INVESTIGADORES
BLANCO Daniel
congresos y reuniones científicas
Título:
Caperucita roja, el lobo feroz y la sombra de Pangloss en E. de White
Autor/es:
BLANCO, DANIEL
Lugar:
Libertador, Entre Ríos, Argentina
Reunión:
Simposio; III Simposio bíblico-teológico; 2004
Institución organizadora:
UAP
Resumen:
Recientemente, escuché de labios de un teólogo una crítica a E. de White en la que subrayaba su supuesta visión excesivamente optimista de la naturaleza, a partir de la cual la autora no reconocía su amoralidad. Este trabajo es una crítica a aquella acusación. Hasta poco después de la revolución darwinista, muchos teólogos (especialmente anglicanos ingleses) habían colocado a la naturaleza en una posición equiparable a la Biblia a la hora de establecer verdades religiosas (Toulmin y Goodfried [1968]), amparándose en los equilibrios ecológicos, y en las adaptaciones de los organismos a su rol concreto en la economía de la vida. Para todos ellos, las adaptaciones eran productos de una Deidad inteligente que había configurado al mundo y a sus habitantes de un modo que no pudiera sino culminar en una estabilidad que beneficiaria de los intereses humanos (y, en la hoy graciosa expresión de algún autor anglosajón: dado que Dios es inglés, en el beneficio específico de los ingleses [Ruse {1999}, 73]). De la extensa lista de obras publicadas en esta dirección (Robert Boyle [1627–1691] y John Ray [1628-1708] a la cabeza), se destaca la de William Paley, “Teología Natural”, que vio la luz en 1802. Fue justamente esta obra el gatillo decisivo que espoleó la publicación de los doce volúmenes de la serie “Sobre el Poder, la Sabiduría y la Bondad de Dios Manifestada en la Creación” (los tratados de Bridgewater). Para estos autores (cuyo sentir no era estrictamente homogéneo, sino con matices en sí mismos muy interesantes, vea el lector Gould [1999]), las maravillas del mundo natural ponían al hombre en contacto con Dios en dos sentidos relacionados, pero diferentes: no sólo evidenciaban la existencia del Creador; sino que también manifestaban su carácter. Por la naturaleza sabemos que hay Dios, pero también cómo es (Desmond [1982]; Mayr [1987], 104-105; (1988), 169-170, 186; Hodge [1988], 19-24; Gould [1997c]; Robles [2001]), es decir, poderoso, inteligente, y lleno de bondad. El reciclaje de la metáfora teofánica (utilizada también por Elena de White) de “los dos libros de Dios” ya no pudo detenerse, reabriéndose el debate patrístico respecto de cuál discurso corrige la imperfección del otro (Hess [2002]).