INVESTIGADORES
VARELA Paula
congresos y reuniones científicas
Título:
Ciudadania y alteridades
Autor/es:
PAULA VARELA
Lugar:
Facultad de Filosofía y Letras de la UBA
Reunión:
Jornada; IV Jornadas de historia de las mujeres y I Congreso Iberoamericano de Estudios de las Mujeres y de Género; 2000
Institución organizadora:
Instituto Interdisciplinario de estudios de genero
Resumen:
"...los ordenamientos que constituyen una sociedad capaz de actividad política, ya se traten de costumbres, instituciones, leyes o decisiones diplomáticas, son al mismo tiempo coherentes e incoherentes; forman un dibujo y al mismo tiempo sugieren simpatía por lo que no aparece del todo en éste. La actividad política es la exploración de esa simpatía; y, en consecuencia, el razonamiento político pertinente será exposición convincente de que éste es el momento adecuado para reconocerlo." (Oakeshott, 1967) El fenómeno que Gerardo Aboy Carlés denominó "distanciamiento político", implica, por un lado, el proceso de alejamiento de individuos y grupos de la actividad política, y por el otro, la generalización de una actitud de desconfianza y/u hostilidad hacia esta actividad (1998). Este distanciamiento que se observa desde los años ‘70 en adelante, se actualiza como efecto de la disolución y desarticulación de movimientos políticos, sociales y estéticos que en el caso argentino se efectivizó en la última dictadura militar. Sin embargo, desde el marco de la teoría política, lo que se ha jaqueado no es sólo el surgimiento y reconocimiento de nuevos actores sociales con su consiguiente construcción de redes alternativas de relaciones, sino la posibilidad misma de elaboración de marcos de interpretación de lo político en la actualidad. Este fenómeno ha sido abordado, y continúa siéndolo, desde diversas perspectivas en función de comprender (partiendo de la base que toda interpretación es una toma de posición para explicar los acontecimientos) cómo se conforma este fenómeno mundial de extrañamiento de la política y qué juego es posible armar a partir de las nuevas marcas que el discurso jurídico y político del distanciamiento producen. En términos teóricos se han barajado hipótesis que pueden enmarcarse por un lado bajo el concepto de ‘crisis de representación’ y por otro bajo el concepto de ‘crisis del subsistema de partidos’ dentro del sistema político. Hay algo llamativo en cualquiera de estos dos planteos teóricos: se reactualiza la distinción analítica entre sociedad y estado como esferas diferenciables, lo que conduce a una de las cuestiones básicas de la teoría política de tradición liberal, esto es la definición de lo público y lo privado. Pensar en términos de crisis de representación o crisis del sistema de partidos implica siempre suponer un sujeto a la espera de ser representado, de ser escuchado, de participar, o sea, un sujeto previo a la relación política. En esta dirección, encontramos el concepto de individuo propio del liberalismo, sin el cual es absolutamente imposible pensar una discusión acerca de los diversos modos de concebir la ciudadanía en las democracias actuales. El individualismo, centrado en un sujeto cartesiano, conlleva una especial concepción de lo político que si bien está en la superficie de la teoría liberal, conviene recifrar de manera explícita. En las últimas décadas, uno de los sectores más críticos del liberalismo, ha sido el feminismo, en cuanto pone en duda la relación del ámbito público y el privado, la familia, la división sexual del trabajo, y la visión liberal de género. Creo que todos estos nudos conflictivos de los que dan cuenta el reclamo y la producción teórica feminista involucran una noción de individuo que implica la exclusión –siempre arbitraria- de las mujeres de los centros de decisión, bajo una explicación esencialista. En El retorno de lo político Chantal Mouffe reconstruye las críticas realizadas desde el comunitarismo a la noción individualista propia de las teorías del Contrato Social, en tanto versión restringida del agente social y de lo social en sí mismo. El argumento se centra en que a partir de suponer un individuo autónomo y autoconstituido, lo social y lo político se presentan como esferas en las que este individuo actúa movido por intereses preestablecidos. La política se reduce a la persecución de intereses que se construyen en el ámbito privado como el ámbito de resolución de conflictos. Esta paradoja de situar los conflictos en el ámbito privado implica que aquel que acceda al ámbito público es portador de algún consenso o por lo menos, es el vencedor –racional- de una lucha de intereses "no políticos", motivo por el cual merece su lugar en el espacio público. De esta forma, la subordinación en el hogar, en el trabajo, en la pareja, etc. aparecen como conflictos "no dignos" de hacerse públicos, conflictos silenciosos. La diferenciación de los ámbitos de lo público y lo privado reactualiza lo que Aboy Carlés llama "política en dos tiempos" (1998), un primer tiempo de existencia (conflictivo) y un segundo tiempo de representación (de aquello que ya ha sido fijado como de interés público); la división entre sociedad y estado trae aparejada la noción metafísica que le da origen, a través de la cual se afirma un sujeto político previamente constituido en un Estado de Naturaleza: y ese sujeto es varón. En este marco, la opresión de género no puede constituir un interés representable en tanto ha quedado ya liquidada al interior de lo privado. "En suma, la noción liberal de ‘lo privado’ ha abarcado lo que se ha denominado ‘esfera de la mujer’ como ‘propiedad del varón’ y no sólo ha tratado de defenderlo de la interferencia del ámbito público, sino que también ha mantenido aparte de la vida de lo público a quienes "pertenecen" a esa esfera: las mujeres" (Dietz, 1990:117). Lo que equivale a decir que la definición de quién pertenece a cada uno de los ámbitos y la resolución de los problemas así llamados privados, se lleva a cabo a través de un poder y una fuerza "natural" que no responde a reglas de juego del quehacer humano sino a reglas de alguna otra índole exógena, reglas de la naturaleza. Pero todas y todos sabemos que el poder es justamente poder establecer las reglas y decidir quién queda dentro y quién fuera de ellas. Si esto es así, la subordinación de género ha quedado fuera bajo el recurso de quedar dentro de lo privado como su ámbito natural, y la representación –así entendida- es uno de los mecanismos de esta exclusión. En este movimiento, lo político queda reducido a política de interés de forma tal que se ocupa de la persecución de intereses diferenciados y definidos con prioridad, enajenando de su esfera el terreno en el que se define qué intereses pueden ser perseguidos y cuáles no, o sea el terreno del poder. Ahora bien, no parece posible dar cuenta de una realidad compleja, en la cual se inscribe el fenómeno del distanciamiento político, a través de herramientas teóricas que mantengan la diferenciación conceptual entre un sustrato representable y una esfera de lo representado (ligada a nociones esencialistas del sujeto). Como tampoco parece recomendable el regreso a formas de democracia directa para garantizar la "muerte" de este individuo "aséptico" del liberalismo y el nacimiento de un hombre social comprometido en la construcción la vida buena; esto último, sería descartar la noción de representación junto con la de individuo. "Obviamente, la tarea política no es rechazar la política representacional –acaso podemos hacerlo?-. Las estructuras jurídicas del lenguaje y la política constituyen el campo contemporáneo del poder; por tanto, no hay ninguna posición fuera de ese campo, sino únicamente una genealogía crítica de sus propias prácticas legitimantes" (Butler, 1998:3) Separemos, entonces, el agua del niño, y veamos en qué sentido la "ciudadanía" entendida a partir de alguna forma de Contrato Social, evita, al igual que el "individuo", ensuciar las manos de la política con el lodo del poder. Mantener esta distinción que hace a la ‘política en dos tiempos’, se convierte en un obstáculo epistemológico a la hora de comprender el conflicto, el cambio y el límite -componentes propios de lo político-, lo cual invita a su desarticulación. La diferenciación entre público y privado impide imaginar cualquier nuevo discurso político que nuclee experiencias que involucran un entrecruzamiento de esferas en permanente superposición. En términos de Oakeshott, "toda situación es un choque entre lo ‘privado’ y lo ‘público’; entre, por un lado, una acción o un enunciado que tiende a lograr una satisfacción sustancial imaginada y, por otro lado, las condiciones de civilidad que se han de satisfacer en su realización, y ninguna situación puede ser lo uno con exclusión de lo otro" (Oakeshott, 1975:203, negrita mía). En este contexto, poner en crisis el concepto de ciudadano heredado del liberalismo remite al problema de la interpretación.