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Resumen El conocimiento y el saber han marcado el camino de la evolución del hombre. Se justifica así que la educación haya constituido uno de los temas que más parece haber preocupado a las sociedades y quizás mucho más a la contemporánea. Casi a diario oímos afirmar que vivimos en la sociedad del conocimiento aunque la acción concreta de la sociedad no parece guiada por esas ideas. El modelo de globalización, excluyente, de competitividad salvaje y la posmodernidad con su discurso mass mediático, aportan confusión a nuestra juventud estableciendo una ezquizofrénica falta de delimitación de lo valioso para el desarrollo humano. Cambios en políticas educativas, en contenidos curriculares, en metodologías didácticas o en la incorporación de tecnología no han logrado revertir la pérdida de significación que las instituciones educativas han sufrido. Y si es cierto que educar es obtener lo mejor de uno mismo, es menester analizar los mecanismos motivacionales actuales de nuestra juventud para conducir a la obtención de su máximo potencial y el consecuente beneficio a nivel individual y de la sociedad toda. Habitar este nuevo mundo es ser capaces de inventar, también nosotros, nuevas teorías y prácticas. Es aquí donde el profundo desarrollo de ciencias como la psicología, la pedagogía, la filosofía y en los últimos años las neurociencias aplicadas a la didáctica (neurodidáctica) nos presentan claras razones y motivos para entender al aprendizaje, no solo como una actividad socializadora necesaria, sino también como un espacio para lo creativo, integrador, gozoso, en el que cada uno puede encontrar la manera de fluir con entusiasmo y verdadero sentido de autorrealización. El histórico desarrollo de estas ciencias constituye la fuente de inspiración para el desarrollo de un programa de motivación racional y estimulante para el alumnado que acompañe transversalmente el desarrollo curricular.