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Con Gregorio López Bravo al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores, la acción externa del franquismo adquirió un especial dinamismo que potenció la dimensión económica, con políticas orientadas a lograr una más plena inserción internacional. Un remozado neutralismo del régimen, caracterizado por la no injerencia en los asuntos internos de los estados, centró su interés en la convulsa América Latina cuyo descuido había producido un marcado desequilibrio comercial-, vislumbrada como un espacio al que se podía ofrecer un modelo de superación del subdesarrollo, que a través de la cooperación técnica y el incremento de las inversiones, se traduciría en la intensificación de la presencia española en la región.