INVESTIGADORES
MEDAN Marina
congresos y reuniones científicas
Título:
Los programas de prevención del delito y la criminalización de la pobreza: entre las advertencias de los expertos y las vivencias de los/as beneficiarios/as.
Autor/es:
MEDAN MARINA
Lugar:
Santa Fé
Reunión:
Workshop; Workshop Prevención social del delito en América Latina: retórica y realidad.; 2014
Institución organizadora:
Universidad Nacional del Litoral
Resumen:
P { margin-bottom: 0.21cm; direction: ltr; color: rgb(0, 0, 0); }P.western { font-family: "Times New Roman",serif; font-size: 12pt; }P.cjk { font-family: "Droid Sans Fallback"; font-size: 12pt; }P.ctl { font-family: "Lohit Hindi"; font-size: 12pt; }
En
esta ponencia me interesa discutir alrededor de la advertencia que
sobre la prevención social del delito han hecho algunos analistas,
específicamente, aquella que señala que estas estrategias pueden
criminalizar la pobreza. Los datos que utilizaré para mi
argumentación surgen de una investigación cualitativa sobre
programas de prevención social del delito que se centró en una de
las implementaciones del Comunidades Vulnerables en el AMBA. Entre
2007 y 2011 realicé observación participante en una de las
implementaciones, y entrevistas en profundidad a beneficiarios/as,
agentes comunitarios, estatales así como a funcionarios.
Del
análisis de los datos surgen al menos dos cuestiones en las que me
interesa enfocar. En primer lugar, que la idea de la criminalización
de la pobreza se asocia, en general, a la pobreza por ingresos o
vinculada con carencias materiales. Con lo cual la preocupación
ronda el legitimar la relación entre pobreza por ingresos y delito,
mucho más cuando los programas incorporan una transferencia
condicionada de ingresos (TCI) entre sus componentes. Ahora bien,
cuando se analizan los datos concretos de las implementaciones se
observa que, más allá que los programas entreguen una TCI a sus
beneficiarios, centran su estrategia en las carencias vinculares y
afectivas de los y las jóvenes como principal causa social del
delito. Tal es así que niegan que la entrega del dinero sea un
mecanismo para prevenir el delito, porque insisten en que no es la
falta de recursos económicos el determinante último de la comisión
de delitos; esto parece explicar, además, lo exiguo de los montos de
dinero entregados en relación, por ejemplo, al salario mínimo. En
segundo lugar, y contrariamente a esta posición, muchos de los y las
jóvenes argumentan que la comisión de delitos sí tiene como una de
sus razones -aunque no la única- la falta de recursos económicos
suficientes para acceder a los bienes que consideran para vivir. En
este punto, entre agentes estatales y jóvenes surgen controversias
que deben ser gestionadas de modo tal de que la intervención pueda
seguir efectuándose. Lo que resulta aún más curioso que las
controversias, es la incorporación en los programas de prevención
social del delito, de jóvenes que hace tiempo que no tienen
prácticas delictivas, o que nunca las tuvieron -especialmente
mujeres-, y que consideran que el programa en sí -con su TCI- es una
ayuda más a su economía cotidiana. Dado que sólo entré en
contacto con jóvenes que eran beneficiarios/as del programa o que
querían serlo, no pude indagar qué imagen del mismo tendrían otros
jóvenes. De lo que sí tengo evidencia, es que ninguno de los/as
jóvenes que recibía la TCI de parte de este programa de prevención
del delito -tanto aquellos que sí tenían prácticas delictivas como
los que nunca las habían tenido-, se sentía estigmatizado o su
situación de pobreza económica criminalizada. Sí manifestaban
molestia o disconformidad cuando la TCI se les negaba o se demoraba
el día de cobro.
Si
bien es atendible la advertencia respecto de la posible
criminalización de la pobreza, o de otras situaciones de
desigualdad, que pueden tener las políticas como parte de sus
efectos no deseados, considero relevante ponderar esos probables
efectos con las percepciones de las personas a las que se destinan
esas políticas. Esas advertencias pueden estar formuladas en base a
valoraciones que, posiblemente bien intencionadas, pueden ser muy
distintas a aquellas que organizan la vida cotidiana de las personas
a las que se quiere beneficiar. Por otro lado, estas advertencias
también pueden, aún sin buscarlo, ser funcionales a un modelo de
política pública que, amparado en las apelaciones al empoderamiento
de las personas y el fomento de la iniciativa individual, terminen en
las antípodas de la justicia social.