundo cuya participación en los procesos que estamos describiendo es crucial: la experiencia se vuelve irreversible, el individuo toma conciencia de que la vieja plenitud es inalcanzable. Sin embargo, en otro plano, surge una nueva modalidad de satisfacción, la conciencia del proceso y una gratificadora sensación de lucidez. Considerando desde otro ángulo este fenómeno, se pone en primer plano la tensión entre lo personal y lo comunitario, entre lo individual y lo social, tensión que predetermina formas diversas de identificación, desde la negación regresiva (cultura del ghetto) hasta la ex-posición gozosa al devenir. Tal vez para profundizar en el análisis de la tensión aludida, convenga revisar algunos roles tradicionalmente asociados con los desplazamientos espacio-culturales. Por una parte, existe la experiencia del 'turista', cuya visión del mundo es fotográfica. Sus mecanismos de asimilación y ordenamiento de la experiencia vital funcionan de forma descriptiva, a partir del uso intensivo de referentes culturales propios, y comparativamente. El turista, si cambia su concepción del mundo, lo hace en relación con la valoración de los productos de otras culturas más que mediante la inmersión y participación activa en sus procesos de producción. En segundo término, hay que especificar la experiencia de los 'viajeros'. A diferencia del turista, que por lo común se satisface en la acumulación indiferenciada de recuerdos en un álbum, el viajero textualiza su experiencia a través de registros jerarquizados, cuyos presupuestos y categorías responden a su cultura de origen. Así, los viajeros 'profesionales' (diplomáticos, exploradores, espías) no viajaban para recrearse sino para buscar información, información que era considerada como mercancía o útil. Frente a estos roles tradicionales, con el surgimiento de modos postmodernos de pensar, se conceptualizó un nuevo rol: el del transeúnte de no lugar (cfr. Augé). El no lugar es un espacio en el que no se verifica la acumulación histórica de sentido, característica del lugar propio del individuo, es decir, el espacio construido en su cultura de origen. En esta nueva topología, se hacen evidentes la fragmentación y discontinuidad de las unidades espaciales modernas. Con ello, el rasgo básico del no lugar pasa a ser su intersticialidad: entre los lugares 'plenos', conocidos, maternos surgen espacios de funcionalidad pura, cuya significación es transitoria. En síntesis, parece posible comenzar a hablar de dos clases de lugares: el que se habita y el que se transita. Finalmente, y sin espíritu de exhaustividad, postulamos nuestra metáfora del puente, que procura dar cuenta de otra dimensión de la experiencia espacio-cultural postmoderna. A diferencia de la noción tradicional de puente, que lo define como paso entre dos lugares, una conexión, un nexo, nuestra metáfora supone una toma de conciencia en el individuo que resignifica la palabra, a partir de la revelación de que, en términos de construcción de la subjetividad, la vivencia del puente cultural es irreversible. Dicho llanamente, una vez que se concibe como experiencia personal, no es posible el regreso, el único 'lugar' es el puente. Pensado de este modo, el puente es, al mismo tiempo, un espacio intelectual y emocional. En términos intelectuales, supone la confrontación de 'realidades' vistas tanto 'desde afuera' como 'desde adentro' y la formulación de un juicio desplazado. En términos emocionales, supone (re)apropiaciones y rechazos, es decir esfuerzos por expurgarse de los elementos de la cultura materna, por ejemplo la explicación de los hechos según criterios y convenciones preestablecidos. Hasta aquí hemos pasado revista a cuatro instancias de semantización que dan cuenta de las relaciones posibles entre sujeto y espacio. A continuación, y a partir de una novela del escritor argentino Juan Martini, publicada por primera vez en 1986, analizaremos cómo aparece esta problemática en una obra de ficción.