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Los conflictos sociales surgidos en Argentina a fines del siglo XIX, cuando sus principales centros urbanos fueron virtualmente desbordados por el aluvional arribo de inmigrantes europeos, obligaron a generar las primeras inflexiones desde el hegemónico poder ejercido por una ilustrada elite de liberales mayoritariamente adscriptos a un positivismo anticonfesional y de tono darwiniano. Signando estos replanteos, que alteraron la evolución gradual de un proceso de construcción de una nación moderna y "civilizada", que resolvía con mayor facilidad la implementación formal de las instituciones republicanas que el problema de la participación popular en su legitimación; se instala el "inevitable" avance democratizador de una sociedad que se masificaba aceleradamente. Sin embargo, antes que esto último adquiriera una efectivización legal y activa en el plano político nacional en 1912 y 1916, a partir de la implementación del sufragio libre y del consenso adquirido por la heterodoxa fuerza popular que encarnaba el radicalismo yrigoyenista, el dominante sector liberal desplegó sus intentos por superar la crisis de legitimidad en la que había entrado, sobre todo desde el crac de 1890, invocando a la identidad nacional o bien implementando acciones encuadradas en un reformismo político y social. Entre los intelectuales liberales activos en la Argentina del novecientos, la figura de Joaquín V. González representa una curiosa amalgama de la consecución de ambas estrategias, desde donde se propuso repensar el rol que debía cumplir el Estado para atenuar conflictos inherentes a la introducción de la modernidad en un país que, bajo la remanida premisa de "gobernar es poblar", atraía inmigrantes anárquicamente a sus grandes ciudades pero no lograba con ellos ocupar homogéneamente los vastos territorios obtenidos a expensas del exterminio de la presencia indígena.

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