INVESTIGADORES
CARMAN Maria
artículos
Título:
Gardel canta cada día mejor... en el Abasto
Autor/es:
CARMAN, MARÍA
Revista:
Contratiempo
Editorial:
Contratiempo
Referencias:
Año: 2003 p. 8 - 15
ISSN:
1667-8370
Resumen:
En este artículo interesa pensar de qué modo se reinventa el barrio de Carlos Gardel apelando a su nombre, su imagen o bien a otros hitos y figuras tangueras que rodean al mito. Creemos que la reactivación del patrimonio del Abasto es imposible de ser pensado fuera de la constante exaltación de la figura mítica de Gardel; en la medida en que ésta es parte fundamental de las creencias, prácticas y representaciones de los habitantes de la ciudad, incluso de las disputas materiales y simbólicas que se despliegan entre los distintos sectores sociales de este escenario vecinal. Intentaré abordar brevemente por qué resulta lícito considerar a Carlos Gardel, entre otras cosas, como un fenómeno de religiosidad popular. Gardel aggiornado, ubicuo, sobrenatural.     Desde su trágica muerte acontecida en 1935 hasta la fecha, Gardel ha sido el más persistente “héroe” nacional. Según lo expresa la antropóloga italiana Sabrina Carlini –que se encuentra en Buenos Aires estudiando el mito- en él convergen una devoción popular que, a diferencia de otras figuras del “olimpo” mítico argentino como Perón o Evita, guarda un consenso unánime, de tal modo que se vuelve imposible pensar una Argentina sin Gardel. Siguiendo a Carlini, el aura mítica de “San Gardel” –patrono de la música porteña- se alimenta de diversas fuentes: el misterio de su origen (recordemos las disputas sobre su lugar de nacimiento entre franceses, uruguayos y argentinos; disputas que hoy continúan), el ocultamiento de ciertos aspectos de su vida y por supuesto, su muerte imprevista en la plenitud de su carrera. Ateniéndome solamente a los principales episodios necrológicos, tan caros a los argentinos, es justo recordar que Gardel tuvo en total cuatro velorios –algunos de varios días, espeluznantes-, y su cadáver deambuló en ferrocarril, en barco y al hombro (cuando lo exigían las dificultades de la montaña) por distintas ciudades de Colombia, Nueva York, Montevideo y Buenos Aires, donde alcanzó el descanso definitivo en el cementerio de la Chacarita casi un año después. Un itinerario increíble, descomunal, donde no faltó un último velorio con las tribunas repletas en el estadio Luna Park, con orquesta incluida. Quizá este viaje mortuorio con dejo de infinito unido a la también infinita adoración popular, solo sea comparable al que sufrió el cadáver de Evita, cuyo impactante relato agita las páginas de la novela Santa Evita de Tomás Eloy Martinez. O el de Hipólito Yrigoyen, velado por tres días, llevado a pulso al cementerio de la Recoleta, con la tapa del féretro abriéndose en medio de la multitud venida de todo el país para sus funerales. Hoy día, la tumba de Gardel en el cementerio porteño de la Chacarita es objeto de continuas peregrinaciones de “fieles” y familias que llevan ofrendas, prenden velas a su imponente estatua y toman mate a sus pies, le formulan pedidos y lo convierten en una suerte de dios protector a su alcance. En la mano de bronce de su estatua suele haber un cigarrillo encendido, como si se tratara de una antorcha griega, o de un único cigarrillo imperecedero. Los refranes populares condensan este caracter divino del más célebre cantor de tangos de la historia: “Gardel canta cada día mejor”, “Andá a cantarle a Gardel”, o bien : “X se cree Gardel”, lo que equivale a decir que se cree Dios.