PROGRAMA NACIONAL DE CIENCIA Y JUSTICIA
Laura Pautassi: la científica feminista que vela para que el cuidado sea un derecho humano
Una investigadora pionera en definir el derecho al cuidado, a cuidar y al autocuidado.
Laura Pautassi tiene una trayectoria excelsa como científica del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y una agenda llena de viajes y compromisos que podría llegar a ser difícil de compatibilizar con una vida privada con dos hijas, una de 12 y otra de 15 años. Pero nada de eso fue un impedimento en su vida, más bien se constituyó como un motor de búsqueda: como profesional, llegó a definir que el cuidado es un derecho humano en paralelo a construir, puertas adentro de su casa, relaciones de género equitativas. “En cada hogar y no solo entre las parejas deberían construirse relaciones sociales de género en plano de igualdad -dice-, y que la división del trabajo sea absolutamente horizontal, viable y necesaria: especialmente que los varones que lo integran asuman sus responsabilidades. El equilibrio es un desafío enorme pero posible. Y no se debe lograr a ´costa ´ de nadie, con lo cual esta división del trabajo debe alcanzar también si existe una trabajadora que asista al hogar -trabajadoras de casa particulares- en donde se delimite el trabajo que realiza, se lo reconozca en su condición y en remuneración y en sus derechos de seguridad social. Y esta pelea, además, trasciende los hogares: también debemos darla puertas adentro de las instituciones que nos contienen, para romper con la asimetría existente entre varones y mujeres, alcanzar la paridad y el cese de discriminaciones múltiples para con las mujeres, y preservar el autocuidado”.
La palabra autocuidado no es casual en boca de esta científica. Remontémonos a 2007. Quito. Conferencia Regional de la Mujer en América Latina y el Caribe. Frente a ministras de la mujer y miembros de la sociedad civil, Pautassi, científica, ya toda una especialista en derechos económicos, sociales y culturales, delgada, pelo oscuro, voz vehemente, toma la palabra. Dice “cuidado” varias veces. No lo dice como sinónimo de alerta sino todo lo contrario: se refiere a cuidar, a poner interés, atención. Habla de algo que suena básico pero en la práctica no lo es: el derecho que todo ser humano a ser cuidado, a cuidar y al autocuidado. Propone desnaturalizar cuestiones que se dan por hecho –como que la mujer madre deba cuidar a su hijo-: “¿por qué habitualmente se endilga a la mujer tener la “obligación” de cuidar a su hijo y no al padre?”, se pregunta. La propuesta de instituir el Derecho al Cuidado es aplaudida por los miembros de la conferencia. A partir de ahí se generan consensos para firmar para su reconocimiento, nada más y nada menos que como un derecho humano básico.
¿Cómo nació su idea, básica y necesaria a la vez? Según puntualiza la especialista, a partir de la democratización para el acceso a la píldora anticonceptiva -que facilitó la inserción de las mujeres en el ámbito laboral-, la conciliación trabajo-familia se constituyó como el gran tema para el ejercicio efectivo de la autonomía de las mujeres en la región. “A las mujeres –asegura Pautassi-, los hijos les afectan fuertemente en la trayectoria laboral; no así a los hombres”. En esa línea, el Derecho al Cuidado tuvo un impacto enorme: “Fue uno de los grandes temas de incidencia de los últimos años. Se logró que se considerase que todos tenemos ese derecho: no es un derecho para las mujeres sino un derecho humano, también del niño y del adulto mayor”.
Claro que aunque es un derecho para todos, en el caso de las mujeres su importancia es más sencilla de visibilizar. Tal como explica Pautassi, aunque su trabajo esté invisibilizado en las cuentas nacionales, las mujeres contribuyen de manera definitiva en el Producto Bruto Interno (PBI) de los países, cocinando, lavando, planchando: asegurando que la fuerza de trabajo se mantenga productiva. Los estudios de género lo postulan desde hace años: el trabajo de las mujeres es tanto el remunerado como el mal llamado no remunerado -que generalmente hacen las mujeres amas de casa-. “Primero se lo llamo ´trabajo reproductivo´, y en los últimos años, de la mano de los aportes de las economistas feministas, comenzó a entenderse como ´economía del cuidado´: un nombre –aclara Pautassi- más aggiornado a los tiempos pero sobre todo por hacer visible la producción de valor económico”.
Del trabajo forzoso y otras cuestiones
“Las amas de casa garantizan la fuerza de trabajo, así como las mujeres somos las únicas encargadas en reproducir la especie hasta ahora, pero no hay nada innato del cuidado. Eso es lo que construye el modelo patriarcal: que debemos ser las mejores cuidadoras, pero no estamos obligadas a cuidar. Ni siquiera la ama de casa considera que lo que hace es trabajo: alguien que plancha nueve horas pero no lo considera una tarea como tal. Y cuando alguien le pregunta `¿qué hiciste hoy?` dice `nada.”. La idea del Derecho al Cuidado, entonces, fue trascender que solo se considere algún tipo de regulaciones para las trabajadoras asalariadas (como la licencia por maternidad o lactancia) y muy escasas para los varones asalariados (por ejemplo, solo dos días por nacimiento de hijos). Al ser considerado un derecho humano, es independiente de si las normas laborales lo contemplan: cada persona es portadora de este derecho, y por lo tanto las responsabilidades se distribuyen, especialmente para el Estado que queda obligado a garantizarlo y a proveer infraestructura del cuidado, independientemente al nivel de ingresos o de la inserción laboral de cada persona.
La norma tiene que ver con situaciones que viven las mujeres a causa de esta doble jornada “forzosa” de trabajo, que les genera, entre otras cosas, estrés. En cuanto a este derecho en Argentina, Pautassi aclara que “estamos muy tarde en la agenda de cuidado, porque hay una gran cantidad de proyectos de ley que todavía no se logran sancionar y no hay un impulso político del tema. La distribución del trabajo es aún muy asimétrica: las mujeres concentramos todo el trabajo. Los varones no se insertaron masivamente a las tareas de cuidado como sí lo hicieron las mujeres al mercado laboral. No hemos desarrollado mecanismos interesantes como sí están desarrollando otros países en la región, como el de Uruguay, en donde se adoptó un ´Sistema Nacional de Cuidados`: una iniciativa muy interesante fundamentada en el Derecho al Cuidado. La ciudad de México también acaba de reformar su constitución y reconocer ese derecho”.
Hay más ejemplos locales. En el contrato de trabajo hoy vigente de Argentina, la obligatoriedad del empleador de pagar una guardería o el monto equivalente aparece solo cuando en el lugar de trabajo hay más de cincuenta trabajadoras mujeres asalariadas: una obligación que también oculta un sesgo de género, porque el Estado lo que hace así es suponer que las únicas que tienen problemas para trabajar y dejar los hijos son las mujeres. Como es de suponer, la situación se agrava si se analizan las condiciones de las mujeres no asalariadas formales, “pero además –entiende Pautassi- habría que mejorar las condiciones para que las mujeres no estén obligadas a cuidar nada. En los convenios y leyes internacionales, en tanto, se establece que el cincuenta por ciento del cuidado recae sobre cada progenitor: lo que se debe cambiar es que efectivamente los varones asuman su parte”.
Indicadores para hacerlo cumplir
Ahora bien: el Derecho al Cuidado no fue el único hito en la carrera de esta abogada. A partir de su institución, se desprendió su último aporte a partir de haber sido designada para integrar el mecanismo de monitoreo del Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos en materia de Derechos Económicos, Sociales y Culturales “Protocolo de San Salvador”, donde se desempeña como presidenta en cargo honorífico. Esta designación fue en su carácter de académica y experta en temas de derechos económicos, sociales y culturales.
El mandato que recibieron los expertos para conformar este mecanismo, fue elaborar una serie de indicadores para medir el cumplimiento de los derechos contenidos en el Protocolo de San Salvador. Es decir, diseñar una matriz que recoja indicadores estadísticos y otro tipo de información que permita verificar si cada Estado toma las necesarias para cumplir con las obligaciones contenidas en cada derecho. El antecedente de los indicadores fueron trabajos desarrollados por la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos -por la ahora decana de la facultad Mónica Pinto-, y por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos-con los trabajos de Victor Abramovich-. En base a ello, el grupo de expertos liderado por Pautassi diseñó matrices con indicadores para medir el cumplimiento de derechos sociales, y también incorporando el derecho al cuidado, a través de diversos indicadores sometidos a consulta abierta para los estados y la sociedad civil. Final feliz: en 2012, la asamblea general de la OEA, que hasta entonces no tenía mecanismos de contralor de este Protocolo –aunque tenía en vigencia el artículo 19 del Protocolo de San Salvador desde 1999, que establecía la obligatoriedad de los estados de informar sobre la aplicación de este pacto-, aprobó el sistema de indicadores diseñado por el grupo de expertos.
Los indicadores fueron 714 en total y comprendieron, entre otros, la medición del derecho a la salud, a la educación, seguridad social, trabajo y libertades sindicales, a la alimentación, al medio ambiente, y derechos culturales, atravesado por derechos a de niños, niñas y adolescentes, derechos de las personas con discapacidad, personas adultas mayores, derechos a la protección de la familia y otras categorías trasversales, como género y pertenencia étnica.
Este mecanismo que monitorea a los Estados se encuentra conformado por tres expertos gubernamentales, un comisionado y un experto independiente en representación de la academia y la sociedad civil: ese lugar lo ocuparía la propia Pautassi, presentada como candidata en el año 2009 por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y con apoyo de Argentina. Su designación se efectivizó en 2010, y a partir de entonces, Pautassi comenzó un activismo casi puerta a puerta dentro de la OEA. “Sin tener recursos ni estar dentro del presupuesto regular de la OEA, pusimos operativo el mecanismo –recuerda la especialista-. Fue muy interesante de definir qué indicadores tomar y discutirlos con los estados. Significó un proceso muy rico que me permitió aprender muchísimo de la diplomacia internacional”.
El resultado, a cuatro años de instituido, es un éxito: de 16 estados-parte que ratificaron el protocolo, la mitad ya presentó un primer informe con el resultado de los indicadores de su país. “Es un gran avance –dice Pautassi-: ya tenemos operativo el protocolo y estamos pidiendo rendición de cuenta a los Estados, algo que la OEA demoró casi veinte años en hacer”. Como si todo ello fuera poco, como miembro del Programa Nacional Ciencia y Justicia dentro de su trabajo en el CONICET y con su trayectoria como respaldo, Pautassi realiza aportes en esa línea: definiendo indicadores para el acceso a la Justicia, analizando fallos judiciales desde su aporte feminista. “Porque no se trata solo de ocupar los espacios, sino ocuparlos con perspectiva de género activa –asegura-. Con el desafío de que las relaciones sociales sean distintas: creo, que en ese nudo crítico estamos”.
FORMACIÓN
¿Cómo fue el recorrido profesional de Pautassi hasta llegar a los lugares que hoy ocupa? Como todo en su vida: a puro ímpetu. Quería estudiar Sociología, pero como en 1984 la carrera todavía no estaba en su ciudad natal, Córdoba, se inclinó por Derecho. Durante la carrera, un profesor de Derecho Constitucional la invitó a hacer investigación en un proyecto en Políticas de Salud en Córdoba en los años de Dictadura. “Fueron años de formación muy asistemática, ahí fue cuando me interesé fuertemente en el campo de políticas sociales”, recuerda. Cuando egresó aplicó para becas y se le dio la posibilidad de ir a la Universidad Libre de Berlín. “Me fui cuando se cayó el Muro de Berlín, que era un dato histórico y se convirtió en algo fundamental en mi estadía. Tenía 24 años. Ahí descubrí el feminismo, el cual abracé para toda la vida, viví y analicé todo el proceso de unificación de Alemania. Fueron dos de los mejores años de mi formación”. Luego regresó a Córdoba, al equipo de investigación de la UNC. Entremedio se abrió la primera especialización en Políticas Sociales en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA: salió becada y no lo dudó. Se mudó a Buenos Aires.
“Empecé a hacer mi Doctorado en Derecho en la UBA con Enrique Marí. Hice la tesis doctoral sobre el menemato durante el menemato: el proceso de reforma de políticas sociales en la década del 90 en Argentina. Apliqué mucho de lo analizado en Alemania pero a los procesos de reforma de los años 90 en América Latina. El Estado se transformó brutalmente en esos años: yo analicé todos los sectores sociales. El mercado de trabajo y la legislación laboral de los años 90. Abordé a los actores claves de la situación. Trabajé sector salud, educación, la discusión parlamentaria”.
En 2002, ingresó a la Carrera del Investigador del CONICET. “Ahí comencé a focalizarme en la vinculación entre derechos sociales y políticas públicas, la discusión de ciudadanía, todo atravesado por género. A partir de ahí, todos estos años se dedicó a estudios sectoriales con perspectiva de género, realizando trabajos de transferencia directa en el campo de las políticas públicas, a nivel nacional como internacional (Organización de las Naciones Unidas, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). “La posibilidad de hacer transferencia allí fue extraordinaria: en estos años, hicimos varias asistencias técnicas, con trabajo comparado en materia de reforma laboral en América Latina, sistemas previsionales, seguridad social”.
Por Cintia Kemelmajer