INVESTIGADORES
CARMAN Maria
congresos y reuniones científicas
Título:
En torno a una democratización del espacio público.
Autor/es:
CARMAN, MARÍA
Lugar:
Buenos Aires
Reunión:
Jornada; Jornada de Debate sobre Desigualdad y Cultura.; 2011
Institución organizadora:
Fundación Heinrich Böll e Instituto de Altos Estudios (IDAES), Universidad de San Martín.
Resumen:
¿Qué se entiende actualmente y cuáles son los procesos conflictivos de construcción de significado de ciertos términos harto usuales como diversidad cultural, espacio público, o “una ciudad para todos”[1]? Por un lado, el espacio público es concebido como espacio de libertad, azar, y libre albedrío y por otro lado, se trata de un espacio que debe ser ordenado y controlado[2]. Esta incurable condición paradójica de la idea de espacio público nos remite tanto a un dilema filosófico –la tensión entre autonomía y vulnerabilidad– como a contradicciones sociológicas encerradas en dicha paradoja (Bauman 2002: 24). La apelación a la recuperación del espacio público resulta deliberadamente vaga e imprecisa, en tanto aúna elementos esencialmente heterogéneos entre sí (Laclau 1991: 25), a saber: logro ambiental, desalojo de intrusos, goce de toda la ciudadanía. Como hemos señalado en trabajos anteriores respecto a la apelación a la cultura, el medio ambiente o el patrimonio (Carman 2006), la apelación a un espacio público que “vuelve a ser de toda la ciudadanía” resulta desproblematizada, simpática, y contribuye a lograr una adhesión social eficaz e inmediata. Si los discursos oficiales sobre los posibles usos del espacio público apuntan mayormente a exaltar la inclusión e integración cultural de toda la ciudadanía, no pocos de los efectos materiales de tales discursos deviene en procesos de desafiliación de los más vulnerables. Un grupo popular tenderá a ser visto como un espacio de alteridad si se enfatizan sus expresiones culturales o su relativa autonomía simbólica. Si la mirada dominante recorta, en cambio, su condición estructural de clase o prácticas materiales consideradas objetables, no será visible allí más que un espacio de inferioridad[3]. Lo cierto es que en ninguno de ambos escenarios la ciudad multicultural les provee a estos sectores relegados una trama densa de inscripción ciudadana. Sabemos que el Estado contribuye de muchas maneras, como postula Bourdieu (2001: 255), a la unificación del espacio cultural y simbólico. Una de esas vías es la concentración y monopolización del estilo de vida legítimo, cuya contrapartida es el descrédito de artes de vivir diferentes, “abandonadas a la barbarie o la vulgaridad” (ibíd.). Otra de las vías posibles, podríamos agregar, es el control de las gestiones culturales de resistencia. Si bien el Estado exalta la diversidad sociocultural, al mismo tiempo impone límites en los modos en que esta puede ser presentada y representada. Determinadas prácticas y expresiones provenientes de los sectores populares que no logran ser reabsorbidas por la lógica del Estado tienden a ser desplazadas de la ciudad, aunque al mismo tiempo les pueden ser concedidos a estos grupos ciertos derechos. Se trata de una lucha mutuamente formativa, o bien de una dialéctica de lucha cultural contra los proyectos de dominación (Hall 1981 en Levinson 2002: 399). [1] Estas reflexiones fueron desarrolladas con mayor exhaustividad en un artículo en coautoría (Carman y Pico 2010) y un libro de reciente edición (Carman 2011). [2] Como señala Foucault (en Bauman 2002: 21), tal es el mérito de las formaciones discursivas: su capacidad de generar proposiciones mutuamente contradictorias sin escindirse ni perder la identidad propia. [3] Una distinción precisa entre espacio de alteridad y espacio de inferioridad puede consultarse en Santos (2003: 69-79).