CIECS   20730
CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SOBRE CULTURA Y SOCIEDAD
Unidad Ejecutora - UE
capítulos de libros
Título:
Hacia la matriz vulnerabilidad clases sociales: enfoques de Rubén Kaztman y Susana Torrado
Autor/es:
GABRIELA LILIANA GALASSI
Libro:
Lecturas sobre vulnerabilidad y desigualdad social
Editorial:
Copiar
Referencias:
Lugar: Córdoba; Año: 2009; p. 20 - 55
Resumen:
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Tan
antiguo como es la existencia de la desigualdad social, es el interés por la
caracterización de la calidad de vida, tanto a nivel de individuos, como de
hogares y de comunidades. Ya en la Antigüedad Clásica,
los pensadores y filósofos se preguntaron acerca del significado de estas
cuestiones: la disquisición sobre la felicidad como bien supremo de
Aristóteles, el concepto de bien indagado por Platón, entre otros. Sin
embargo, la aparición del concepto de calidad de vida como tal es relativamente
reciente (Espinoza Henao, 2004; 5-8). A pesar de que ya había sido tratado de
una manera embrionaria (aludiendo a la felicidad) por los economistas clásicos
del siglo XIX, su popularización data de la década de los sesenta. En esos
años, emerge un creciente interés por analizar el bienestar humano, de la mano
del afianzamiento del Estado de Bienestar. Responde a la necesidad de revisar
los objetivos de la política pública, dando supremacía a la generación de
empleo, la reducción de la desigualdad social, la eliminación del paro y la
satisfacción de las necesidades básicas. A principios de los ochenta, los
estructuralistas de la CEPAL
incorporan la noción de calidad de vida al debate sobre los estilos de
desarrollo de América Latina
Más allá de su acepción, lo primero que es menester
identificar es que la noción de calidad de vida no es un concepto cosmopolita,
sino que su naturaleza es fundamentalmente subjetiva. Esto es así dado que en
él se reflejan las diferencias culturales, históricas y temporales. Al
respecto, existen algunos estudios que han indagado sobre las distintas
percepciones que tienen los individuos sobre su calidad de vida en base a
encuestas de opinión (BID, 2008; 3-4). Por otro lado, no menos importante es el
hecho de que se trata de un fenómeno de carácter multidimensional. Un simple
indicador o ámbito analizado suele resultar insuficiente a la hora de
proporcionar una imagen de la calidad de vida en una sociedad.
Sin
embargo, y pese a la complejidad intrínseca de este fenómeno, repetidos han
sido los esfuerzos por obtener una medida objetiva del fenómeno de la calidad
de vida, a fin de posibilitar su comparación tanto de manera transversal como
temporal. Contemporáneamente con la popularización del concepto de calidad de
vida, las ciencias sociales iniciaron su camino de desarrollo de indicadores
que permitieran medir el bienestar de una población. En un primer momento,
dichos indicadores se apoyaron exclusivamente en elementos objetivos, como las
condiciones económicas y sociales, y evolucionaron hasta incluir algunos
elementos subjetivos. Aún hoy no existe consenso sobre la definición de calidad
de vida. Sin embargo, este tema, tanto a nivel teórico como a nivel
operacional, dista de haber llegado a un estado de madurez.
Ya en
la década del cuarenta comenzó a medirse la actividad económica, que da cuenta
de ciertos aspectos relativos a la calidad de vida, pero sólo se hacía
referencia a los bienes y servicios (Camou, Maubrigades, 2005; 1-4). El
indicador más comúnmente empleado desde entonces es el PIB per cápita, pero fue
sometido a numerosas críticas. Camou y Maubrigades señalan que las
investigaciones que usan este indicador han arrojado resultados contradictorios
con otras mediciones de calidad de vida (esperanza de vida, nivel educativo,
etc.). Las principales limitaciones del PIB per cápita como indicador de
bienestar: omisión de la distribución del ingreso y de la economía informal;
inclusión de ciertos bienes y servicios que no presentan una mejora en la
calidad de vida (como las armas); necesidad de una valoración monetaria de
bienes y servicios.
Frente
a estas limitaciones, se erigieron otras líneas argumentales que intentaron dar
respuesta a la insatisfacción con el PIB per cápita como indicador de calidad
de vida: el enfoque de las necesidades básicas y el de las capacidades, de
Amartya Sen (Sen, 1992). El primero define una canasta de bienes y servicios
necesarios para una vida digna, mientras que el segundo, más amplio por
definición, incluye el concepto de capacidades básicas de los individuos que
les posibilitan adquirir y elegir los bienes y servicios básicos que consideran
necesarios para tener una vida mejor. Es esta última concepción que contraría
la idea de estimar el bienestar según el ingreso o canasta de bienes. Sin
embargo, estas innovaciones se ven restringidas por la dificultad de conseguir
información con tal nivel de detalle.
Desde la perspectiva del desarrollo humano, surgió
el Índice de Desarrollo Humano (IDH), utilizado por Naciones Unidas desde 1990,
que incorpora los conceptos anteriormente mencionados. Este indicador mide el
éxito promedio de un país en alcanzar
mejoras en torno a tres dimensiones básicas del desarrollo humano: vida larga y
saludable, conocimientos y nivel aceptable de vida. Sin embargo, dada la
arbitrariedad de su construcción (se trata de un índice ponderado con pesos
específicos) y la imposibilidad de realizar comparaciones interpersonales a
partir del mismo, se ha suscitado gran discusión acerca de su alcance y
utilidad práctica.
En
paralelo a todos los indicadores comentados, y subyacente a la idea de calidad
de vida, está el concepto de pobreza. La pobreza es también un fenómeno
multidimensional y subjetivo (Serrano Moya, 2002;1-4). Las numerosas
definiciones dadas por organismos internacionales y numerosos autores apuntan a
privación, carencia, de recursos o medios de subsistencia. Se trata de un
concepto material y de necesidades. La medición de la pobreza se realiza en un
marco arbitrario, basado en elementos materiales, como el ingreso o el consumo.
Existen numerosos métodos y construcciones complejas al respecto, pero la
metodología que ha sido hegemónica es la de la Línea de Pobreza, que clasifica a individuos u
hogares como pobres si su ingreso no alcanza a cubrir una canasta básica que
incluye alimentos y otros bienes esenciales (salud, educación, vestimenta,
vivienda, etc.). Sin embargo, y a pesar de ser el indicador dominante en los
estudios de calidad de vida debido a su simpleza de cálculo y la consiguiente
posibilidad de comparación internacional e intertemporal, conlleva la
limitación de ser unidimensional, lo cual confronta con la realidad de un
fenómeno multidimensional como es el bienestar. Múltiples respuestas han sido
propuestas para este inconveniente.
Una
de ellas es el concepto de vulnerabilidad. Una postura muy difundida en los
estudios latinoamericanos es la de la Comisión de Estudios para América Latina (CEPAL,
2002:1-8). En este marco, se define a la vulnerabilidad como la cualidad de lo
que puede ser herido o recibir lesión física o moralmente. Se definen tres
elementos que deben concurrir a fin de que se materialice un daño: un evento
potencialmente adverso, una incapacidad de respuesta y una inhabilidad para
adaptarse al nuevo escenario. La condición de vulnerabilidad así definida queda
referenciada al contexto y situación particular bajo estudio.
El
enfoque en cuestión rescata el carácter multifacético de la noción de
vulnerabilidad. A fin de circunscribir la noción para que pueda ser
operacionalizada, limita el objeto de estudio a la vulnerabilidad
sociodemográfica, haciendo énfasis en los aspectos sociodemográficos de la
vulnerabilidad.
Sin
embargo, cabe mencionar la limitación que presentan esta acepción de
vulnerabilidad para identificar grupos sociales. No se puede soslayar el hecho
de que ninguna de ellas incluye la percepción de los riesgos, que son incluidos
en la noción de vulnerabilidad. Además, al enfocarse en identificar grupos
homogéneos internamente y heterogéneos entre ellos, dejan de lado las
diferencias intragrupales que hacen a la capacidad de respuesta y la habilidad
de adaptación de los individuos, matices reconocidos como básicos dentro de la
conceptualización de vulnerabilidad.
Una
de las líneas de pensamiento abierta por CEPAL alude a la relación entre la
vulnerabilidad social y el concepto de activos. Surge del reconocimiento de que
la medición de la pobreza como carencia de ingresos alude en el fondo a la
insuficiencia de activos (dentro de los cuales se incluye al ingreso). La
vulnerabilidad se caracteriza por un déficit de activos, su devaluación o la
inhabilidad de manejarlos, creando debilidad en los individuos para afrontar
dos riesgos sociales básicos: la pobreza y la movilidad socioeconómica
descendente. A partir de este enfoque y de otros que han propuesto la
consideración de activos (Moser y Felton, 2007; 1-2), Kaztman propuso su línea
de pensamiento que complementa la propuesta con la incorporación de la
estructura de oportunidades, acercándose a la medición del riesgo.
La
consideración de la condición de pobreza o vulnerabilidad (riesgo de
experimentar movilidad social descendente) proporciona sólo una imagen parcial
del bienestar o la desigualdad social. Los individuos de una sociedad detentan
diferentes grados de vulnerabilidad (condición más de tipo individual)
independientemente de su posición relativa en la estructura social (refiriendo
a un rasgo principalmente de tipo relacional o relativo al resto de los
individuos de la sociedad). Pero este posicionamiento también es determinante
del bienestar, es decir, de la calidad de vida, y de ahí que el análisis de
vulnerabilidad arroja sólo una imagen parcial.
No
menos importante es entonces la dimensión relativa a la estratificación o
estudio de clases, que se ocupa del análisis de la estructura de clases
sociales en una comunidad. Los estudiosos en este tema han debido enfrentar el
dilema respecto a si tomar como criterio de estratificación elementos
socioeconómicos o si hacerlo en base a patrones culturales. Los que han optado
por la primera alternativa, argumentan que es la única forma de alcanzar un
enfoque empírico y cuantitativo (y no simplemente valórico y normativo). Susana
Torrado es una investigadora argentina inscripta en esta línea argumental, ya
que plantea una metodología de estratificación social en base a atributos
económicos u ocupacionales. En su libro Estructura Social de la Argentina 1945-1983 (Torrado, 1992), la
autora analizó la evolución de la estructura social de este país, empleando los
censos de población de 1947, 1960, 1970 y 1980. A partir de las
variables relativas a la inserción en el mercado laboral, la autora construyó
una variable denominada Condición Socio-Ocupacional (CSO), consistente en una
delimitación empírica de estratos ocupacionales, a fin de operacionalizar el concepto
de clase social. En otro artículo de su autoría, Estrategias de desarrollo,
estructura social y movilidad, Torrado amplía el período de análisis
comenzando desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX (con el Censo
1991). Una particularidad de los trabajos de Torrado es la vinculación
analítica que hace de la estructura social con los modelos de acumulación o
estrategias de desarrollo.
En
este artículo se propone la posibilidad de combinar ambas miradas (la de la
vulnerabilidad social y la de la estratificación)[1]. Como
ambos son enfoque dentro de la rama de la desigualdad social y la calidad de
vida, cada uno cuenta algo distinto acerca del complejo fenómeno
multidimensional de la situación social de los individuos y hogares. Es así
que, para tener una imagen más completa de la realidad social en la que están
inmersos los individuos, sería factible operacionalmente cruzar ambas.
El
resultado sería una matriz, en cuyas casillas estarían los individuos que
comparten el mismo grado de vulnerabilidad y se hallan dentro de la misma clase
social. Se podría decir que estos individuos tienen más características
sociales comunes que si sólo se considera al colectivo de una clase social, o
al grupo que comparte un mismo grado de vulnerabilidad Se gana en calidad
analítica, sin agregar complejidad a la operacionalización, ya que es posible
hacer esto en base a enfoques que ya tienen un correlato en la aplicación
empírica.
Apelando
a la intuición, se podría decir que una caracterización tal es particularmente
importante para los individuos de clase media, que están a mitad de camino
entre los extremos alto y bajo de la estructura social. Identificar a los
individuos de clase media que son altamente vulnerables o propensos a
experimentar una movilidad social descendente, y distinguirlos de aquéllos que,
perteneciendo a la clase media no tienen alto riesgo de caer en la pobreza, es
de particular imporancia para el diseño de la política social. Ésta no suele
tener un carácter preventivo, sino que está dirigida a los grupos que ya se
hallan en situación de insuficiencia de ingresos. Sin embargo, debería ampliar
su objetivo a aquéllos que, a pesar de tener condiciones de vida aceptables, se
encuentran más expuestos ante cualquier contingencia negativa. Y suele ser la
clase media justamente el grupo donde se halla la mayor parte de dichos
individuos. El cruce de los enfoques de vulnerabilidad y de estratificación
podría aportar un método de comprobación empírica de la hipótesis aquí
planteada.
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En
el presente ensayo se revisará, en primer lugar, la experiencia en América
Latina que ha servido de semillero para las ideas de Kaztman y Torrado. Luego
se continúa presentando el enfoque de Kaztman, haciendo una breve referencia a
Caroline Moser, su precursora. Finalmente, se abordan los estudios de
estratificación clásicos, concentrando la atención en el enfoque de Susana
Torrado. El ensayo culmina con algunas reflexiones acerca de las líneas
teóricas aludidas.
[1] Cabe aclarar que es posible efectuar un
cruce entre vulnerabilidad social y estratificación dado que la vulnerabilidad
no entraña una clase social (la de los vulnerables), sino que se trata de una
condición de riesgo que puede estar presente en cualquier clase social.