CENPAT

Investigadores y pescadores, codo a codo para impulsar la pesca artesanal

El intercambio entre la ciencia y la experiencia práctica ayuda al desarrollo productivo y sustentable de los recursos del Mar Argentino


Hasta 1974 la pesca con rastra era el método elegido por las embarcaciones que trabajaban en el golfo San José, Península Valdés, para recolectar vieiras y otros moluscos que viven en el fondo marino. Sin embargo, ese año el biólogo José María “Lobo” Orensanz y un grupo de colaboradores demostraron que este método, parecido a un rastrillo de metal, no era sustentable.

El dispositivo levanta no sólo los moluscos sino que a su paso destruye el fondo marino e impide que las poblaciones vuelvan a asentarse. Entonces, los investigadores comenzaron a trabajar con pescadores artesanales de la zona para diseñar un programa sustentable, que terminó dando origen al primer modelo de pesca comercial por buceo de Argentina.

Inés Elías, investigadora adjunta en el Centro Nacional Patagónico (CENPAT-CONICET), continúa desde hace más de veinte años el legado de “Lobo” y trabaja codo a codo con pescadores de la zona de Puerto Madryn en el diseño de un modelo de explotación que no afecte al ecosistema.

“La pesca artesanal tiene el potencial de ser sustentable y la pesquería del Golfo San José debe ser una de las pocas en Argentina que cuenta con un programa de seguimiento y asesoramiento científico desde hace más de 30 años”, explica la bióloga.

Investigadores del CENPAT trabajan junto con la Asociación de Pescadores Artesanales de Puerto Madryn (APAPM) para preservar no sólo el medio ambiente sino producir además alimentos saludables y mejorar la calidad de vida de los pescadores y sus familias.

“La relación entre científicos del CENPAT y pescadores artesanales comenzó y se mantuvo por el interés de los segundos en desarrollar una actividad sustentable”, comenta Elías.

 

Tres áreas, tres tipos de productos

José Luis Ascorti, presidente de APAPM, explica que existen tres niveles de actividad. Los recolectores, que cuando baja la marea juntan mejillones o pulpitos según la época. El segundo son los rederos, que extienden las redes cerca de la costa y capturan diferentes especies de peces. Y, finalmente, los buzos marisqueros que se sumergen a profundidades de hasta 30 metros para recoger moluscos como vieiras, cholgas o almejas.

El intercambio de información entre los investigadores y pescadores funciona en ambos sentidos. Periódicamente organizan talleres de capacitación, donde los primeros dictan charlas sobre ciclos reproductivos e interacción de las especies, mientras que los segundos comparten sus conocimientos prácticos sobre migración, movimiento de los cardúmenes o zonas de pesca que conviene respetar, saberes que se transmitieron de familia en familia por generaciones.

“El ojo del pescador está acostumbrado y sabe si el cardumen viene por el fondo o la superficie por el movimiento del agua o su color”, explica Ascorti. En un solo lance, es decir echar las redes, pueden llegar a recoger hasta mil 500 kilos de pejerrey según la temporada.

Además de fomentar la creación de puestos de trabajo – en el golfo trabajan más de 200 pescadores – la práctica artesanal es altamente selectiva. “El pescador está en contacto directo con el recurso, sabe los movimientos porque su actividad depende de esto y cuida el ambiente y las especies”, explica Elías.

En el caso del pejerrey o cornalito, los que más se colectan en el golfo San José, vienen usualmente sin fauna acompañante mientras la pesca industrial suele arrastrar otras especies que son luego descartadas porque no se comercializan, o ejemplares juveniles, con lo cual disminuye la disponibilidad de stocks para la siguiente temporada.

Otra de las ventajas radica en la preservación de las poblaciones para asegurarse de que se puedan seguir explotando. “Cuando recolectamos ya sabemos qué cantidad ya está vendida, y no pescamos por pescar”, asegura Ascorti.

Los buzos marisqueros recolectan en temporada casi dos mil 500 kilos cada uno, pero al ser un proceso manual permite preservar a los ejemplares jóvenes para el año siguiente.

“En el caso de la vieira, sólo se juntan aquellas cuyas valvas con un diámetro mayor a seis centímetros porque ya desovaron, es decir se reprodujeron”, dice Elías. La investigadora explica que la captura de vieiras tiene un cupo (cuota de captura) que se establece en forma conjunta entre un trabajo de científicos, pescadores y la autoridad de aplicación, la Secretaria de Pesca de la provincia del Chubut.

 

Variedad en la mesa

Pero además de trabajar con las especies que más demanda comercial tienen, como mejillón, vieira, cholga o pejerrey, los investigadores del CENPAT avanzan con el estudio de especies no explotadas que podrían llegar al mercado de consumo.

“Como biólogos estudiamos los recursos de la zona, y estamos trabajando con moluscos como la navaja o la panopea, que son almejas de gran tamaño y exquisitas”, dice Elías. A modo de ejemplo, la investigadora comenta que la panopea, que puede llegar a 30 centímetros, es el plato estrella en las bodas chinas, donde se sirve como augurio de fertilidad y prosperidad.

“Hay varias especies que no se han explotado, pero creo que de a poco se pueden ir introduciendo en el mercado”, concluye.

  • Sobre Investigación
  • 1) Inés Elías 2) José María “Lobo” Orensanz
  • 1) Inv. adjunto 2) Inv. principal
  • 1 y 2) CENPAT