PERSONAL DE APOYO
ONTIVERO Marcela Del Valle
congresos y reuniones científicas
Título:
Biodiversidad en américa latina: Recursos Naturales? Bienes? Patrimonio Natural.
Autor/es:
E. MARTÍNEZ CARRETERO; RIPOLL, Y; ATENCIO, P; ONTIVERO, M.
Lugar:
San Juan
Reunión:
Jornada; III Jornadas Nacionales de Ecología Política.; 2017
Resumen:
La riqueza de la América entre el Río Bravo (Río Grande) y el Estrecho de Magallanes se encuentra en su diversidad biológica y cultural. La simplificación en la apreciación de tal complejidad, a la mirada utilitaria y de acumulación de capital, ha llevado a la sobreexplotación de la naturaleza, marginación social, apropiación de espacios, recursos, paisajes, crisis de identidad, etc. cuya respuesta es la movilización y reacción social de individuos y comunidades excluidas.La idea aún vigente de centro-periferia, incluidos-excluidos, capitalizados-descapitalizados, industrializados-artesanos, capital de trabajo reproductor-mano de obra (poco o nada calificada), encuentran en parte su significado en el rechazo de los conocimientos adquiridos generacionalmente, de las cosmovisiones, de las delicadas relaciones hombre-naturaleza.Considerar a los elementos de la naturaleza simplemente como recursos al satisfacer una necesidad (quizás tantas como tantos individuos), y en los que el hombre no participó en su génesis, deja de lado las relaciones dinámicas entre esos elementos así como la visión integral de la naturaleza misma. La relación hombre (sociedad)-naturaleza es recíproca y también dinámica (histórica), y por ende permanente. Esa relación en un espacio físico-temporal determinado constituye una cultura. En la mirada clásica de la economía un recurso natural con valor agregado constituye un bien y por ende sujeto a las leyes del mercado. En las sociedades de libre mercado los bienes naturales son recursos (actuales o potenciales), es decir entran en la valoración de la economía.Se afirma, con certeza, que las propiedades de un recurso son independientes de los seres humanos; sin embargo, son estos los que determinan según sus necesidades que ese elemento y esa/s propiedad/es se constituyan en recurso.De aquí que la connotación entre recurso natural renovable y no renovable carezca de sentido pues es la tasa de extracción/explotación la que determina el agotamiento de los mismos. Es en definitiva el valor de cambio o de mercado el que prevalece sobre el valor intrínseco o natural.Los bienes naturales son en consecuencia bienes colectivos.Bajo este paradigma productivista, ingentes regiones de América Latina sufren transformaciones sociales-ecológicas por megaproyectos de extracción o cultivo (intensivo), ignorando conocimientos y prácticas tradicionales (no capitalistas) de relación con el entorno. Para salvar esta ruptura de la relación sociedad-naturaleza surge el desarrollo y últimamente el desarrollo sustentable: crecimiento económico-bienestar social-cuidado ambiental. Sin embargo, en el concepto de desarrollo elaborado por la UICN se deja en claro que es una forma de modificación de la naturaleza para satisfacer las necesidades humanas, balanceada con los impactos que ello implica. De acuerdo con Worster (1995), son posturas que no protegen la naturaleza sino los recursos que alimentan a la economía. El sustento principal de la idea residió básicamente en una visión occidental, dejando en un segundo plano las percepciones de otras sociedades y particularmente de todo el otro mundo, que también habita en la misma tierra (Pengue y Feinstein, 2013).Recursos naturales de numerosas comunidades locales han sido transformados o por el Estado o por empresas transnacionales acumulando capital y negando los beneficios a los originarios. Se logra la apropiación de los bienes naturales comunes (colectivos). En este marco el papel del capital es de productor e intercambiador de mercancías, mientras que la fuerza de trabajo se convierte en mercancía que se intercambia por su valor. La acumulación se basa en la privatización de la tierra (bien natural común) y la expulsión de las poblaciones: proceso denominado por Harvey (2004) como de acumulación por desposesión. No hay civilización ecológicamente inocente (Deléage, 1993), pues los vínculos entre la sociedad y la naturaleza son propios del proceso de producción social; por lo tanto, cuando se habla de proceso social de producción basado en la economía de mercado se refiere tanto a la conducta de los productores como de los consumidores. Los megaproyectos, como los hídricos, mineros o monocultivos extensivos, en general sólo reconocen a los afectados directos, a quienes se relocalizan o indemnizan, y se desconocen a los indirectos. En ambos casos se ?ignora? que al perder la tierra se rompen los lazos comunitarios y se destruye la cultura; llegando al etnocidio cuando se alteran las formas de supervivencia (Latta & Gómez, 2014). Los desalojos y pérdida irreversible de sistemas naturales por el avance de la frontera agropecuaria es otra consecuencia.En este marco, prácticas como los sistemas agroforestales (Taungya en México, Quesungual en El Salvador y Costa Rica), áreas de uso comunitario, cultivos en riberas, etc., que permiten la existencia de innumerables poblaciones desaparecen generando marginación social, severo deterioro ambiental y pérdida de especies; además de violenta transculturación. De esta manera, mientras los aborígenes mexicanos catalogaban a los suelos según su productividad los colonizadores según el valor de mercado (Castro Herrera, 1996). En la misma línea se sitúa la aplicación de tecnologías apropiadas, las que tienen en cuenta la realidad ambiental y la natural, y que suponen algún grado de conocimiento (simple o complejo) de las propiedades de los objetos y de sus interrelaciones. Estas tecnologías, normalmente conservadoras de recursos relevantes como los suelos de vocación agrícola, se desprecian y abandonan por tecnologías de alto impacto y elevado consumo energético. En Argentina, en la zona más productiva, la denominada Pampa Húmeda, en la década del 70, la actividad rural era extensiva y de rotación: agricultura (trigo, maíz, girasol) y ganadería que aseguraba mantener la productividad de los suelos; además de un conjunto de cultivos menores que aseguraban la sustentabilidad de los productores (medianos y pequeños). A partir de 1980 y definitivamente desde 1990 la introducción del cultivo de soja híbrida inicialmente y transgénica luego se convirtió en monocultivo con casi el 95% para exportación. Las fumigaciones intensas necesarias para fertilizar y control de plagas afectaron severamente los ecosistemas de contacto, su biodiversidad proveedora de alimentos y recursos medicinales, y el agua. Esto llevo al surgimiento de movimientos sociales como: Paren de fumigar-nos, Paren de fumigar, Movimiento de médicos de pueblos fumigados, entre otros. Es mediante el complejo agroindustrial como el capital se apodera de la agricultura y la ganadería (Guimarâes, 1979). El capitalismo contiene en sí mismo el desequilibrio y la exclusión: concentra riqueza en personas y territorios basado en el progreso tecnológico, pero excluye laboralmente y se apodera de los recursos naturales de un número creciente de seres humanos.Los impactos sociales y ambientales, en ocasiones de magnitud importante, llevan a generar preguntas como el para qué?, para quiénes?, a cambio de qué?; impactos normalmente asociados a profundas transformaciones del entramado social y desigual (e injusta) distribución de los beneficios producidos. Es en este momento cuando la crisis ambiental o de los recursos se convierte en una crisis social. Desde esa discusión de equidad y bajo un enfoque ecointegrador emergen los conceptos de economía ecológica, ecología profunda, ***** que permiten un abordaje holístico del problema ambiental bajo una nueva mirada de la racionalidad ambiental. Según Daly (1968), la economía ecológica es una asignatura que aporta el marco metodológico y los instrumentos teóricos y prácticos que contribuyen a la resolución y revisión sobre las formas de producción, transformación y consumo de los recursos naturales.Los recursos naturales son aprovechados a través de un sistema de explotación, el cual está determinado por el modo de producción dominante. El cambio en los modos de apropiación-valoración de la naturaleza en América Latina fue drástico desde el inicio de la colonización, de un modelo de uso múltiple, comunitario, se pasó al extrativista -o neoextrativista en la actualidad (Gudynas, 2011)-; del de inclusión al de exclusión. Dos aspectos o lemas condujeron el cambio: el de ocupar los ?espacios vacíos? (Conquista del desierto en Argentina, ocupación del Desierto verde -amazonía- en Brasil) y el de aprovechar la desaprovechada inagotabilidad de la naturaleza latinoamericana. Este nuevo modo de apropiación y de flujo de materias primas (recursos locales) hacia los países ricos o desarrollados generó en el imaginario el concepto de deuda ecológica. Concepto que revela la tremenda desigualdad en el intercambio basado en la sobreexplotación de los recursos naturales, deterioro ambiental y empobrecimiento de las comunidades denominadas subdesarrolladas.Por otra parte, ocurre la paradoja conceptual de que países ricos en recursos naturales presentan en general menor crecimiento y desarrollo social y económico, a este caso se lo denomina en economía: maldición de los recursos naturales, que ocurre principalmente en países de fuerte dependencia extractiva (Oxfam, 2009). En estos casos algunas pocas empresas se benefician mediante la explotación (poco o nada controlada) mientras las rentas al estado son mínimas y las comunidades locales, generalmente afectadas por el modo de extracción, continúan en la pobreza. Resulta ser una bendición maldita (Mehlum, Moene y Torvik, 2002) pues, aunque de manera intuitiva, se considera a los recursos naturales como una categoría de capital natural que tendría que aportar significativamente al crecimiento social y económico. Esta paradoja ocurre especialmente en países primario exportadores, especializados en producir commodities de muy bajo valor agregado. En vistas de que la denominación de recurso natural o bien natural está sujeta a una visión utilitaria y/o extractiva dejando de lado las relaciones, modos de apropiación y las tradiciones; esa escisión entre la naturaleza y la sociedad constituye la alienación en la que se funda el capitalismo que permite tomar la naturaleza como mercancía. Se transforma a la naturaleza en objeto y se pierde, deliberadamente, su visión de complejo. Bajo esa presión económica, política y social es necesaria la redefinición de nuestros enfoques sobre la biodiversidad, por ello pensamos que la más acertada denominación es la de Patrimonio natural, de orden común, heredable, que vincula a cada sociedad con su entorno natural generando su cultura. Es en la Ecología política, campo multidisciplinario, donde se analiza críticamente la relación sociedad-naturaleza y donde confluyen los conocimientos científicos (en su acepción actual), los tradicionales con sus cosmovisiones, tecnologías apropiadas, conservación, valoración de la diversidad, aspectos de política económica, principalmente.América Latina continúa bajo la lupa del interés global, como hace 500 años, por la existencia de sus recursos naturales. Antes fue el oro y la plata que sostuvo el crecimiento de la economía europea. Hoy es la tierra, el agua y la biodiversidad.Mañana sigo pensando en qué proponemos para cambiar o mejorar esta situación, DEBEMOS PROPONER ALGO, NO SOLO CRITICAREs por ello que como ciudadanos de esta América Latina es importante y necesario resaltar la necesidad de adoptar una posición académica, filosófica y política sobre los bienes naturales. Para que realmente se alcance el desarrollo de sistemas sustentables en sus dimensiones ecológicas, sociales y políticas, esta ?nueva ecología? deberá de permear a todos aquellos que tengan poder de decisión en diferentes ámbitos, ya que no se puede alcanzar del desarrollo sustentable con los niveles de desigualdad e injusticia que prevalecen bajo los actuales modelos de desarrollo económico. Es imposible el alcance, la preservación y el manejo de los ecosistemas naturales de manera sustentable sin que existan políticas universales y nuevos modelos de desarrollo económico y social. Sin la existencia de una nueva cultura, una nueva ética y una nueva actitud hacia los problemas esenciales de la convivencia humana no será posible alcanzar un buen estado ambiental. No podemos continuar ignorando la relevancia de los problemas ecológicos ante el grave deterioro de la calidad de vida de la humanidad. Por ello se propoen a partir del debate y la reflexión contruir espacios para ir gestnado estas nuevas concepciones que permitan una nueva relación hombre-naturaleza.