INVESTIGADORES
MOREYRA VILLALBA Beatriz Ines
libros
Título:
Miradas sobre la Historia Social Argentina en los inicios del siglo XXI,
Autor/es:
MALLO SILVIA.C- MOREYRA BEATRIZ I.
Editorial:
Centro de Estudios de Historia Americana Colonial de la Facultad de de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata,-Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti
Referencias:
Lugar: Córdoba; Año: 2008 p. 804
ISSN:
978-987-24227-1-4
Resumen:
Esta publicación colectiva que ponemos a disposición de los estudiosos de las realidades sociales pasadas pretende reflejar la situación actual de la investigación histórica en el campo de la historia social y trazar algunas líneas de indagación futuras en los inicios del nuevo milenio. Por otra parte, los trabajos que integran esta compilación proporcionan una visión sintética de los resultados alcanzados en las Primeras Jornadas Nacionales de Historia Social realizadas en La Falda, (Córdoba) los días 30, 31 de mayo y 1º de junio del 2007, organizadas por el Centro de Estudios Históricos Profesor Carlos S. A. Segreti y el Centro de Estudios de Historia Americana Colonial de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, en el marco de las actividades académicas previstas por los proyectos subsidiados por Conicet y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Concretamente, recoge las reflexiones de las mesas redondas y una treintena de trabajos seleccionados entre los presentados por un comité de evaluadores especialistas. Las jornadas, primeras en su tipo, y que contaron con 250 participantes (123 ponentes, 6 panelistas y 21 coordinadores) de diversas inserciones institucionales (UNC, UNLP, UBA, UNR, UNT, UNSa, UNLu, UNQ, UNMdP, UNCPBA, UNGS, UNTREF, UNCo, UDESA, USAL, UTDT) y centros académicos del exterior (EE. UU., Canadá, México, Paraguay, Uruguay y Chile), tuvieron como objetivo fundamental establecer un balance de la investigación y la producción en el campo de la historiografía social de los últimos veinticinco años y promover la reflexión y el debate sobre el estado actual de este campo de la investigación histórica, sus enfoques, perspectivas y potencialidades. Esta necesidad de convertir las prácticas, objetos y métodos de la disciplina en materia de reflexión, implica una toma de conciencia de los historiadores acerca de los problemas inherentes a su campo de estudio en una coyuntura signada por incertidumbres, crisis epistemológica y profusión y/o confusión de géneros. Esta problemática adquiere más relevancia en un paisaje y coyuntura historiográfica donde está muy difundida la impresión de que no es un buen momento para ser historiador social. La situación actual de la historia social difiere totalmente de la imperante alrededor de 1970 cuando Eric Hobsbawm hizo su famosa proclamación de optimismo sobre sus alcances explicativos. Por otra parte, la disciplina ha experimentado un acelerado proceso de expansión y especialización que modificó sustancialmente las temáticas, los abordajes metodológicos, las tendencias interpretativas y la erosión de los núcleos articuladores, por la fragmentación de temas y la aparición de metodologías innovadoras. Esto ha derivado en una producción historiográfica que ha crecido más en extensión que en profundidad y que ha dispuesto abrir una mirada de nuevos campos, más que renovar sus problemáticas fundamentales. Dentro de este contexto disciplinar, estas jornadas conformaron un espacio de discusión e intercambio de las investigaciones dedicadas a la indagación de las múltiples dimensiones de las realidades sociohistóricas, analizadas desde distintos campos temáticos y mediante diferentes metodologías y marcos interpretativos. Pero fundamentalmente, y de cara al futuro, aspiraron a centrar el debate en la identidad de la historia social, más allá de la innovadora historia socio-científica de las décadas de los ‘60 y ‘70, de los crecientes desafíos externos, de las dudas internas sobre los principios básicos del pensamiento socio-histórico, de los peligros inherentes a la autonomización del “giro cultural” y de ciertas manifestaciones idealistas del giro lingüístico de los años ‘90. En efecto, desde los años ‘70, la historia social experimentó trascendentales mutaciones, que implicaron el desgaste de la historia estructural, basada en grandes explicaciones y el uso casi exclusivo de métodos cuantitativos, en favor de los análisis de detalles y los enfoques microhistóricos, el descrédito del determinismo materialista y la exploración de nuevas vías para escribir una historia sensible al protagonismo de los hombres, la incorporación de la perspectiva de género o la creciente sensibilidad hacia los usos del lenguaje. La historia social contemporánea ya no ambiciona construir una teoría general de una ficticia sociedad total, tomando así distancia crítica de las aproximaciones macro-sociales prevalecientes en los ‘50 y ‘60; ahora, el objetivo es desarrollar una exploración de los fenómenos histórico-sociales en sus dimensiones experienciales y subjetivas. Las tendencias recientes en la historia social revalorizan la experiencia de los actores sociales -lo “cotidiano” de los historiadores alemanes, lo “vivido” de sus colegas italianos- frente al juego de las estructuras y la eficacia de los procesos sociales masivos, anónimos, inconscientes, que largo tiempo requirieron la atención de los investigadores. En otras palabras, las transformaciones de la historiografía en los últimos treinta años patentizan un desvío gradual de la necesidad a la libertad. Este movimiento acarreó, como ha afirmado Roger Chartier, varios deslizamientos fundamentales: desde las estructuras a las redes sociales, desde los sistemas de posiciones a las situaciones vividas, desde las normas colectivas a las estrategias individuales. La incorporación de estos virajes en la práctica historiográfica ha sido, sin duda, decisiva, pero algunas de las producciones históricas enmarcadas en los giros de los últimos años, sin negar la importancia de los estudios de lo cotidiano, regionales y locales, corren el peligro de opacar la consideración más amplia de la estructura y el poder social, relegando la síntesis interpretativa. Si bien estos lineamientos gozan de consenso entre los historiadores sociales contemporáneos, la historiografía social argentina transita una coyuntura paradójica: presenta todavía innumerables vacíos temáticos, temporales y regionales, pero al mismo tiempo adolece de una creciente balcanización, con cierto descuido, en no pocas ocasiones, del contexto social dentro del cual las acciones humanas adquieren significado, con menoscabo de las síntesis integradoras de los avances específicos en donde reside el verdadero metier de la Historia. El debate en torno a estas problemáticas y los desafíos futuros en la investigación histórico-social, creemos, ameritaron la realización de las jornadas y legitiman la presente publicación colectiva. La misma comprende las disertaciones de los especialistas invitados y las ponencias seleccionadas por el comité evaluador. Las contribuciones de los especialistas abordan aspectos centrales del debate identitario de la historia social contemporánea. En este sentido, Noemí Girbal se explaya sobre la relación inestable e históricamente cambiante entre la Historia y las Ciencias Sociales, señalando la actual ausencia de paradigmas hegemónicos, el avance del pluralismo y el desafío presente de resignificar las relaciones disciplinares entre la Historia, las Ciencias Sociales y las Nuevas Humanidades. Desde un recorte más específico, la disertación de Ricardo Salvatore clarifica conceptual y metodológicamente el alcance del programa de los Estudios Subalternos, sus principales contribuciones interpretativas y las interconexiones productivas entre esta corriente historiográfica y la historia social latinoamericana. Por su parte, las intervenciones de Eduardo Míguez y Nidia Areces abordaron el espacio de la historia social en la historiografía argentina y en los estudios coloniales respectivamente. En el primer caso, luego de pasar revista a las variaciones del campo profesional de la Historia, desde la Nueva Escuela Histórica hasta la etapa de la redemocratización de la sociedad, el análisis se focaliza en la valoración del lugar de la historia social, no a través de un relato evolutivo del campo disciplinar, sino por medio de la medición más precisa de su lugar en algunas colecciones de revistas académicas y de historia generales posteriores a los años ‘60. En el segundo caso, Areces destaca cómo el área de los estudios coloniales se constituyó en un campo de gran dinamismo en la renovación de la historia social contemporánea, renovación evidenciada en el interés por el estudio de las redes sociales, las formas de experiencia, la construcción de identidades y la compleja dinámica relacional que involucra horizontal y verticalmente a los grupos e individuos, aspectos nodales en el abordaje de la historia social de las últimas décadas que ha permitido reconstruir una mirada que refleja la complejidad social de la América colonial y de los mecanismos de gestión de las relaciones. Finalmente, la ponencia de Beatriz Moreyra reflexiona críticamente sobre los recorridos de la historia social desde su conformación como un campo de investigación con identidad propia, pero fundamentalmente se interroga sobre el futuro de la historia social más allá del impacto del giro cultural de las últimas décadas. En esa perspectiva, analiza la necesidad de un nuevo giro social en la construcción del conocimiento histórico que revalorice el contexto, después de la fuerte desmaterialización de la realidad que produjo la aproximación exclusivamente textualista de los estudios culturales. En otras palabras, plantea el desafío de resignificar el locus de lo social. Los trabajos específicos incluidos en este tomo, fueron agrupados en ejes temáticos que se entretejen en la urdimbre de la historia social como núcleos de abordaje con identidad propia y que, a su vez, testimonian el ensanchamiento del campo de las investigaciones socio-históricas de las dos últimas décadas y las líneas de indagación más transitadas. Por otra parte, dentro de este atractivo y complejo campo, estos núcleos temáticos seleccionados -historiografía, metodología y fuentes, el tejido social americano: los grupos étnicos en interacción, la religiosidad, las condiciones materiales de vida, el proceso de modernización: una mirada desde abajo, el mundo de los trabajadores, leyes, justicia y violencia y sociedad y política-, no sólo ponen de manifiesto los avances específicos en el conocimiento de diversas dimensiones de las sociedades pretéritas, sino que otorgan visibilidad a las innovadoras perspectivas de abordaje. En esta introducción privilegiamos este último aspecto, dado que los lectores tendrán a su disposición la versión completa de los trabajos. La preocupación por la autorreflexión profesional sobre las interpretaciones, corrientes historiográficas, discusiones teórico- metodológicas y las diversas prácticas de los historiadores, es percibible en el interés por prolongar el cuestionario historiográfico a facetas de lo social inexploradas anteriormente -como es el caso de la religión y la religiosidad- en la relectura y resignificación, con otros acentos metodológicos, de textos históricos que constituyen verdaderas fuentes de época, lo que ha permitido echar luz sobre aspectos opacados o poco contemplados en interpretaciones previas, en la resignificación de la biografía como el lugar ideal para percibir tanto la libertad de los agentes históricos como los mecanismos de funcionamiento de las sociedades y en el uso de fuentes no convencionales como las imágenes en tanto productoras de significados sociales y culturales. Un tema convocante que atraviesa las investigaciones socio-históricas contemporáneas es la insistencia en el carácter activo, reflexivo de la conducta humana; es decir, la necesidad de rehabilitar la acción individual y colectiva, la capacidad y límites de la racionalidad humana, las restricciones del contexto, las reglas y las prácticas. La nueva historia social por consiguiente no se apoya más en la constancia de los agentes, por la cual los tipos de comportamientos previsibles eran dictados por una lógica económica, sino sobre una sociología diferente de la acción. En lugar de persistir en la explicación de la sociedad como un todo, la historiografía que se abre paso a partir de los ‘80 opta por fragmentar el objeto de conocimiento y otorga al individuo la centralidad de su análisis. Con esta nueva perspectiva, la historia social busca recuperar lo que se escapa en los intersticios de las estructuras y carece de la densidad de los acontecimientos: las relaciones no económicas entre grupos de sujetos de caracterización variable, sea de género, de parentesco, de razas, de edad, de interés, las relaciones generadas por lazos de reciprocidad, las redes que conforman la identidad y las creencias, los vínculos trazados por la herencia y la tradición, las afinidades creadas por un lenguaje compartido, o formas, hábitos y prácticas sociales, las sociabilidades, la cultura relacional o el asociacionismo informal.[1] En otras palabras, convierte en objeto de indagación histórica organizaciones colectivas que no estaban tan formalizadas o institucionalizadas, pero que no por ello eran menos reales para la vertebración social. Por otra parte, se privilegia una historia que, como una exteriorización clara del giro humanista, otorga protagonismo a la experiencia en la construcción del conocimiento histórico y, en consecuencia, ha hecho de la indeterminación causal uno de sus más caros signos de identidad. Es decir, un abordaje donde importa menos la determinación sociohistórica y más la capacidad de respuesta del individuo: la resistencia a la opresión y a la injusticia, la utilización de los márgenes de cualquier sistema para avanzar en las aspiraciones naturales de libertad y bienestar, la necesidad permanente de construir identidades colectivas del género que fueran, la importancia del imaginario en las pautas de comportamiento social. Es decir, una historia que se interroga por los individuos, por sus motivaciones e interacciones estratégicas con el contexto que les rodea, aspectos descuidados por las explicaciones exclusivamente estructuralistas con un fuerte descentramiento del sujeto presente en la historia socioeconómica. Con esta revalorización de la agencia, una amplia corriente de nuevas historiografías -de afro-americanos, obreros, mujeres, inmigrantes, minorías sexuales y raciales, marginales, excluidos, entre otras- aparece  en escena con demandas alternativas y contradictorias. Y, a medida que estas nuevas historias interactúan con teorías sociales antifuncionales, el balance entre estructura y función es casi totalmente reemplazado por estructura y agencia. De igual modo, el significado de agencia emerge de la reconstrucción histórica de sus posibilidades y no de deducciones basadas en un mapa de estructuras sociales que acompañan posiciones del sujeto. Además, la resignificación del poder estructurante y transformador de la acción individual y colectiva conduce también al protagonismo de las operaciones locales y contingentes -de lo global a lo local, de lo macro a lo micro, de estructura a acontecimientos, de marcos únicos y excluyentes al juego de reciprocidades entre modelos teóricos y evidencias empíricas- en la construcción del conocimiento socio-histórico. Conjuntamente con la revalorización de la agencia, los historiadores sociales se acercan a lo político con una nueva mirada, considerándolo no como un subcontinente desconectado de la historia social, sino como un lugar de gestión de la sociedad global, descubriendo las dimensiones políticas existentes en muchas relaciones sociales que tradicionalmente habían sido abordadas desde otras ópticas. No menos importante en términos explicativos es el giro cultural experimentado por la historia social que pondera el potencial cognitivo del estudio de la cultura y produce un reacomodamiento de la causalidad, al considerar que las expresiones culturales deben ser exploradas como un elemento y un medio de la activa construcción y representación de las experiencias y relaciones sociales y sus transformaciones; es decir, como un elemento que modela las expectativas, los modos de acción y sus consecuencias en el hecho histórico y como factores en la estructuración del mundo social de la clase, la autoridad, las relaciones económicas y su transformación histórica. Estos decisivos virajes en la historia social contemporánea, atraviesan de una manera u otra los trabajos específicos. Un núcleo representativo de sugerentes investigaciones y de innovadores abordajes e interpretaciones, es el referido a la construcción y reconstrucción de las sociedades americanas en el período colonial, en las que se insertan múltiples y renovados actores en una sociedad profundamente jerarquizada, definida como multiétnica y multicultural, desde su misma configuración, en la que memorias de pasados diferentes e imaginarios particulares se entremezclan. En estas nuevas sociedades los originales y los inmigrantes forzosos se estigmatizan y se transforman en los “otros” y ello significa, no sólo la inferioridad en la escala de la consideración social, sino la pérdida y la búsqueda constante de su identidad. Una identidad reducida básicamente a la conexión con su sangre (grupo étnico) y con la tierra que habitan (sentimiento de territorialidad). La construcción jerárquica y multiétnica de esta sociedad colonial con atributos específicos de una organización social fuertemente desigual, conduce al análisis del accionar social de los sujetos históricos y sus redes de relaciones ubicándolos en las estructuras organizativas y vínculos de pertenencia de cada sociedad. Autoridad, integración, subordinación, derechos y obligaciones se legitiman al interior de cada grupo o corporación y, si bien dejan a todos lo sujetos integrantes de esta sociedad un margen de acción y manipulación de la normativa, radican el poder y el control social en las elites y corporaciones. Se configura así un sistema que permite la articulación fluida de la sociedad apoyado en dos ejes fundamentales desde los que se percibía y controlaba a los diferentes, a los pobres, a los excluidos y marginales: orden y poder. Los trabajos publicados corresponden al temprano impacto de la realidad sobre las poblaciones originarias étnicamente heterogéneas y sometidas a procesos de desnaturalización y desmembramiento en el siglo XVII. En dicho contexto se analizan y revisan las categorías correspondientes a su organización social en el proceso de construcción de identidades y se analiza el discurso de los dominadores encomenderos que legitima la escala ética de su accionar. Transcurrido el tiempo, se consideran las derivaciones de un prolongado conflicto interétnico en las fronteras aún existentes que demuestra la pervivencia de prácticas culturales que exigen, en el siglo XIX, atravesarlas. En el mismo siglo XVII, también se analizan los usos que la población hace de la justicia colonial, el patrimonio y la reproducción social a través de las redes de relaciones en la campaña bonaerense. Ya en el siglo XVIII, se indaga el accionar de la “plebe” participando en forma indiscutida del conflicto social y el quiebre visible de las relaciones de poder. Por último, la religiosidad de los pardos y negros que participan en las cofradías y el impacto de la reforma eclesiástica de mediados del siglo XVIII en las prácticas de vida de las comunidades de “monjas reformadas”, ponen de manifiesto diferentes formas de disciplinamiento social en el período tardo colonial. El análisis y comprensión de la sociedad y los fenómenos sociales desde las experiencias, las prácticas y las representaciones concretas de los actores sociales, en vez de hacerlo sobre la base de categorías sociales reificadas como estamento o clase, subyace en los trabajos dedicados a familia, mujer y género, las condiciones de vida material y el proceso de modernización. En el primer caso, la historia social, saturada de estructuras, jerarquías, modos de producción, sistemas, subsistemas, modelos -en fin, de la historia como un proceso sin sujeto-, ha desplazado la centralidad del análisis hacia el trabajador fuera de las fábricas, la mujer, las prostitutas, los marginales, los pobres, los bizarros guerreros medievales, los escritores y artistas oscuros que se fueron incorporando como temas conspicuos de la historiografía. Por su parte, a través de la indagación histórica de las condiciones materiales de vida -incluidos los usos de la ley y la justicia- los historiadores sociales, intentan reconstruir cómo la gente vivió los condicionamientos estructurales y las transformaciones del pasado a través de diversas estrategias individuales o colectivas, interesándose igualmente por las representaciones elaboradas por los diferentes sujetos sociales sobre esas experiencias vitales. En los estudios sobre la modernización, la distancia crítica con las aproximaciones macro-sociales condujo a analizar las formas concretas de despliegue y de particularización de esos procesos y tendencias macrohistóricos; es decir, se busca reconstruir, no los grandes procesos macro sino la mirada interna de las estructuras, procesos y patrones del análisis social -la experiencia diaria de la gente en situaciones y necesidades concretas de vida, a través de una sistemática descentralización del análisis y de la interpretación. Con esta estrategia de indagación, no solamente emergen datos más numerosos, más refinados, sino también organizados según configuraciones inéditas que hacen aparecer una cartografía diferente de lo social, como es el caso de la reconstrucción de las trazas de una modernidad prometida y evasiva desde los espacios claramente periféricos, pero no por ello menos reales. La revalorización del espacio de experiencia de los actores sociales tuvo otra expresión en la historiografía social en el estudio de las elites de poder y de otros grupos sociales con identidad política, como un terreno ideal de encuentro entre la historia social y la historia política, que se condice con la renovación y el nuevo énfasis por los estudios dedicados a los grupos dirigentes, que supera la perspectiva funcionalista de la prosopografía e indaga el proceso de “estructuración” que involucra no sólo a los canales de acceso sino a las recomposiciones, las conversiones y las tensiones internas. Finalmente, deseamos que estas diversas miradas sobre los procesos socio históricos pasados y este auto-examen profesional sobre la investigación misma y sus fundamentos, contribuya no sólo a acrecentar nuestro conocimiento sobre las realidades sociales pretéritas, sino también a establecer puentes y conexiones que permitan superar las historias microsectoriales sin visión de conjunto, como objetos de estudio en sí mismas y no como expresiones de una totalidad mayor; en otras palabras, incluir un nuevo giro social en la agenda programática de los años venideros que desemboque en una conceptualización integral suficientemente operativa, que evite que los resultados minuciosos permanezcan sin ser integrados en una visión más comprensiva de las sociedades pasadas. Por último, deseamos agradecer muy especialmente a los integrantes del equipo de historia social de Córdoba, Buenos Aires y La Plata que apoyaron la realización pionera de las I Jornadas Nacionales de Historia Social y la publicación colectiva, superando escollos y dificultades de diversa índole con un trabajo sistemático y creativo, especialmente a Fernando Remedi, Milagros Gallardo, Gabriela Parra, Silvano Benito Moya, María José Ortiz Bergia y Belén Portelli, sin cuya dedicación hubiera sido muy difícil lograr el impacto de la convocatoria. En segundo lugar, al Conicet que otorgó parte de los recursos financieros, a través de un subsidio para eventos científicos, para la realización de las Jornadas y solventó íntegramente la presente publicación. A la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica por su ayuda a través de los fondos asignados en el Pict 2004 al equipo de investigación arriba mencionado, a la Agencia Córdoba Ciencia por el otorgamiento de un subsidio y a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata por su ayuda económica. En tercer lugar, a los invitados especiales, a los coordinadores de mesas, a los ponentes, asistentes y alumnos que creyeron en la importancia de la convocatoria y la hicieron posible. En cuarto lugar, a la comisión encargada de la diagramación y corrección de la presente publicación. Finalmente, al Centro de Estudios Históricos Profesor Carlos S. A. Segreti que proporcionó toda la logística necesaria para la organización concreta de la reunión. No dudamos que esta obra colectiva, fruto de los historiadores sociales, se convertirá en un texto de referencia para todos aquellos que se interroguen acerca del desarrollo reciente de este campo disciplinar, con sus debilidades, potencialidades y asignaturas pendientes para explorar nuevas comprensiones sobre las realidades sociales pasadas y sus transformaciones. Beatriz I. Moreyra - Silvia C. Mallo                                                                                           [1] José A. PIQUERAS, “Historia social y comprensión histórica de las sociedades”, Carlos BARROS (ed.), Historia a debate, t. I, La Coruña, 2000, pp. 121-128.