INVESTIGADORES
MATTONI Silvio Luis
congresos y reuniones científicas
Título:
Antonin Artaud: para terminar con el juicio
Autor/es:
MATTONI, SILVIO
Lugar:
Córdoba
Reunión:
Jornada; Jornadas de Literatura y psicoanálisis. Poesía y locura; 2015
Institución organizadora:
Secretaría de Extensión de la Facultad de Psicología, UNC
Resumen:
Antes de que la locura fuera lo que es hoy, es decir, un problema de salubridad pública, una administración legal de los cuerpos, antes de que la mente se pudiera imaginar siquiera como un órgano de salud, la poesía no dejaba de asociarse con cierta clase de locura. La mente, o más bien el espíritu podía ser atravesado por otros soplos, un dios o un daimón podían hablar, dictar quizás poemas; incluso hasta frenar, disuadir de actuar, poner obstáculos a un impulso íntimo, como el que detuvo a Sócrates en algún momento y le prescribió que no hiciera, en ese instante, nada. La manera más difundida de enlazar poesía y locura era lo que se llamaba ?entusiasmo?, estado en el que un dios hablaba a través del inspirado. Poseído por el dios, el poeta lo daba a conocer en palabras, y no se diferenciaba demasiado del entusiasmo de un vaticinador del futuro, de un transmisor de oráculos. Platón, ya que estamos en su terreno, distinguía sin embargo varios modos de la ?manía? poética, no sólo entre adivinos y rapsodas, sino incluso dentro de los así llamados géneros literarios, ya que la manía épica no sería igual a la manía ditirámbica ni a la trágica. El que recibe su inspiración de un género casi nunca es apto para recibirla de otro. De todas formas, la cuestión platónica era señalar que el poeta entusiasmado, loco, no posee una técnica que pueda enseñar, que su genialidad no puede transmitirse como un arte normal. La manía es el signo de que el poeta no sabe, sino que profiere sus versos por un impulso extraño, impredecible. Pero el problema de los poetas es que se sienten orgullosos de esa manía que los afecta, se creen elegidos o especialmente señalados por los dictados de algún demonio eficaz; no saben que su única virtud es el no-saber, la falta de planes, la entrega al dictado. Mientras que Sócrates al menos sabe eso, que no sabe nada, que tiene que preguntar de dónde vienen las cosas, quién las enseñó, qué esconden el contorno y el brillo de las apariencias con relación al resplandor absoluto de una idea que las generó y las sigue generando al infinito. Sería largo enumerar las conjunciones modernas entre poesía y locura, entre valoración literaria y diagnóstico médico ?en este paralelismo vemos también que la crítica literaria, la historia de la poesía cumplen el papel de la psiquiatría: decir quién es poeta, quién vale y quién no; aunque tienen el pudor de actuar la mayoría de las veces cuando el poeta está muerto. Por ese me atendré a algún comentario puntual sobre un caso paradigmático, uno de los grandes poetas del siglo XX, al que se lo trató con el rigor que ese siglo destinaba a los locos: Antonin Artaud.