INVESTIGADORES
CASTELLO DUBRA Julio Antonio
congresos y reuniones científicas
Título:
“Causas primeras y causas segundas: Tomás de Aquino y la autonomía del operar de la naturaleza”.
Autor/es:
CASTELLO DUBRA, JULIO ANTONIO
Lugar:
Rosario
Reunión:
Congreso; XIIIer Congreso Nacional de Filosofía; 2005
Institución organizadora:
Asociación Filosófica Argentina - Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario
Resumen:
Pertenece al pensamiento medieval, como uno de sus rasgos distintivos, la noción de un Dios único y creador, un principio absoluto, causa primera incondicionada y responsable no sólo del mero movimiento o del orden del universo, sino hasta de su misma existencia. Tomás de Aquino es, sin duda, una de las figuras más importantes del S. XIII y de todo el pensamiento medieval. En la vasta síntesis teológica que se aprecia en sus grandes Sumas –la Suma teológica y la Suma contra gentiles– se ocupó, como no podía ser de otra manera, de la noción de creación. Tomás reafirma, en primer lugar, las bases de lo que devino en la formulación ortodoxa de la teología cristiana: la creatio ex nihilo, voluntaria y exclusiva de Dios. Pero sobre esa base Tomás moldea una conceptualización filosófica que constituye una verdadera traducción de la noción de creación en términos estrictamente ontológicos. A partir de la distinción entre el esse y la essentia en las cosas creadas –distinción tomada del filósofo árabe Avicena–, Tomás termina definiendo a la creación como la dependencia ontológica misma de lo creado respecto de su principio primero (cf. SCG II 18, § 2.). El ente que tiene el ser, lo recibe, pues, de Aquel ente que es su ser, en el cual el ser y la esencia se identifican –Dios–. Y como todo lo que no es por sí se reduce a lo que es por sí, resulta que el ente que es ab alio es un ente por participación. Una vez establecido que todo ente creado debe la totalidad de su ser a Dios, el creacionismo de Tomás de Aquino no se detiene ni se limita al origen o el comienzo de las cosas en el ser. La dependencia ontológica de las cosas es tan radical, que no podrían mantenerse en el ser si no fuera por la constante acción divina: en otras, palabras, Dios no sólo crea las cosas, sino que las conserva en el ser. De ello se sigue que las cosas creadas no sólo están “sostenidas” por Dios, en su ser, sino también en su actuar. Las cosas reciben de Dios también sus potencias o virtutes causales, mediante las cuales obran o actúan conforme a su naturaleza, hasta tal punto que se hace preciso decir que Dios obra en todo lo que obra. Esta última conclusión, aceptada por el propio Tomás, podría ser llevada al extremo de decir que, en verdad, sólo Dios obra en las cosas. El agente principal se convierte así en el único agente, y a las restantes cosas no les queda más que el papel de ser la ocasión o el escenario para la intervención divina. En diversos pasajes de su obra (cf. SCG III 69; De pot. q. 3, a. 7; STh I q. 105, a. 5) Tomás emprende una dura polémica con una línea de teólogos musulmanes y autores neoplatónicos como el filósofo judío Avicebrón y el filósofo árabe Avicena, quienes, a su juicio, substraen a las cosas naturales sus acciones propias. Por ejemplo, no sería el fuego el que quema, sino inmediatamente Dios, presente en el fuego. En verdad, se trata de una conclusión que podría desprenderse de premisas que el propio Tomás acepta. Dios no sólo les da el ser a todas las cosas, sino que las mantiene o las conserva en el ser, y les confiere también las virtutes o capacidades causales conforme a las cuales obran. De ello se sigue que Dios es causa del obrar en todo lo que obra. Llevada esta tesis al extremo, podría concluirse que sólo Dios obra en las cosas. A las creaturas no les quedaría más que el papel de ser la ocasión o el escenario para la intervención divina. Uno de los intereses que Tomás muestra en esta polémica es asegurar la relativa autonomía del operar de la naturaleza, de forma de garantizar un objeto posible para la ciencia natural. Con ello, Tomás intenta salvar, junto con el creacionismo formulado en términos neoplatónicos de participación, la ontología aristotélica de formas inmanentes que dan cuenta de la operación propia de los entes naturales. En su propuesta de solución, Tomás traza una peculiar articulación entre la causalidad primera de Dios y la causalidad de naturaleza. El problema consiste en entender cómo puede ser posible que dos agentes distintos produzcan un único y mismo efecto, en su totalidad, y ambos en forma inmediata. Ello es posible en la medida en que se trata de dos agentes coordinados. Dios actúa como causa principal, y la naturaleza como agente instrumental, es decir, como un agente que sólo actúa en virtud de la acción del agente principal. Según el análisis de Tomás, si es cierto que la cosa individual o el agente natural es inmediato respecto del efecto, la virtus o capacidad causal del agente principal es inmediata respecto de la producción del efecto, pues el agente secundario no actúa si no es por la virtus del agente principal. La peculiaridad de la aplicación del modelo de causa principal e  instrumental a la relación entre la causalidad de Dios y las creaturas a Dios consiste en que justamente se trata del caso de un agente principal que podría producir por sí sólo el efecto que produce con el agente instrumental. De allí que, en última instancia, haya que explicarlo el asunto por teodicea. Las causas segundas no son superfluas, porque Dios establecido que ellas cuenten con algún margen de acción, ha querido, por su bondad, comunicarles a las cosas la perfección de poder ser causas. En definitiva, el ocasionalismo extremo no puede ser absolutamente refutado. Sólo es confrontado con una visión opuesta del universo en la que Dios actúa como fundamento último de la legalidad de un orden natural con un funcionamiento propio.