INVESTIGADORES
CRENZEL Emilio Ariel
capítulos de libros
Título:
Las memorias de los desaparecidos en la Argentina
Autor/es:
CRENZEL, EMILIO ARIEL
Libro:
"Juicios por crímenes de lesa humanidad en Argentina"
Editorial:
Atuel
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2011; p. 267 - 286
Resumen:
Las memorias de los desaparecidos en la Argentina Emilio Crenzel CONICET/UBA/IDES             Los golpes militares y la violencia política tenían una larga tradición en la Argentina. Sin embargo, la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976 introdujo dos cambios sustantivos respecto a los grados y formas que asumió en el país esa intensa historia de violencia. En primer lugar, a diferencia de la represión estatal contra militantes políticos o sindicales, instituyó de manera sistemática la desaparición forzada de personas, un crimen político que condensaba una decisión estatal de exterminio. En segundo lugar, las desapariciones implicaron el ejercicio de una forma novedosa de la muerte por causas políticas, su práctica clandestina. Esta particularidad, distinguió, a la dictadura argentina del resto de las que, en los años setenta, se establecieron en el Cono Sur de América latina.[1]             Las desapariciones consistían en la detención o en el secuestro de personas, efectuado por personal militar, policial o de las fuerzas de seguridad, uniformados o vestidos de civil. Las personas secuestradas eran conducidas a lugares ilegales de cautiverio, los Centros Clandestinos de Detención localizados mayoritariamente en dependencias militares o policiales, donde eran torturadas y, en su mayoría, asesinadas. Sus cuerpos eran enterrados en tumbas anónimas, incinerados o arrojados al mar. Tras ello, el Estado negaba toda responsabilidad en estos hechos. ¿Cómo se ha recordado a los desaparecidos en la Argentina? ¿Qué representaciones sobre esta figura emblemática de la represión política han circulado en el país desde que se perpetrara el crimen hasta la actualidad?             Para responder estas preguntas las páginas que siguen parten de varias premisas. Por un lado, retoman la perspectiva teórica elaborada, en la segunda década del siglo pasado, por Maurice Halbwachs, quien fundó los estudios sociológicos sobre memoria social. Halbwachs sostuvo que los individuos no recuerdan de manera aislada, sino en grupos espacial y temporalmente situados que, mediante marcos específicos, otorgan sentido a sus experiencias. También, que el pasado no podía ser recordado a voluntad y en su totalidad, ya que su evocación implicaba procesos de selección a partir de los intereses y valores del presente. Desde entonces, la memoria comenzó a ser pensada en clave plural, dada la multiplicidad de grupos sociales, y el sentido del pasado abandonó su condición de “cosa” inmutable, susceptible a la aprehensión literal de la voluntad privada, para entenderse como fruto de la dinámica política y cultural y, por ende, de las luchas por dotarlo de significado. A partir de ello, se configuró la posibilidad de historizar la memoria social, esto es registrar y analizar sus cambios y continuidades a través del tiempo (Halbwachs, 2004a [1925]).             Por otra parte, en este artículo se retoman los postulados de Georges Didi Huberman quien confrontó con las ideas que postulan la imposibilidad de pensar y representar las experiencias de violencia extrema y a sus víctimas. Huberman señala que las perspectivas que niegan tales posibilidades absolutizan tanto la noción de irrepresentabilidad como la opacidad del horror y quedan, de ese modo, cautivas de aquél. Advierte, además, que en ningún caso la representación de un acontecimiento es total o plena. Por el contrario, siempre es parcial, fragmentaria e incompleta pero estas cualidades ni las propiedades del objeto tienen la capacidad de negar la imaginación, la palabra o la reflexión. (Didi Huberman, 2008: 37-57).             El caso argentino confirma que la memoria social conjuga cambios y continuidades que son fruto de las luchas políticas entre diversos actores, las cuales pueden ser examinadas históricamente, y rebate el supuesto carácter impensable, indecible e irrepresentable del horror y sus protagonistas. De hecho, la lucha por la interpretación de las desapariciones y de la figura de los desaparecidos comenzó simultáneamente con la perpetración del crimen y desde la restauración de la democracia en 1983 cobró un renovado impulso. Desde entonces, los desaparecidos han sido pensados, representados y evocados mediante una multiplicidad de vehículos: la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), investigó su destino y su informe Nunca Más lo retrató, el juicio a las Juntas militares, inédito en el continente, culminó con el castigo de sus máximos responsables materiales, y se sancionaron leyes de reparación a los familiares de desaparecidos y a los sobrevivientes de las desapariciones. También, la investigación de su suerte impulsó innovaciones en el campo de la antropología forense y la genética para determinar filiaciones e identidades y en la psicología para examinar sus efectos subjetivos. Asimismo, los desaparecidos fueron representados en la prensa, el cine, en la literatura realista y de ficción, en la televisión, mediante programas alusivos y novelas costumbristas, a través de la fotografía y la intervención artística. Por último, su evocación se incorporó al espacio urbano con la constitución de sitios de memoria localizados en lugares emblemáticos de las violencias de Estado pero también en otros espacios públicos como escuelas, calles y plazas; integra el currículo escolar, los textos de historia de la escuela media; recorre las prácticas militantes, es motivo recurrente de la información en los medios de comunicación y la agenda política. En síntesis, lejos de todo escencialismo, se sostiene aquí que fueron los contextos de enunciación y recepción, fruto de las confrontaciones políticas, los que modelaron los límites y las posibilidades de la evocación y representación de los desaparecidos en la esfera pública.