BECAS
PRIETO MartÍn
congresos y reuniones científicas
Título:
La grieta entre realismo y construccionismo: un examen desde la epistemología política
Autor/es:
MARTÍN PRIETO
Reunión:
Congreso; Fuentes: Entre realidad y construcción. Perspectivas transdisciplinarias desde América Latina; 2022
Institución organizadora:
CALAS
Resumen:
La tensión entre lo dado y lo construido atraviesa el problema de las fuentes del saber. No solo en términos de cómo una fuente orienta el “acceso” a la realidad y condiciona la forma de interpretarla y eventualmente intervenirla, sino también en términos de cómo indagamos y definimos la naturaleza de las fuentes mismas, la categorización de las bases sobre las que apoya el desarrollo de indagaciones posibles acerca de una realidad que puede ser intervenida de una u otra manera. Pero esta tensión no nos enfrenta a un problema lógicamente independiente, cuya resolución previa es condición para trabajar con fuentes, sino que configura más bien una situación recursiva propia de toda investigación. Distintas fuentes pueden contravenirse en el contenido (por ejemplo, si un fenómeno es “real” o “construido”), desacuerdo que puede llevar a la cuestión de la integridad o corrección de esas fuentes (sobre cómo distintos grupos construyen activamente estándares de integridad, o sobre cómo acatan pasivamente estándares dados), lo que a su vez reclama otras fuentes acerca la integridad de las fuentes, y así. La idea general de la presentación es examinar filosóficamente este conflicto recursivo que reiteradamente y de manera confusa se da en el saber sobre las fuentes del saber, tratando de distinguir algunos aspectos clarificadores de aspectos opacos. Lo que intento ofrecer no es una resolución al conflicto, sino una elucidación del rol concreto que cumple ese dilema en su contexto funcional, y por lo tanto, una idea de cómo podemos visibilizar, evaluar y controlar mejor sus desencadenantes, logrando posicionamientos más “inteligentes” o menos contraproducentes. Para ello voy a tomar un tipo especial de fuentes, las científicas, y el tipo especial de conflictos que se genera alrededor de ellas, el de realistas y construccionistas. Este ejemplo presenta algunas facilidades para la extrapolación, con las salvedades y limitaciones de cada caso, a otros contextos y a la cuestión de las fuentes en general. En este texto preliminar me concentro principalmente en el dimensionamiento del problema, para luego presentar los lineamientos principales de la propuesta que desarrollaré más ampliamente en la presentación oral.En efecto, las posiciones internas a la discusión científica pueden verse como versiones de una discusión más amplia, donde encontramos posicionamientos de tipo más filosófico. Dado que la definición precisa de estas posiciones es problemática, en tanto tratamos con una diversidad muy amplia que más que un núcleo teórico lo que comparten a menudo son solo “parecidos de familia”, podemos hacer un reconocimiento más práctico por sus efectos característicos cuando estos resultan mutuamente excluyentes. En efecto, dichos efectos se dramatizan y distinguen bien recién en el contexto de un desacuerdo, cuando la polémica se focaliza en el estatus de una misma entidad o evento de dicha realidad (un hecho, una categoría, una norma, un problema), y cuando se impone la necesidad de organizar un discurso no contradictorio para guiar la acción colectiva sobre la realidad común. En función de su oposición, entonces, dichos argumentos podrían generalizarse de manera gruesa como generando efectos esencializadores o relativizadores. La posición esencializadora tiende a poner el peso diferencial en ciertas regularidades detectables en los fenómenos externos a la actividad simbólica y agencial humana, que se considera razonable y necesario postularlas como independientes de las perspectivas situadas –interesadas o inconscientes- de los distintos actores sociales. La corriente más reconocible dentro de esta posición es la llamada realista (la cual, como la relativista, admite muchas variantes), que suele enfatizar el límite que tienen las diferencias de opinión o de cultura para hablar de la realidad común. En términos pragmáticos, la posición realista toma partido por una forma de indagación y fundamentación privilegiada desde la cual fijar una referencia en la realidad externa que permita impulsar la intervención colegiada sobre ella, y en este sentido un argumento realista hábil suele producir un efecto en el sentido común de señalar, dado un determinado caso, que demasiado apego al valor de la perspectiva particular o de la discusión política traería consecuencias desastrosas para nuestra interacción exitosa con el mundo. La relativista, por otro lado, hace hincapié en el peso determinante de las particularidades psicológicas, culturales o ideológicas, o en las prácticas, instituciones y relaciones de poder dominantes, que condicionan la perspectiva de los grupos y generan predisposición a asignar verdad a ciertos discursos sobre la realidad en cuestión en vez de a otros, los cuales bajo otros arreglos contingentes formarían verdades igualmente plausibles. Aquí el interés está puesto en transparentar las posiciones y desenmascarar esencialismos y otros condicionamientos espurios al sentido común, allí donde no tienen razón de ser, dirigiendo la intervención transformadora sobre las prácticas sociales o los dispositivos de poder y hacia los ámbitos políticos de resolución. Su efecto es el de la denuncia y el de una eventual liberación de dichos condicionamientos. Es claro que ninguna posición reclama una lealtad partidaria, puesto que tomadas como posturas bienintencionadas, ambas buscan precaver contra formas peligrosas de arbitrariedad.En general se considera que la formación de estrategias realistas y relativistas en conflicto alrededor de un mismo asunto puede obedecer diversas motivaciones (políticas, éticas, etc), pero que la naturaleza y resolución del conflicto es fundamentalmente epistemológica, y por eso la discusión sobre las fuentes, especialmente en la los foros de investigación y de asuntos públicos, suele tomar esta dimensión y lenguaje como el primordial. Reducidas entonces a su plano epistemológico y consideradas en su dinámica de oposición mutua, los argumentos sobre lo dado y lo construido generan un segundo tipo de efecto reconocible en el conflicto. Este tiene que ver con la facilidad con que los contendientes pueden manipular algunos grises en los razonamientos epistemológicos o radicalizar sus posiciones, encerrando la discusión racional en una serie de sinsentidos o callejones sin salida. Esto se puede ver fácilmente en la versión cientifizada del debate. Aquí los realistas científicos sostienen que es solo mediante ciertas técnicas y procedimientos controlados de observación, formulación, testeo empírico y evaluación intersubjetiva que se encuentran típicamente en la práctica científica histórica, que se puede asegurar este margen para identificar verdades de hecho más allá de la posición social o los ideales que las personas mantengan. Apelando a ellos, los realistas aspiran a lograr una explicación lógicamente exitosa de las fuerzas “naturales” independientes que actúan para la conformación de un evento real tal como este nos condiciona. Por su parte, la forma científica más habitual que toma el relativismo son las explicaciones de tipo construccionistas sociales, que, al igual que el realismo científico, toman modelos explicativos y análisis empíricos, pero forman sus explicaciones desde la primacía de los condicionantes “sociales”: culturales, de interés o poder, dirigiéndonos a un “reino” de causalidades distinto. (Hacking, 1999). Más alla de sus diferencias, ambas son estrategias explicativas y asumen el privilegio del método científico de explicación, incluso en los casos en que el construccionismo social se vuelve a desenmascarar la autoridad de las prácticas científicas.El episodio llamado “guerras de la ciencia”, como una condensación academicista de las más amplias “guerras culturales” públicas, puede verse como un ejemplo claro de los encierros que se generan cuando se enfrentan realistas y construccionistas científicos. Una vez que la polémica alcanza masa crítica, la discusión epistemológica tiende a devenir en un punto estacionario de radicalización mutua (todo sobre el asunto en cuestión es ya una construcción o ya viene esencialmente dado), o de posturas más moderadas pero excluyentes y racionalmente irreductibles la una a la otra. Esta situación no se debe a que, en definitiva, cualquier explicación de lo mismo que cualquier otra -ninguna estrategia explicativa es totalmente impune, en el sentido de independiente de contexto o de que se de a sí misma sus propios estándares de desempeño-. Sino de que cada posición general dispone de fuentes y recursos explicativos suficientemente desarrollados como para componer argumentos suficientemente aceptables y equilibrar racionalmente las posiciones, logrando plasmar sus efectos característicos y opuestos en el proceso de indagación. Entonces, si consideradas por separado las estrategias realistas y relativistas ofrecen ventajas comparativas y necesarias en la indagación pública de un tema, tomadas en su lógica de conjunto generan lo que parece una estructura circular y viciosa en la razón pública, paralizando el tratamiento racional y pluralista del conflicto y facilitando el camino a las resoluciones individualistas y autoritarias. El problema de distinguir fuentes relevantes queda a menudo reducida y atrapada en esta situación. Dentro del debate concentrado en la epistemología científica, como se hizo notar, el efecto que se genera no es el de la suspensión de uso de las fuentes ni el de la discusión sobre la cientificidad que debe caracterizar a las mismas, sino uno de desplazamiento y desautorización continuo de fuentes primarias. Es decir, que la epistemología científica ha llegado a validar los medios para autorizar la cientificidad de las fuentes en lo general y para desautorizarlas en cada caso particular.A menudo, el desconcierto e impotencia que genera esta situación, en apariencia de circularidad inescapable, y la urgencia de canalizar la complejidad del conflicto por lo común, suelen desembocar en el argumento de que todo es finalmente político y en la llamada a repolitizar el conflicto, incluso a politizar la decisión sobre qué fuentes científicas son las más confiables o relevantes. Si bien este giro puede destrabar un conflicto empantanado y lograr avances, desde el punto de vista de la búsqueda de legitimación pública de las posiciones en competencia, los medios puramente políticos suelen tener un alcance parcial, en tanto que la reducción progresiva de un asunto por lo político también tiende a entrar en nuevas situaciones de encierro, sinsentido y arbitrariedad. Esto sucede porque la politización radical encubre posiciones epistemológicas que reaparecen de manera natural, puesto que toda política requiere asumir afirmaciones y recursos de conocimiento acerca de lo que es y lo que no es (ya el hecho de argumentar que todo es político involucra una afirmación con pretensión de conocimiento). En este punto, se vuelve imposible también distinguir mejores y peores fuentes científicas, y la politización radical recae en otra forma de simplificación o linealidad al meramente invertir la imagen tradicional de la ciencia como esencialmente no-política, asumiendo la de una política sin ciencia. El peligro es eventual, incluso para sus propios promotores: si los intereses políticos se imprimen sin restricciones cognitivas en la construcción de la fuente (de la evidencia y los razonamientos incluida en ella), toda forma de conocimiento se reduce al ejercicio del poder, y si todo es poder uniforme no podemos entender el poder en sí mismo, ya sea para entender cómo este opera a través de diferentes medios, causas, condiciones y alternativas, o cuáles constituyen los medios más eficaces, las causas más determinantes, las condiciones más críticas o las alternativas más prometedoras para proyectar la acción política. Si el conocimiento es política por otros medios, bajo esta uniformidad resulta tan difícil justificar públicamente cualquier forma de ciencia como fácil justificar cualquier forma de ciencia, situación.Y así reaparece la cuestión de lo real y lo construido, y la cuestión de cómo identificar fuentes con información confiable sobre de la realidad. Tenemos entonces que este conjunto lógico de alternativas nos enfrentan a una racionalidad intrínseca a la ciencia esencialmente defectuosa, o a una irracionalidad intrínseca a lo político que debe apelar como contrapeso necesario a una racionalidad defectuosa. Así, compulsivamente volvemos a epistemología de lo real y lo construido por sus efectos aparentemente irreemplazables para la indagación de la vida en común, pero al mismo tiempo sus contradicciones aparecen resolutivamente imposibles, reduciendo el terreno de la discusión pública a las relaciones asimétricas de fuerza.Hasta aquí entonces una generalización del problema tal como aparece en la dinámica del conflicto. Enumero ahora una serie de consideraciones que podrían ayudar a abordar más fructíferamente la cuestión.El primer punto de mi argumento es que esta circularidad no puede conformar, justamente, un auténtico problema. Los problemas propios de una epistemología atada a la razón pública, aquella donde se formulan y estructuran problemas y fuentes para su indagación y resolución colectiva, no puede ser especulativa (si el conocimiento es posible). Tenemos problemas, requerimos discriminar y evaluar fuentes en contextos de desacuerdo y competencia, y por lo tanto la cuestión especulativa depende de necesidades pragmáticas: la cuestión es cómo es posible, y dentro de esto, qué factores en contexto llevan a la parálisis y a la desestructuración de los asuntos colectivos, y cuáles a la estructuración.Relacionado a esto, el segundo punto es que, siempre que no responda a una intención deliberada (cuestión relevante, pero relativa a que en última medida los contendientes disponen de los medios racionales para provocarla), lo que provoca la situación de parálisis no es un defecto intrínseco ineludible en la racionalidad del conocimiento científico, sino una confusión de niveles de indagación sobre la racionalidad. En general el conflicto canalizado por las estrategias construccionistas y realistas asume una razón epistemológica autónoma, cuando en realidad lo que está en conflicto (posiblemente, lo que de hecho se esté intentando indagar y disputar con medios inadecuados) es la autonomía misma de la epistemología, es decir, el conjunto de argumentos, prácticas y roles institucionalizados a los que se les ha atribuido la capacidad de fijar la conversación y decidir sobre asuntos de hecho. En otras palabras, es una disputa de fundamentos sobre lo común y las formas establecidas de autonomía y de autoridad para lograrlo (¿Quién puede hablar con autoridad sobre la realidad? ¿En nombre de qué o quién? ¿Qué prácticas generan las garantías mediante las cuales un agente social puede separarse del problema social y dar una versiónprivilegiada del mismo? ¿Cómo estas garantías representan el tejido de normas a las que estamos vinculados?). Y en la medida en que esta autonomía de lo epistemológico es recíproca a la autonomía de lo político, lo que se disputa en estos casos -siempre dentro de contextos de presiones y urgencias que se leen de maneras diversas- es en verdad la institución, o el complejo de instituciones que gobiernan esta forma de interpretar, organizar y canalizar el conflicto social sobre la fijación de lo común. La parálisis racional es entonces el efecto de alternar entre lenguajes (el epistemológico o el político, en contraposición mutua) formados para posibilitar y orientar el conflicto público hacia a la legitimación de una resolución, cuando es esta misma alternancia la que refuerza la institución que se está disputando, que corresponde más bien a una formación indisociablemente epistemológico-política. En suma, la circularidad es el efecto de situar niveles distinguibles en el mismo plano.El desenlace de esta confusión marca dos opciones, que a los efectos prácticos significan lo mismo: o todas las “fuentes” tienen el mismo estatus, lo cual la idea de fuente no cumple un rol pragmático, o la epistemología -la práctica ordenada para indagar cómo distintas fuentes no dan lo mismo-, es defectuosa, impidiendo que mediante una indagación de las fuentes podamos adjudicarles autoridad sobre la comunidad de investigación y práctica (el “nosotros”) en su relación constructiva con el mundo. Aquí se cortan las conexiones establecidas entre producción de conocimiento y organización de la acción.El tercer punto es que, cuando reconocemos esta situación por sus efectos, puede resultar muy productivo pasar de la expectativa de racionalidades autónomas a mirar algo más amplio y primitivo, pero no menos complejo: esto es, como señalaba Hannah Arendt, el problema de cómo vivir juntos. Este asunto, como señalaría Bruno Latour, no es como los otros uno ya dividido entre dimensiones de hecho y de valor, sino lo que él llama un asunto de preocupación, donde estas dimensiones resultan inseparables y donde lo que se requiere es justamente un trabajo creativo de disociación y asociación. Para distinguir estos niveles de asuntos necesitamos otro lenguaje y otras prácticas relacionadas. Mi propuesta es que un lenguaje de co-producción epistemológico-político puede iluminar aspectos importantes, aquellos habitualmente opacos, del problema pragmático del saber sobre las fuentes del saber. Entre otras cosas, sugiero que esta tensión entre construccionismos y realismos está, en un nivel generalmente implícito, haciendo algo más que solamente tratar de elucidar un enigma epistemológico desde la razón especulativa. Está portando información institucional, de modo que al tomar un caso de interés y polemizar sobre la cientificidad de las fuentes, básicamente nos estamos diciendo algo importante sobre las normas que organizan la vida en común: nos estamos señalando peligros y oportunidades de desviarnos de ellas, así como alertando sobre recompensas y castigos. En este sentido el decir es una forma de realizar, a través del conflicto argumentado, una concepción de lo público y lo común, cuya genealogía puede marcarse en episodios históricos de la historia occidental en los cuales el problema epistemológico y el político no estaban suficientemente diferenciados, y en los cuales una determinada lógica de separación y asociación entre ambas fue la solución triunfante, que heredamos en nuestras instituciones contemporáneas. En este sentido, el cambio de escala y de mirada nos indica que no es la pureza de cada posición lo que nos asegura un acceso más puro a la realidad pura. Entendida ahora como una lógica de “descripción doble”, realismo y construccionismo no aparecen como dos perspectivas de conocimiento autónomas e irreconciliables sobre la realidad común, sino como dos ángulos de una misma forma de perspectivizar, aquella en que la realidad puede definirse según como puede ser regulada su transformación colectiva. La idea de “fuente científica primaria” contiene una gran cantidad de información a este respecto.Esta idea se ejemplificará más adecuadamente en la presentación. Avanzo algunos puntos metodológicos sobre los ejemplos. El fenómeno central en el que me concentro son las llamadas “controversias socio-técnicas”. Estas designan aquellos conflictos, generalmente argumentados, que aparecen cuando la existencia de un conflicto político alrededor de cómo estructurar un determinado problema para su tratamiento público activa una demanda de investigación científica, y donde los mismos juicios de conocimiento que se ponen en juego para arbitrar sobre los asuntos de hecho en conflicto se vuelven el objeto mismo de controversia. Este tipo de controversias constituyen un fenómeno donde el problema de la naturaleza epistemológico-política del problema de las fuentes puede indagarse bien. En primer lugar, porque de las situaciones de conflicto puede aprenderse mucho sobre la naturaleza de los problemas y de las razones que rodean a esta cuestión. El conflicto las sobredimensiona, las explicita y las exige en sus fundamentos y su capacidad de resolver situaciones difíciles, que de otra manera solo funcionan de manera tácita y rutinaria. Segundo, porque las fuentes científicas (la cientificidad de las fuentes) es la cualidad en la que las sociedades occidentales modernas han tomado como el terreno más firme, como las garantías más claras y seguras, desde el cual reducir el conflicto incesante de opinión y extraer una opinión autorizada sobre el mundo común. En este sentido la disputa por la cientificidad dirige la mirada a la conexión entre la opinión particular y la naturaleza de la fuente que la podría sustentar, en tanto expresión de un modelo colectivo de autoridad. Una fuente científica codifica así una categorización muy compleja que atribuye a un discurso una capacidad de organizar y publicitar la autoridad sobre lo real. El conflicto sobre la cientificidad de una fuente descubre de este modo una estructura tácita fundamental de la razón pública moderna: los modos de expresión y decisión entre fuentes como expresiones de modos de autoridad. Entonces, ¿Cuál es esta naturaleza de una fuente primaria tal que pueda indicarnos algo sobre la naturaleza de la realidad? El último fenómeno de interés metodológico que quiero destacar es aquel que permite indagar en esta pregunta. Propongo que en casos de interés público, la prioridad social que se da a la práctica científica por sobre otras prácticas no tiene tanto que ver con la expectativa de un juicio infalible sobre una realidad externa, posibilidad ajena a cualquier forma de saber con valor práctico, sino con la producción de algo más terrenal: objetividad. El tronco del argumento tradicional de la objetividad nos dice que la ciencia “experta” es aquella forma de producción y selección de saberes que, dadas sus reglas profesionales o sus métodos basados en el escepticismo crítico y el control experimental, excluyen criterios políticos o ideológicos de la lógica de selección. Esta lógica, vista como un oasis de imparcialidad en medio del masivo choque de perspectivas e intereses, es históricamente propia a las democracias liberales. Es entonces esta virtud idealizada de ofrecerse al control social simétrico e independiente, más que la correspondencia externa con los fenómenos -criterio esencial pero siempre falible, y en algunos casos, secundario-, la que despierta compulsión a buscarla por las partes opuestas en el conflicto político. Este aspecto convivencial del ideal científico conlleva un principio social más estable: que, del conjunto de saberes que pueden resultar fiables a distintas personas según sus contextos y propósitos, solo el juicio objetivo acerca de los hechos es aquel que es justo aceptar. Así se puede ver que, si bien una condición para lograr objetividad es la separación de las prácticas científicas de las políticas, esta separación depende de una lógica de conexión entre ambas. Para lograr su efectos prácticos en el conflicto público, realismo y construccionismo se constituyen como estrategias epistemológicas diferenciales que apelan de igual modo a principios comunes de objetividad, y es de esta manera que se conectan con rutas normativas de coordinación y control de la acción y experiencia colectiva, donde luego a se enlazan con la lógica de la acción política. En esta escala de funcionamiento, si bien no podemos hablar de una identidad total, tampoco hay grieta. Ambas estrategias ponen en juego formas de interpretar y asignar modos de autonomía y autoridad que son transversales al pensamiento epistemológico y al político como aparecen en la experiencia occidental, específicamente allí donde dominan regímenes de institucionalidad liberal-democrática.