Ciencias Sociales y Humanidades

La promoción de la salud en tiempo de cambios

Investigadores del CONICET y docentes de la UBA trabajan en estrategias alternativas en las escuelas para abordar el consumo de sustancias en adolescentes.


Riesgo, rebeldía y conflicto son las palabras que más resuenan al pensar en la adolescencia. Este particular período entre la niñez y la adultez, se caracteriza por la exploración de nuevos contextos, la búsqueda de nuevos grupos de pertenencia y la participación en nuevas actividades. La adolescencia es crecimiento, oportunidades y sobre todo cambios: físicos, de intereses y en las formas de expresarse. Es también la etapa de la vida con mayor probabilidad de involucrarse en conductas de riesgo porque hay unas áreas del cerebro asociadas a la toma de decisiones que aún no se han terminado de desarrollar y esta situación genera cierta “miopía” respecto de las consecuencias de las acciones. Una de las conductas de riesgo más frecuente y que más preocupa a los adultos es el consumo de alcohol durante este período. Los últimos estudios epidemiológicos permiten concluir que lejos de alarmarse hay que pensar la adolescencia lejos de estereotipos estigmatizantes o imágenes idealizadas.

“Hace 20 años que trabajo con la temática del consumo de sustancias psicoactivas en adolescentes y, en los últimos 10 años, en consumo de alcohol. Como investigadora en algún momento de la carrera te planteás para qué investigás y a quién le llega el conocimiento que generás. Preocupada por esta desconexión entre el mundo académico y la comunidad, en 2008 creé una asignatura que se llama ‘Promoción de la salud en adolescentes’ en la carrera de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La idea es llevar el conocimiento y las estrategias que tenemos en el campo de la investigación a las escuelas para trabajar con la comunidad educativa algunas de las situaciones problemáticas que nos indiquen. Y a la vez formar a los alumnos de la facultad en el ejercicio de la profesión”, asegura Vanina Schmidt, investigadora adjunta del CONICET en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología de la UBA, donde además es profesora.

Su equipo trabaja en instituciones educativas de nivel medio, en su mayoría públicas, de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires. Mediante la modalidad de trabajo en red entre la Universidad, la comunidad educativa, el CONICET y programas pertenecientes al Ministerios de Educación y de Salud de la Nación, buscan promover acciones participativas para abordar problemáticas asociadas al consumo de alcohol dentro de la escuela.

En este sentido, la investigadora advierte que en general la figura del adolescente se asocia a imágenes negativas que no suelen tener un correlato con la realidad. “Hay una serie de estereotipos sobre el consumo de alcohol en la adolescencia. Generalmente, la percepción que tiene la sociedad e incluso los actores sociales cercanos a ellos, es que casi todos consumen y no es así. El problema es el consumo episódico excesivo y esto lo realiza un 30 por ciento de los chicos. Son muchos los equipos del país que trabajamos el tema, en Buenos Aires, Córdoba, Mar del Plata, Entre Ríos, Santa Fe y otros puntos del país se encuentra que la mayoría de los adolescentes no incurren en conductas de riesgo graves ni consume de manera excesiva alcohol, tienen buena relación con los padres y las figuras de autoridad y una actitud positiva hacia la escuela, entienden muy bien su importancia y tienen metas vitales a corto y largo plazo. Por eso, lo primero que hacemos es indagar estereotipos y trabajar sobre ellos”, aclara.

No sólo los adultos estereotipan a los adolescentes sino que los propios adolescentes describen a “los otros” adolescentes de manera negativa. Botellas de alcohol, marihuana o armas, son imágenes que se repiten a pesar de que reconocen que no son situaciones que experimentan ni ellos ni su grupo más cercano, explica Schmidt.

“Estas imágenes salen de los medios o de lo que dicen los adultos que luego ellos mismos repiten del ’adolescente problema‘. Toman estas ideas de algún lado, pero son prácticas que realizan algunos grupos muy puntuales. El problema está cuando teñimos a toda la adolescencia del mismo color. No es que no exista pero la dimensión que hay que darle es la que muestra los datos. Prevenir es una posibilidad concreta de romper prejuicios y estereotipos”, asegura.

La prevención del consumo indebido de sustancias requiere un enfoque profundo que vaya más allá de lo normativo y verticalista para lograr en los adolescentes y en la comunidad una reflexión crítica y transformadora. Es por eso que los profesionales se acercan a las instituciones con una propuesta de trabajo en formato de taller semanal con estratégicas lúdicas para los más jóvenes y de trabajo en espacios de reflexión para los adultos. Con el fin de conocerlos en profundidad, realizan un diagnóstico situacional en el que hacen observaciones, encuestas grupales y entrevistas a preceptores, docentes y alumnos que consideran informantes clave, con el objetivo de comprender sus preocupaciones, problemas, prácticas relacionadas con la salud y calidad de vínculos interpersonales dentro y fuera de la escuela, para luego definir las acciones específicas.

La investigadora advierte que el diagnóstico les indica donde es necesario hacer foco en sus intervenciones. Muchas veces trabajan cuestiones de vínculos entre pares y con adultos, el reconocimiento y expresión de emociones o estrategias de autocuidado, el alcohol no surge como preocupación por parte de los adolescentes. “En los primeros años que es donde mayormente trabajamos, generalmente, no está instalada la conducta de consumo de esta sustancia. Entonces, ¿por qué hablarles sobre un tema que aún no ha despertado curiosidad en la mayoría de ellos ni les preocupa? Trabajamos con los factores protectores y promotores de la salud para prevenir el consumo episódico excesivo de alcohol, incentivamos la participación en actividades saludables que permitan un desarrollo de su potencial, colaboramos en el desarrollo de vínculos y experiencias positivas dentro del aula, o promovemos estrategias de autocuidado y de cuidado del otro. Todos los sujetos e instituciones tienen recursos saludables, la idea es visibilizarlos para ellos y potenciarlos con ellos para empoderar los colectivos sociales”.

El concepto de salud en Psicología hoy tiene que ver con el bienestar, con poder desarrollar el potencial que tienen las personas y sus grupos. La salud es más que ausencia de enfermedad, es el máximo estado de bienestar que puede alcanzar el individuo y su grupo en determinado contexto histórico-social. Es un medio para alcanzar metas humanas y sociales elevadas, por eso no se puede trabajar exclusivamente en la prevención del riesgo sino que se debe aspirar a promocionar el bienestar, los vínculos positivos y experiencias constructivas en distintos ámbitos en los que transcurre la adolescencia. Este enfoque de salud es el que los investigadores adoptan para promover el desarrollo de actitudes y valores saludables en los adolescentes, más allá de simplemente brindarles información acerca de sustancias y sus efectos.

“Yo daba charlas informativas y notaba que a los chicos no les interesaba conocer las consecuencias del consumo de alcohol, porque ya las sabían y me asociaban con el profesor que va a dar clases. La postura de la charla es la más fácil para todos, pero hay que involucrar a la comunidad educativa, el problema del consumo es una responsabilidad de todos. El consumo de alcohol en la adolescencia es algo tan complejo que nos interpela como sociedad respecto de nuestras prácticas de consumo, sistemas de valores e ideologías. Lo bueno es que si uno es parte del problema también es parte de la solución”, advierte la psicóloga.

Schmidt explica que la intervención específica se plantea según la necesidad de cada institución. Hay escuelas que necesitan espacios de arte o deporte porque no están desarrollados y otras en las que están perfectamente desarrollados pero aparecen otros problemas en la dinámica de los grupos como malos tratos o problemas de comunicación.

“¿Por qué los espacios de disfrute o las habilidades para la comunicación o generar un sentido de pertenencia o fomentar una meta vital pueden ser vías efectivas para trabajar la problemática del consumo de alcohol? Porque las investigaciones muestran que hay factores psicosociales que están asociados al consumo episódico excesivo de alcohol en la adolescencia. Ciertos factores personales como por ejemplo, rasgos de personalidad como la búsqueda de sensaciones impulsiva, el miedo al rechazo, problemas de comunicación con los padres, ciertas representaciones sociales sobre lo que es esperable e ideal, la naturalización del consumo y la tolerancia social respecto del alcohol determinan, a su vez, las actitudes hacia el consumo. La desigualdad social y la falta de oportunidades, son señalados por la literatura especializada como aspectos que influyen en la relación que los jóvenes establecen con el alcohol”, argumenta la psicóloga.

Finalmente, asegura que lo más importante del proyecto es su contribución a una forma de pensar la prevención y la promoción de la salud más que una contribución a los patrones de consumo de alcohol. “Les preguntamos a los chicos por los beneficios de la intervención y nos dicen cosas muy gratificantes que son las que hacen que volvamos a optar por esta forma de trabajo, por ejemplo nos comentan es la primera vez que pudieron hacer algo todos juntos sin que haya problemas en el grupo. Empezás a trabajar temas que en principio parecen menores y terminan siendo grandes temas, que son las tareas que tienen como adolescentes: construir un sí mismo que les resulte valioso para ellos y para el grupo”, dice.

Por Cecilia Leone.