INVESTIGADORES
ADAMOVSKY Ezequiel Agustin
congresos y reuniones científicas
Título:
La construcción de la identidad nacional: conceptos y dimensiones del problema
Autor/es:
EZEQUIEL ADAMOVSKY
Lugar:
Resistencia
Reunión:
Congreso; XXX Encuentro de Geohistoria Regional; 2010
Resumen:
El mito del crisol de razas y de la Argentina blanca y europea son la
continuación directa del racismo de la élite del siglo XIX. El grito de guerra
de Sarmiento y Roca, cuando llamaban a exterminar a las razas inferiores,
quedaba ahora reemplazado por el ocultamiento de su misma existencia tras la
fachada de una Argentina racialmente europea. Todos los argentinos eran en teoría iguales y nadie podría haber
dicho que un criollo moreno fuera menos argentino que uno de piel más clara;
pero la imagen mental implícita del verdadero argentino era la de uno blanco.
La orgullosa élite de la nación que soñaba con ser potencia, se imaginaba
diferente del resto de latinoamérica por ser más europea.
Lo que nos interesa resaltar aquí es
que todas estas ideas contribuían a delinear la imagen de un ciudadano
argentino ideal que no coincidía con la de todos los argentinos realmente existentes: el ciudadano deseable era el que actuaba
políticamente de manera razonable (es decir, no con esas acciones directas o
callejeras que solían emplear muchos trabajadores). Era también uno blanco y de
origen europeo. Y como los blancos, por obra de las sucesivas oleadas de
inmigración, tendieron a concentrarse en la región pampeana, implícitamente se
identificaba al argentino típico con el de esas zonas. En las partes del
interior en las que había una población predominantemente mestiza se hicieron
todos los esfuerzos para evitar que se notara. De lo que estamos hablando
aquí es de la formación de una peculiar identidad
nacional que sostenía que el ser argentino tenía que ver con determinada
cultura (ser civilizado, europeo), e implícitamente se asociaba a un
determinado origen étnico (blanco) y a una región (la pampeana, particularmente
la ciudad de Buenos Aires). Implícitamente, esta definición de lo argentino
creaba una jerarquía entre los argentinos y servía para disciplinar a las clases
subalternas. Nadie iba a negarle e un indio, negro o mestizo, o a un criollo
del interior, a un inculto, o a un obrero revoltoso el derecho a ser argentinos.
De lo que se trataba, en cambio, era de que a cada cual le quedara bien claro
cuál era el modo correcto de comportarse: como los ciudadanos cultos que,
no hacía falta decirlo, eran también blancos de Buenos Aires y no como un
provinciano inculto o poco laborioso o como un negro. Aquellos que pudieran
hacerlo buscarían de este modo adaptarse a la norma lo más posible. Para los
que no, alcanzaba con que se limitaran a mantener una presencia lo más discreta
posible, de modo que pasara inadvertido que no se correspondían con el ideal de
lo argentino.
La identidad de clase
media se edificó en gran medida sobre este deber ser nacional y en oposición
a los grupos que, implícitamente, quedaban excluidos de la norma. En los
primeros años de la década de 1940, por dar un ejemplo, al nacionalista Tomás
de Lara le resultaba perfectamente obvio que, por obra del crisol perfecto,
casi toda la Argentina era hija, nieta o tataranieta de inmigrantes
europeos. Para Lara la nación no sólo se identificaba con una raza en
particular, sino también con una clase: esos descendientes de inmigrantes habían
formado una nueva clase social que era la responsable del progreso nacional y
que no era otra que la clase media argentina.