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¿Qué es lo que hace que una fotografía sea una fotografía? ¿su definición radica en el momento de ?disparar la cámara?? ¿en el proceso de fijar la imagen? ¿en su capacidad de trasladar al presente un cuerpo, un paisaje o un objeto del pasado al que se vincula por medio de una relación ?real?, analógica, de co-presencia entre el/la modelo o sujeto fotografiado y la tecnología utilizada para hacerlo? Las preguntas admiten distintas respuestas. Entre el momento de la fotografía y su testimonio, es decir la imagen fijada, se abre un proceso técnico y una multiplicidad de preguntas sobre el tiempo, la representación y el nivel de realidad. En este proceso se perciben hiatos, descalces, filtraciones. La distancia entre los distintos momentos del procedimiento técnico, entre las distintas perspectivas desde las que la fotografía puede elaborarse como proceso de conocimiento, han sido zonas fértiles para la imaginación artística, particularmente en el arte más contemporáneo. Sin embargo, no se trata de resolver problemas técnicos, sino de desplegar poéticas a partir de articulaciones del lenguaje fotográfico. Una fotografía puede ser un retrato. En principio, un rostro. Pero también un conjunto de referencias que nos acercan a la subjetividad del retratado. Una fotografía es también una imagen, quizás la imagen más certera en términos de documentación y problematización del tiempo. El contacto entre el momento de la fotografía y el de su contemplación funde, por un instante, ese pasado con múltiples presentes que se convierten en múltiples pasados (los de la imagen, los de la historia de sus contactos con quienes las vieron). Es, al mismo tiempo, una imagen que prueba. Ese sujeto, ese paisaje, ese momento, sucedieron. Este nivel de realidad parece imponerse sobre todas las preguntas intermedias (¿sucedió? ¿es esa persona y no otra que la representa? ¿existen esos paisajes, esos objetos, esas personas?). Pero, al mismo tiempo, qué es lo que hace posible que veamos lo que vemos en la fotografía. Existe en ella una tensión entre lo que permanence y lo que se borra, desaparece. Fotografías que no se fijan correctamente, en las que la imagen negocia su visibilidad con problemas químicos, fotografías sobre expuestas o quemadas por la acción de la luz. Existen también cuestiones de encuadre que las hacen más claras, más visibles o indeterminables. Ante la contemporánea hipertécnica digital que garantiza mayor definición o mayor capacidad de fijar el instante, los artistas, sobre todo los experimentales, demoran el poder de la imagen fotográfica introduciendo preguntas que se expanden hacia la biografía, el testimonio o la condición de memorial, potente en la fotografía. Exploran sus contradicciones, investigan su historia, activan sus procesos técnicos. Incorporan a la imagen fija y permanente la inminencia de la disolución, la reproducción por otros medios que les permite navegar los lenguajes y expandir los espacios intermedios (un film que parece una fotografía, una fotografía que se pone en movimiento en el film). La toma reproducida en el papel se dilata buscando generar experiencias vinculadas a distintas poéticas. Los casos en los que vamos a detenernos abordan procesos técnicos que ampliaron la imagen fotográfica desde preguntas que son, también, históricas. Los secretos de estas imágenes iluminan distintos momentos culturales. También perforan su transparencia al incluir aquello que los artistas buscaron activar al desordenarlas.

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