INVESTIGADORES
LAWLER Diego
libros
Título:
Una trilogía que importa: autoconocimiento, deliberación y engaño
Autor/es:
LAWLER, DIEGO; STIGOL, NORA; GIANELLA, ALICIA
Editorial:
EUDEBA
Referencias:
Lugar: Ciudad Autónma de Buenos Aires; Año: 2023 p. 140
ISSN:
9789502327709
Resumen:
La publicación de este libro es la culminación de una serie de reuniones de lecturas y debates que mantuvimos en la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (SADAF) a lo largo de algún tiempo durante el que revisamos, examinamos y discutimos una amplia bibliografía sobre un tema de larga data: el autoconocimiento (AC). Aunque hay diferencias entre los puntos de vista antiguos y modernos, el AC tiene una larga historia en la práctica filosófica. La filosofía considera que el concepto de autoconocimiento es crucial en dos aspectos. Por una parte, para ser un agente epistémico se requiere estar epistémicamente familiarizado con los propios pensamientos, sensaciones, experiencias perceptuales, propiedades físicas y acciones. De hecho, poseer esta intimidad epistémica es parte de lo que nos distingue como seres humanos frente a otros seres vivos. Por otra parte, el AC tiene un impacto directo en la vida de las personas: alguna clase de autoconocimiento es necesaria para alcanzar cierta sabiduría y llevar una buena vida. Estas dos intuiciones permean nuestras vida cotidiana (Renz: 2017). El AC constituye hoy un tema central en la filosofía de la mente. Si bien más recientemente diversas disciplinas científicas como la psicología, la sociología, la antropología y la biología han abordado también el estudio de estos tópicos aportando información empírica y reflexiones teóricas a las investigaciones filosóficas, nosotros nos enfocamos en las propuestas y en los debates filosóficos con especial interés en la filosofía contemporánea y, en particular, en los enfoques propios de la filosofía analítica de cuño anglosajón. A pesar de que hay un consenso casi generalizado en que el AC manifiesta cierto aire de intimidad e inmediatez y se distingue del conocimiento del mundo externo, continúa siendo un rompecabezas filosófico caracterizar con precisión sus rasgos propios. En primer lugar, debemos decir que la expresión “autoconocimiento” es una expresión ambigua con diversidad de acepciones que suponen distintas maneras de abordar al fenómeno que designa. Una de esas acepciones alude al conocimiento (o registro, captación o acceso) de nuestros propios estados mentales, esto es de nuestras propias creencias, deseos, intenciones, sensaciones, humores y un largo etcétera. Otras veces, con la expresión “autoconocimiento” nos referimos al conocimiento de nuestro propio yo, de nuestra propia existencia como individuos distintos y separados de los otros y de las otras cosas que pueblan el mundo. Así, nos preguntamos qué tipo de entidad somos. Muchas veces se han presentado ambas acepciones como fuertemente ensambladas. En efecto, se ha sostenido que el conocimiento de los propios estados psicológicos presupone la existencia de un yo que se atribuye esos estados, esto es, existe un yo que es quien cree, desea, se siente alegre o temeroso, etc. Otras muchas veces, también, se ha negado la existencia de un yo, y tal vez sea David Hume (1739) quien haya esgrimido los más conocidos argumentos a favor de esta negación. No solo no nos pronunciamos acerca de la compleja noción del yo, sino que tampoco proponemos o adoptamos una teoría de la mente en general ni nos pronunciamos en relación con el estatus ontológico de lo mental, como tampoco nos detenemos en los aspectos sociales, políticos y éticos que resultan de las maneras diversas de pensar el AC. Sin poner en duda el interés que cada uno de estos tópicos pueda tener para una teoría del AC, nosotros enfocamos nuestros trabajos en la primera acepción. Esto es, nos preguntamos cómo accedemos al “conocimiento” de nuestra propia vida mental, cómo sabemos que tenemos la creencia de que llueve, o que deseamos beber un buen vino o un café caliente, o que anhelamos hacer un viaje a la Isla de Pascua, cómo sabemos que nos sentimos alegres o temerosos, que somos generosos o egoístas, que disfrutamos una buena película o nos indignamos ante hechos de violencia. A menudo se sostiene que estamos en una mejor posición para identificar y conocer nuestra propia condición mental y, en ese sentido, se dice que gozamos de autoridad de primera persona. En qué consiste esta noción de autoridad es una cuestión que abre un rico e interesante debate entre las diversas estrategias filosóficas que se han ofrecido a fin de dar cuenta del AC. Si bien en innumerables episodios de la vida ordinaria nos mostramos seguros de lo que pensamos, deseamos o sentimos, es un lugar común bien documentado señalar que gran parte de nuestro autoconocimiento sustantivo ordinario es parcial y complejo; y también lo es señalar que mucho de lo que sabemos sobre nosotros mismos depende de otras personas y de inferencias relacionadas con el mundo que nos rodea y, por supuesto, muchas veces advertimos que estamos sistemáticamente equivocados respecto de nuestras emociones, pensamientos o deseos. Concedemos sin cuestionar que, en nuestra vida cotidiana, “sabemos” –en un sentido laxo de “saber”– qué es lo que aquí y ahora pensamos, sentimos, deseamos o tememos o, tal vez, sea más apropiado decir que en nuestra vida ordinaria (salvo en situaciones excepcionales) no nos preguntamos cómo es que sabemos qué es lo que pensamos o creemos ni cuáles son las razones por las que creemos aquello que creemos o deseamos aquello que deseamos. No nos preguntamos, tampoco, si conocemos exhaustivamente y de forma segura e infalible aquello que sucede en nuestra vida mental ni en qué medida somos nosotros los autores de nuestras creencias y pensamientos. Tampoco nos preguntamos (salvo en situaciones excepcionales) por qué algunas veces fabulamos historias para explicar nuestras acciones y nos engañamos acerca de lo que creemos o deseamos. Estas preguntas no formuladas en nuestra vida cotidiana son algunas de las muchas que giran en torno a la noción de AC y que, creemos, ameritan reflexión filosófica, y de ellas nos ocuparemos a lo largo de los capítulos que componen el presente libro.Asimismo, en ellos nos proponemos, por otra parte, caracterizar el fenómeno del AC y otros fenómenos que guardan vínculos estrechos con él, sea por cercanía o por oposición, tales como la autoignorancia, el autoengaño, la autoridad de primera persona, la autoría, etcétera. Además, presentamos y discutimos –señalando coincidencias, diferencias y dificultades– algunas de las tantas teorías filosóficas que se ofrecen para explicar el fenómeno en cuestión. Todas ellas, como veremos, admiten diversas versiones que en algunos casos son solo de detalle y, en otros, parecen reflejar posiciones distintas. Sobre el trasfondo de esas teorías sugerimos y proponemos nuestros propios puntos de vista. En el primer capítulo, Alicia Gianella propone tres estrategias para abordar el problema del AC. La primera consiste en diferenciar ciertos aspectos que requieren ser tenidos en cuenta a la hora de explicar el fenómeno del AC: cuestiones de hechos, aspectos teóricos, lingüísticos, históricos y evaluativos. La segunda estrategia afronta el problema analizando los dos conceptos intervinientes y sus relaciones en la noción de AC: el concepto de conocimiento y el concepto del yo (self, mente u otras). La tercera estrategia consiste en analizar, distinguiendo similitudes y diferencias, algunas nociones vinculadas al AC tales como las de autoengaño, autoignorancia, autoconciencia y algunas otras. En los siguientes tres capítulos, Nora Stigol presenta algunas de las principales estrategias teóricas que se han ofrecido a la hora de explicar la naturaleza del AC y su carácter especial. La idea que subyace a esta presentación es la idea de que un único modelo teórico de explicación no es satisfactorio, dada la amplia multiplicidad y heterogeneidad de los estados mentales que constituyen nuestra vida psicológica. En rigor, no resultan ser teorías alternativas sino más bien complementarias. En el capítulo 2, Stigol expone –señalando puntos de vista diversos y sus respectivas debilidades– las distintas versiones del modelo epistémico, heredero de la tradición cartesiana. De acuerdo con este modelo, el AC es concebido en términos de un logro cognitivo modelado sobre la idea de “mirar hacia dentro”, mirada que nos proveería de conocimiento de nuestros propios estados psicológicos. Frente a este modelo, el capítulo 3 presenta una posición alternativa que niega que el AC sea propiamente un tipo de conocimiento; el AC no resulta de una conexión cognitiva entre un estado mental de primer orden y uno de segundo orden, sino que se trata de una conexión constitutiva entre ellos. Cómo interpretar esta conexión abre un conjunto diverso de puntos de vista, algunos de los cuales son presentados y analizados en este capítulo. Las distintas versiones de este enfoque no epistémico suelen agruparse bajo los nombres de “Teorías racionalistas del AC”, “Teorías constitutivistas” y “Self-intimating Theory”. En el capítulo 4 se expone el modelo neoexpresivista en la perspectiva de Dorit Bar-On. El neoexpresivismo se aparta de la tradición cartesiana que explica el AC en términos cognitivos y, en cambio, parte y se centra en nuestra capacidad expresiva para emitir declaraciones autoatributivas acerca de nuestros propios estados psicológicos (“me siento triste”, “deseo asistir a la conferencia de mi colega”). Bar-On propone una manera de concebir el fenómeno del AC en términos expresivistas que, de acuerdo con Stigol, puede verse como una suerte de conciliación entre las dos estrategias teóricas vistas en los dos capítulos anteriores. El enfoque expresivista en la versión de Bar-On no descarta que la autoadscripción por parte del sujeto de sus estados mentales involucre alguna forma de conocimiento. En el capítulo 5, Diego Lawler discute el modelo de la autoría respecto del AC a partir de las elaboraciones propuestas por Richard Moran en su libro Authority and Estragenment (2001), donde se defiende la tesis de que el hecho de que una persona conozca o no lo que piensa tiene menos que ver con que goza de un acceso especial a su vida mental y más que ver con que lo que piensa depende de ella. Así, cuando una persona nos dice, por ejemplo, “Creo que mi pareja no me ha dicho la verdad”, no reporta un contenido de su vida mental, a saber, su creencia de que su pareja no le ha dicho toda la verdad; por el contrario, manifiesta abiertamente su resolución sobre un asunto, una resolución que, según Moran, expresa la autoridad de su razón sobre su propia vida mental. En el capítulo 6, Lawler explora el giro práctico que supone el modelo de la autoría desarrollado en el capítulo anterior (capítulo 5). La corazonada básica que se defiende sostiene que nuestra capacidad de autoconocernos está enlazada con nuestra capacidad de autodeterminarnos. Por consiguiente, las capacidades que están en juego son capacidades que dan cuenta de cómo nos hacemos racionalmente cargo de nuestras creencias y acciones en el mundo que habitamos con otras personas. Es decir, son capacidades vinculadas a nuestra condición de agentes. En el capítulo 7, Gianella se propone describir, definir y explicar el fenómeno del autoengaño recurriendo a distintas teorías de la mente. El uso de la lógica proposicional, que simboliza al autoengaño como “p y no-p”, y que hace uso de la noción de creencia, no ha llevado a consecuencias satisfactorias en el intento de explicar este fenómeno. Alicia Gianella explora, a lo largo del capítulo, las distintas alternativas que se han presentado para dar una explicación razonable a este fenómeno que, desde los inicios de la filosofía, ha generado gran perplejidad. El capítulo se cierra con un claro balance, que reúne a un conjunto de conclusiones y consecuencias posibles (algunas ya señaladas y otras no) que abren puntos de vista interesantes para seguir analizando el tema del autoengaño. Por último, el libro se cierra con una breve conclusión donde se recuperan los problemas discutidos y las tesis examinadas.