INFORME ESPECIAL
“Me clavó el visto”: cómo las nuevas tecnologías pueden generar control y violencia o potenciar el amor
Tres investigadores del CONICET estudian la espera en las relaciones amorosas en aplicaciones como WhatsApp y Facebook
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Se espera en el médico, se espera en la parada del colectivo, se espera en la entrevista laboral para un nuevo trabajo y en un embotellamiento de autos. Y también se espera en el amor: que se repita una cita, que se enamore, que aparezca el amor de la vida. Ese fue el núcleo de la investigación de tres científicos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET): la espera en las relaciones amorosas -ese tiempo suspendido, nube de expectativa y ansiedad que flota en el universo cotidiano de cada uno sin poder predecir su fecha de vencimiento, pero que además se potencia por el uso de tecnologías como Facebook y WhatsApp- en jóvenes heterosexuales de clase media del Área Metropolitana de Buenos Aires.
Estas aplicaciones, tan presentes en las relaciones de hoy en día, generan control y también descontrol sobre uno mismo y la pareja, modifican y moldean el estado de ánimo al disparar, entre otros síntomas, los celos excesivos. Cuando alguien espera hay alguien que se hace esperar, pero eso no es fijo: en las relaciones amorosas los sujetos cambian y las dinámicas se modifican, señalan los sociólogos del Instituto de Investigaciones Gino Germani Maximiliano Marentes, Mariana Palumbo y Martín Boy, autores del trabajo Me clavó el visto: los jóvenes y las esperas en el amor a partir de las nuevas tecnologías, que se enmarca en un proyecto que problematiza las esperas –en tres aspectos: el amor, el trabajo y la salud- y dirige el investigador del Consejo Mario Pecheny.
¿Cómo surgió este trabajo? “Los tres estudiamos temas de amor romántico y violencia y nos interesó problematizar el contexto de redes sociales como forma de relacionarse, no como ruptura del lazo social sino en su impacto en los vínculos”, señala Mariana Palumbo. “Para nosotros las redes no son negativas: con ellas la gente se suma, se relaciona, se recontra erotiza. Solo que a veces, como permiten tanto control también hacen que el sujeto se descontrole más: nos hacen sentir que el otro no está haciendo lo que se espera”. Para el paper, realizaron 25 entrevistas en profundidad a jóvenes en las que recrearon escenas de su vida vinculadas a la espera y el amor.
“Antes había más paciencia y era imposible estar sobre el otro”, amplía Martín Boy. “Las esperas en los vínculos eran irremediablemente tediosas: se mandaba una carta que tardaba días o semanas, y luego la respuesta que tardaría otro tanto. Ahora, con la tecnología, las esperas ya no concilian con la idea de tiempos largos, y la necesidad de inmediatez genera escenas de conflicto, discusión, ira, bronca, desamor; pero cuidado: también la resolución de escenas con esos condimentos pueden derivar en una mayor fusión entre los amantes, reconciliaciones que reestablecen el equilibrio en el `vos sos el centro de mi vida, si te hice esperar fue sin querer, no a propósito`”.
“Lo que pasa hoy en día –coincide Maximiliano Marentes- es que hay muchas formas de mitigar y derribar esa espera. Pero a la vez es un engaño: creemos que podemos romper esa espera rápidamente, pero como a la vez no se rompe, si yo puedo ver que el otro no me está respondiendo, se fabrican otras esperas, más dolorosas”.
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Los emoticones, poner un me gusta, enviar un audio y hasta el sexo virtual son algunos de los nuevos códigos de la comunicación afectiva. Las redes sociales permiten otras formas de relacionarse, mostrar afecto y también de comenzar una disputa. Porque la promesa de fidelidad se puede romper si veo que mi pareja puso un “me gusta” a otra persona potencialmente “peligrosa” para el vínculo. O porque nos permiten tener información sobre los movimientos del otro: cuándo fue la última vez que tuvo el teléfono a mano, a qué distancia se encuentra de mí. Las redes sociales también ofician de informantes: agregan información pública a la imagen que el sujeto amoroso tiene del sujeto amado. O permiten que los amantes sientan que están cercanos, aunque en lo físico estén distantes.
Uno de los hallazgos de la investigación científica sobre el tema fue llegar a ver cómo las nuevas tecnologías detonan distintas escenas de violencia pero también de erotización en los jóvenes. “Cómo median estas nuevas tecnologías y generan afectividad marcada porque `me clavaste el visto, entonces me hacés esperar`. Esa espera es negativa: dejo de ser el sujeto más importante para el otro, eso desata una discusión o escena de violencia. Pero luego eso se resignifica, y se reerotizan los jóvenes: a partir de eso vuelven a construir su vínculo”, explica Martín Boy.
Y continúa: “En este punto, se nos ocurrió complejizar esto de que la violencia no es amor, porque dentro del amor siempre puede estar la violencia en distintas escalas –desde controlar el celular del otro, movimientos del otro, pensar al otro como una propiedad y todo lo que eso provoca-. Y cómo eso se reactualiza con estas nuevas herramientas”.
“Hay algo de lo que pasa en el amor en términos generales en torno a cómo lo definimos y cómo debería ser –agrega Maximiliano Marentes-. Estamos acostumbrados a decir que si hay violencia no es amor, pero nosotros nos paramos un poquito más atrás, y vemos que si en todos estos vínculos hay escenas o rispideces, tensiones, entonces son parte del amor. Las relaciones son más porosas de lo que acostumbramos a pensar”.
Ese punto se relaciona con la lucha del Día de la Mujer, celebrado el 8 de marzo pasado. “Desde esa perspectiva –indica Mariana Palumbo- quisimos aportar a pensar la violencia desde lo académico. No son violencias extremas, como los feminicidios, pero sí son primeras violencias, más cotidianas e invisibilizadas, que deben tenerse en cuenta. Como son parte de lo amoroso la gente no se escandaliza, pero al analizarlo y verlo seriado se ve un problema: las redes sociales disparan los celos y control en la espera, con mucha vehemencia y de modo vertiginoso”.
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Se podrá suponer que los jóvenes responden a nuevos parámetros respecto al amor. Sin embargo, un rasgo que les llamó la atención a los científicos durante su trabajo de campo fue que en el universo de sus entrevistados –jóvenes de entre 18 y 24 años-, la mayoría manejó conceptos que se vinculan con el amor romántico. Es decir que en esta generación aún sobrevuela la idea de “búsqueda” personal del ser amado ideal, los afectos y sus expresiones corporales -caricias o besos- por sobre la relación sexual, la idealización del sujeto amado, la propuesta de un proyecto compartido que perdure en el tiempo, la promesa de la fidelidad y la entrega total. “Y las fisuras de estas representaciones generan situaciones de conflicto y discusión, sobre todo cuando se quiebra la premisa fundamental del vínculo amoroso, cuando uno o el otro ya no es el centro del mundo (del otro y del propio)”, aclara el paper científico de estos investigadores.
“La dimensión del amor romántico es la del individuo –apunta Maximiliano Marentes-. Está bastante estudiado que el amor romántico se constituye como tal ante la idea del individuo, su deseo y demás. Eso es algo que tenemos naturalizado pero es bastante nuevo en la historia de la humanidad”.
Entre los dilemas de la actual vida tecnologizada, hay uno que es trending topic: ¿revelar o no revelar la contraseña de Facebook al ser amado? “Se toma como una prueba de amor. El amor romántico tiene muchos elementos violentos, de control y celos. Pero también, a partir de estas prácticas violentas, los jóvenes reactualizan su amor porque si finalmente brindan su contraseña, dan a su pareja una señal de confianza”, indica Mariana Palumbo.
¿Y qué sucede en los vínculos gay? ·”En los gays –advierte Marentes- hay más porosidad en los vínculos, más amigos, novios, amigos con derechos, parejas, nos conocemos y es el levante de hoy, lo cual hace que se complejice más, y además está la hipersexualización como estrategia erótica en los varones hacia el plano sexual, sin tanta espera. Eso genera otras dinámicas, aunque siempre hay matices”.
Otro punto importante es directamente el lugar que se le dan hoy en día a las relaciones amorosas. “El vínculo hoy tiene para el sujeto un montón de cuestiones que antes no se le jugaban. Si se me juega mucho ahí y esta espera se dilata, me voy a poner peor. Porque tener un amor nos da valor. Y si vos me dejás esperando, no me estás valorando a mí, y por ende yo no estoy valiendo socialmente. Antes, como las cosas eran más lentas, no era tan así. La gente se casaba antes, tenía más hijos. Eso también se modifica. Si el otro no está o no aparece, va a tener connotaciones peores”, asegura Palumbo.
Según señalan los científicos, antes, en la década de los 60, había un modelo más tradicional que ordenaba al mundo: por empezar, uno tenía un trabajo fijo. En los 70, los valores que primaban eran los de la militancia. Ese modelo hoy en día está en decadencia. . “Ahora estamos en una modernidad tardía, un momento de modificación de los lugares de pertenencia de los sujetos –apunta Palumbo- Los sujetos pueden elegir y el Estado legitima las formas de buscar: muestras de ello son Tinder y Happn, donde hay para todos los gustos y ya”.
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Estos científicos insisten en que todos somos teóricos del amor. Es un rubro que nos atraviesa indefectiblemente. Este hecho jugó inclusive en la subjetividad de ellos mismos, cuando comenzaron allá por 2015, a definir el tema de este trabajo. “Como investigadores no estamos afuera de lo que estamos investigando”, señala Martín Boy. Él estaba en plena separación después de un año de relación de pareja. Había tenido escenas de celos, posesión, control, pero no las había vivenciado como violencia. “Este estudio me permitió problematizar lo que me había sucedido”.
A Maximiliano Marentes lo mató la espera. Al momento de comenzar la investigación estaba conociendo a alguien, iban a encontrarse en una plaza a la salida de su taller literario, pero por alguna razón su pretendiente se atrasó. “Esperé 40 minutos, lo divertido fue que me quería hacer el que estaba tranquilo y por dentro tenía un nivel de ansiedad que me sacó de mi costado zen y me hizo vivenciar todo lo que venía describiendo en términos analíticos”.
Por el lado de Mariana Palumbo, al comenzar el trabajo estaba soltera y stalkeaba a los hombres que le gustaban: “Medía los tiempos de cuándo me respondían, cuánto tiempo esperar para ver a tal persona, los veía conectados en Facebook y me ponía ansiosa. Y con los amigos, aunque tardaran en responder, yo no hago nada de eso. Entonces, trabajar con esto me hizo replantearme por qué con la pareja sí lo hacemos”.
¿Se sienten más capacitados estos científicos para las cuestiones amorosas luego de hacer la investigación? “Sí”, responden los tres al unísono. “Para deconstruirse a uno mismo y darse cuenta que muchas veces uno le pide demasiado al amor. Muchas veces los que mejor surfean la corriente del amor son los que tienen una visión más pragmática: esto es así y punto. Para los que empiezan con muchos ideales, cada ideal que no se cumple implica un sufrimiento”, ensaya Mariana Palumbo.
¿Cuáles son los umbrales de espera? ¿Cuánto puedo esperar? Y, ¿hasta qué punto nuestras propias experiencias amorosas –que generalmente vivenciamos como únicas- no están guionadas por nuestros marcos culturales? Las esperas en las relaciones amorosas, observan estos científicos, se enmarcan en un libreto esperable y que se reitera. No somos originales. Al fin y al cabo, todo lo que necesitamos, todos, es amor.