INVESTIGADORES
CARMAN Maria
artículos
Título:
“Miradas antropológicas de la ciudad: desafíos y nuevos problemas”
Autor/es:
LACARRIEU, MÓNICA; CARMAN, MARÍA; GIROLA, FLORENCIA.
Revista:
Cuadernos de Antropología Social
Editorial:
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Referencias:
Lugar: Buenos Aires; Año: 2009 vol. 1 p. 7 - 16
ISSN:
0327-3776
Resumen:
¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano. ¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano. ¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano. ¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano. ¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano. ¿Por qué a más de un siglo de la institucionalización de nuestra disciplina, los que hemos decidido abocarnos a los estudios antropológicos urbanos debemos continuar “bajo sospecha”? La razón que suele esgrimirse alude al aparente origen disciplinario, cuando la antropología se repartió las “aldeas nativas” en proceso de colonización y la sociología se afincó en las metrópolis occidentales. Ese “pecado de origen” ha permeado el desplazamiento que, siguiendo a Hannerz (1986), más por factores externos que internos a la disciplina,1 el antropólogo ha realizado hacia mediados del siglo XX y llega hasta el día de hoy con una pregunta insistente: ¿qué es lo que diferencia al quehacer del antropólogo en la ciudad con relación al que desarrolla el sociólogo en el mismo contexto? A esta altura, y en coincidencia con diversos especialistas de lo urbano, consideramos que las ciudades del presente son un “problema socialmente producido dentro y mediante un trabajo colectivo de construcción de la realidad social” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 178-9), un problema social legitimado no sólo en el campo académico, sino también en los medios, el ámbito político y la sociedad en su conjunto que, como tal, debería exceder la clásica rivalidad que ha enfrentado antropología a sociología, porque lo que ocurre en las ciudades no puede ser estudiado por una única disciplina; el asunto se plantea en torno a la naturaleza y pertinencia del conocimiento antropológico urbano.