Revisionismo histórico

La noche de los bastones largos, 47 años después

Dos investigadores del CONICET recuerdan el brutal ataque a profesores y estudiantes el 29 de julio de 1966, que marcó los inicios de la etapa más oscura de la ciencia nacional.


María Cristina Wisnivesky, investigadora superior (R) del CONICET, rememora esa noche. Cuando Rolando García, miembro fundador del CONICET y por entonces decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), se enteró que la Gendarmería se acercaba a la facultad, citó en su despacho a los representantes estudiantiles, entre los que ella se contaba y les preguntó: “¿Qué hacemos? Si ustedes se quedan conmigo, yo me quedo. Si ustedes se van, nos vamos todos”.

A las 23.00, militares del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía entraron por la fuerza a la facultad y la desalojaron a golpes, episodio luego conocido como La noche de los bastones largos.

“¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios”, le dijo García al oficial que dirigía el operativo cuando forzaron la puerta de la Facultad, en ese momento situada en la calle Perú 222. La única respuesta fue un bastonazo en la cara.

“Cuando entró la policía y salió al frente el decano Rolando García lo golpearon y continuaron agrediendo al resto. Le pegaban en la cara a las mujeres para marcarlas y desfigurarlas. Algo había cambiado para siempre. Hasta ahí siempre se había respetado a la autonomía de la Universidad”, explica Luis Quesada Allué, por entonces estudiante de Biología y actualmente investigador principal del CONICET.

Casi 400 personas fueron detenidas esa noche, y se destruyeron laboratorios y bibliotecas universitarias. Fue un antes y un después. “En cuestión de días los profesores universitarios se habían ido del país, las Universidades estaban cerradas, los estudiantes estaban azorados”, agrega Quesada.

La noche de los bastones largos fue el episodio que marcó la fuga de cerebros más grande de la historia argentina.

Los hechos
La guardia de Infantería sacó a estudiantes y profesores de sus aulas, formaron una fila doble y los hicieron pasar por el centro mientras los golpeaban de forma sistemática.

Según relata el periodista Sergio Morero en su libro “La noche de los bastones largos”, el operativo contó con cinco carros de asalto, una autobomba y un centenar de agentes de la guardia de Infantería.

Se calcula que en las semanas siguientes cerca de 1.300 investigadores y profesores abandonaron la universidad o partieron al exilio. Los docentes renunciaron en forma masiva, como protesta no sólo a la represión si no además por el ataque del gobierno de facto de Onganía a la autonomía universitaria.

“Muchos profesores renunciamos y nos quedamos en la calle, pero sentía que no podía volver. ¿Volver a encontrarme con quién, si todos los que conocía se fueron? Quedó la gente más mediocre de la universidad, que reinó sin concursos, a dedo, durante los siguientes 15 o 20 años”, asegura Wisnivesky, en ese momento ayudante de primera en la facultad, cargo que había ganado por concurso.

Onganía asumió el 28 de junio de 1966 y una de sus primeras arremetidas fue contra los estudiantes universitarios, a quienes acusaba de comunistas y agitadores del orden público.

“En la Universidad se vivía una mística donde los estudiantes estaban absolutamente convencidos que se había largado el despegue hacia el gran país. Exactas había construido una interacción entre profesores, graduados y estudiantes en cuanto a producir ciencias y ya se estaban viendo los resultados. La Facultad comenzaba a destacarse internacionalmente a la altura de las mejores universidades del mundo”, comenta Quesada.

Para Wisnivesky, el espíritu progresista que se respiraba por entonces en las universidades abarcaba no sólo a los directivos, si no además a profesores y alumnos. “La facultad era nuestra, la UBA era nuestra. Teníamos proyectos para mejorar las cosas y aprender más. Éramos una generación de gente muy motivada, porque de alguna manera nos habían dicho que estábamos destinados a cumplir un rol importante en la sociedad. La noche de los bastones largos marcó el fin de la inocencia y la percepción de nuestra fragilidad política”.

Luego de los golpes, cortes, fracturas y dedos rotos de aquel 29 de julio, el panorama cambió. El espíritu progresista de una universidad pujante dio lugar el miedo y a una progresiva pérdida del nivel educativo. Según cuentan aquellos que estuvieron esa noche, nadie esperaba lo que pasó.

Tanto como para Wisnivesky como para Quesada, la noche de los bastones largos fue una bisagra. Para la investigadora, “porque de alguna manera preanunció el horror que sucedió después durante el terrorismo de Estado” y para el biólogo porque hasta ese momento la ciencia Argentina ocupaba un lugar de prestigio mundial y de un día para el otro “barrieron todos los logros de un plumazo”.

  • Por CONICET Divulgación Científica.