Estudian la evolución humana en África y América
Científicos del CONICET y de la Universidad de Cambridge desarrollan un proyecto de paleoecología humana en la Patagonia y África.
El proyecto, financiado por la Academia Británica, tiene como objetivo analizar la importancia que tuvieron en la evolución humana los ambientes abiertos -sabanas, estepas, planicies, praderas y desiertos-. Este tipo de zonas se consideran esenciales para la investigación de la trayectoria del ser humano como especie. Antropólogos, biólogos, arqueólogos, ecólogos y genetistas trabajan en develar cómo estos espacios conformaron la diversidad de conductas de los cazadores-recolectores-carroñeros a lo largo de cientos de miles de años de evolución humana.
La dirección del proyecto está a cargo de Robert Foley -profesor del Leverhulme Centre for Human Evolutionary Studies- y José Luis Lanata -investigador independiente del CONICET PATAGONIA NORTE y director del Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio (IIDyPCa, CONICET-UNRN)- y participan, además, investigadores argentinos y europeos de diferentes instituciones. La propuesta es única, ya que no sólo conecta investigadores del Reino Unido y América Latina sino que también establece lazos entre tres continentes: América, Europa y África.
Estepas y sabanas, perfectos para el estudio
En la primera etapa del proyecto, los científicos compararán dos de los mayores “ambientes abiertos” del mundo: la sabana africana en Kenia y la estepa patagónica argentina. Intentarán explicar cómo las poblaciones humanas de cazadores-recolectores se adaptaron a estos ambientes, cómo las diferentes estructuras ambientales (diversidad de recursos, acceso al agua, facilidad de refugio, etc.) influyeron en la distribución humana en la Tierra y cómo los paisajes ecológicos jugaron un rol importante en la dinámica social y cultural de los grupos que los habitaron.
“Hay sólidos argumentos para pensar que nuestra especie prefirió hace más de 200 mil años los ambientes abiertos por sobre aquellos boscosos o selváticos y que los primeros fueron clave en la evolución humana”, explica José Luis Lanata. Los paleoecólogos remarcan la alta productividad de los ambientes abiertos, donde los recursos, si bien pueden fluctuar por diferentes motivos, son en general predecibles y proporcionan una buena calidad y complementación en la alimentación. Este tipo de paisajes presentan gran densidad de mamíferos herbívoros, tradicionalmente presas fundamentales de los humanos.
“Desde el punto de vista de nuestra capacidad cognitiva, estos espacios contribuyeron al desarrollo de nuestro cerebro y de nuestra capacidad innovadora y exploratoria así como para generar nichos ecológicos alternativos”, apunta. Muchos de estos ambientes se encuentran en lo que los especialistas llaman “zona de confort” para los seres humanos (acceso al agua y los recursos) mientras otros son más extremos.
Robert Foley, uno de los especialistas más destacados en evolución humana, sostiene que los ambientes abiertos han sido una porción del espacio habitable para los humanos y que jugaron un papel importante en la evolución humana. “Fueron, quizás, los ecosistemas preferidos de los cazadores-recolectores en diferentes lugares y momentos de nuestra historia como especie. Es por ello que son fundamentales para conocer la multiplicidad de trayectorias y particularidades evolutivas que nos caracterizan hoy en todo el globo”, explica. Las investigaciones comparativas entre la sabana del África Oriental y las estepas de la Patagonia contribuirán de manera significativa a la comprensión del papel de estos ecosistemas en la evolución de nuestra especie en diferentes momentos prehistóricos.
Lanata comenta que para los antropólogos y arqueólogos estos espacios abiertos presentan tanto beneficios como desafíos. Por un lado las sabanas y estepas ofrecen excelente visibilidad de materiales culturales, lo que aporta excelente información espacial de las conductas humanas en esos ambientes. Pero por otro, a diferencia de lo que pasa en las cuevas o aleros rocosos donde la sedimentación produce, en general, capas sedimentarias que dan cuenta de cientos o miles de años, los sitios a cielo abierto suelen tener tasas de sedimentación muy bajas. “Por eso las capas que se forman son producto de miles de años y tienden a mezclar restos arqueológicos de muchos eventos de ocupación humana. Hay que tener una metodología y una serie de preguntas que estén en concordancia y consistencia con ese tipo de registro arqueológico”, detalla el titular del proyecto del lado argentino.
El trabajo se propone explorar cómo diferentes poblaciones prehistóricas se adaptaron a este tipo de ambientes, cómo las distintas características de los espacios abiertos (variaciones de relieves, dispersión de recursos, acceso al agua y abrigo, entre otras) influyeron en la distribución de los grupos humanos y cómo el paisaje jugó un papel importante en las dinámicas sociales y culturales.
¿Desde cuándo somos humanos?
El punto aquí es considerar a partir de qué particularidad -o conjunto de características- se distinguen los humanos. Para algunos investigadores lo “humano” abarca las otras especies que forman parte del género Homo, como ser los erectus, habilis, antecessor y otros, además de sapiens. Para otros puede incluir otros géneros como los Australopitecos. “Estamos viendo que si bien hay diferencias, estos dos géneros confeccionan artefactos, tienen postura erecta y andar bípedo, comportamiento social, etc. Y estamos hablando de una trayectoria evolutiva que por lo menos arranca hace 3 o 4 millones de años, produciendo clados (grupos de especies distintas emparentadas a través de un antepasado en común) y especies diferentes”, sintetiza Lanata. Por otro lado, se puede pensar que “lo humano” arranca recién con nuestra especie, Homo sapiens, es decir hace unos 250, 300 mil años, en algún lugar del centro-este africano, y de ahí comienza su dispersión en el globo hasta llegar al Sur del cono sur sudamericano hace unos 14 mil años.
- Por Marcela Rey. CCT Patagonia Norte.