CICLO DE ENTREVISTAS CONICET
“La idea de libertad que da la investigación científica es inimaginable”
El científico, que ayer recibió la distinción de Investigador Emérito, hace un balance de su trayectoria.
A poco más de 50 años del inicio de su carrera, Eduardo Charreau recuerda el camino recorrido y lo que para él significa ser científico. El inicio de la vocación, sus experiencias de trabajo en el exterior y la trayectoria del CONICET en ese tiempo.
El ex Presidente del CONICET (2002-2008) fue además alumno de Luis Federico Leloir y discípulo de Bernardo Houssay, ganadores del premio Nobel en 1970 y 1947, respectivamente. Y asegura que la investigación “es una elección de vida, muy particular: todos los días de mi vida fueron diferentes”.
La distinción de Investigador Emérito es entregada por sus pares a aquellos que se destacan en trayectoria, trabajo de investigación y aportes a la ciencia. ¿Cómo vive este momento?
Me llega muy profundo. No lo esperaba y nunca me lo imaginé cuando comencé este recorrido hace más de medio siglo de la mano de Houssay, un camino inigualable que no dejaría nunca más. Tampoco pensé que al terminarlo – por así decir – la institución más prestigiosa del sistema científico argentino me iba a honrar con la designación de Investigador Emérito.
¿Qué es, para usted, ser científico?
Es una elección de vida muy particular: todos los días de mi vida fueron diferentes y no todas las profesiones tienen esa parte tan agradable. No me aburrí nunca, ni antes ni ahora, aún a pesar de no estar tan metido ‘dentro de la mesada’, es decir en el laboratorio. Los científicos sabemos que vamos a morir en la mesada, y lo he disfrutado antes y lo disfruto ahora. La idea de libertad que da la investigación científica es inimaginable.
¿Recuerda cuándo sintió por primera vez que su camino era la investigación?
La búsqueda de lo desconocido fue algo que siempre estuvo dentro de mí, de chiquito. La inclinación hacia las ciencias biológicas surgió muy temprano, quizás probablemente influyó que había familiares dentro de la medicina y la biología. Llegado un momento, y seguramente por tener muy buenos profesores en el secundario en química, física y matemáticas, me decidí por las ciencias exactas. Pero al finalizar esos estudios volvió en mí la necesidad de volcarme hacia las biomédicas. Ahí fue donde conocí primero a Leloir y luego a Houssay. Desde ese momento, la vida estuvo echada.
¿Cómo fue su relación con ambos?
Conocí a Leloir en la facultad, donde era profesor de una de las materias que cursaba. Vio mi inclinación hacia la biomedicina y me presentó a Houssay, con el cual empecé a hacer algunos trabajos de investigación en endocrinología. Con Houssay vino todo el resto de mi formación y la razón de mi existencia dentro del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME, CONICET-FIBYME). Por Houssay me fui a hacer un postdoctorado al extranjero, y pasado cierto tiempo en la Universidad de Harvard me designaron profesor adjunto. Con todo ese entusiasmo de la juventud, le comuniqué que me habían nombrado profesor y que necesitaba un cambio de visa. Sabía, pero no me di cuenta en ese momento, que para Houssay el perder a alguien era un delito imposible. Me contestó que lo veía muy bien pero que jamás me iba a dar un cambio de visa porque si bien la ciencia es universal, los científicos tienen patria y por ella deben trabajar. Habló con mi jefe en Harvard, me dio un mes para que arregle mis problemas familiares – yo tenía dos hijos – y me dijo que volviera al IBYME. Regresé, y mirando retrospectivamente no me arrepiento de haberlo hecho.
¿Cómo ve la evolución del CONICET, a lo largo de su trayectoria, y el panorama hoy en día?
La creación de la institución fue una necesidad para institucionalizar la investigación y profesionalizar la educación científica. Con la carrera de investigador surge la idea de que haciendo ciencia también se puede vivir. Esa fue el gran proyecto de Houssay. Por supuesto de una institución pequeña, como era en aquel comienzo, y con las idas y venidas que sufrió el sistema científico durante estos años, hoy llegamos a tener un CONICET en plena expansión.
¿Cómo ve el panorama científico a futuro?
La esperanza es que lo que se ha ganado en los últimos años no se vuelva a perder. Los recursos humanos en ciencia y tecnología son difíciles de obtener y muy fáciles de perder. Si se siguen los caminos que se han tomado de diez años a esta parte estaríamos entrando plenamente en la competencia internacional.
Finalmente, ¿qué rol tiene la divulgación científica en la promoción de vocaciones?
La divulgación de la actividad científica es fundamental. Yo creo que el sector científico tiene que pre-ocuparse de lo que se llama apropiación del conocimiento, que no es la mera divulgación de los resultados sino tratar de fomentar el hecho de las clases que no están embebidas del conocimiento científico sepan que la ciencia les puede ser muy útil para la vida cotidiana. Y ese es el papel, o uno de los papeles, que los científicos están capacitados para poder trabajar. La prensa tiene también un rol fundamental y así como se muestran experimentos o resultados importantes del mundo, también debe presentarse lo mucho que se hace en el país.
Formación
Eduardo Charreau es Doctor en Ciencias Químicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde se inició en la investigación científica bajo la dirección del premio Nobel Bernardo Houssay.
Fue profesor en la Universidad de Harvard y a su regreso al Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME, CONICET-FIBYME) estableció un prestigioso centro de referencia en endocrinología molecular. Fue Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. En CONICET se desempeñó como Investigador Superior y fue Presidente del Consejo en el período 2002-2008.
Fue Director del IBYME, fundado por Houssay. Fue además Presidente de la Confederación Panamericana de Asociaciones para el Adelanto de las Ciencias; Director Nacional y Binacional del Centro Argentino Brasilero de Biotecnología y Presidente de varias Sociedades y Fundaciones.
Es miembro de la Academia Nacional de Medicina, de la Academia de Ciencias Médicas de Córdoba, de la Third World Academy of Sciences y ha sido presidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (2008-2012).
Ha sido consultor de la Organización Mundial de la Salud, del Organismo Mundial de Energía Atómica, de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos, del Institut Pasteur de Montevideo y de las Universidades de Pennsylvania (Estados Unidos), Federal de Rio Grande do Sul y San Pablo (Brasil).
Su labor científica se relaciona con la endocrinología molecular y la hormono-dependencia tumoral. Ha publicado más de 200 trabajos y cinco libros y ha dirigido 24 tesis doctorales. Ha merecido numerosos reconocimientos y premios de prestigiosas instituciones nacionales e internacionales, incluyendo el TWAS Award in Basic Medicine, la distinción Maestro de la Medicina Argentina, Dr. Honoris Causa de las Universidades de Tucumán y Concepción, el Premio Konex en dos oportunidades: como científico (Ciencias Biomédicas Básicas, 1993) y como administrador de las Ciencias (Administrador Público, 2008).
Recibió además la Orden de Caballero de las Palmas Académicas del Gobierno Francés y del Mérito Científico en el grado de Comendador, del gobierno de Brasil. En 2013 fue distinguido como Investigador Superior Emérito del CONICET.
- Por Ana Belluscio.