PROGRAMA NACIONAL CIENCIA Y JUSTICIA

Graciela Gonzalez: doctora en Química del CONICET y una de las primeras mujeres gendarmes

Como miembro del programa, la investigadora del CONICET brinda cursos de Análisis Químico en Criminalística en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.


Graciela Gonzalez estaba justo en la mitad de su doctorado cuando un llamado a concurso la sorprendió: Gendarmería Nacional había adquirido un microscopio electrónico de barrido para aplicaciones forenses, y buscaba algún Licenciado en Química para que lo maneje en la Sección de Microscopía Electrónica de la Dirección de Policía Científica. La investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) nunca había tenido vocación militar. No se imaginaba que sería de las tres primeras mujeres del país que como gendarmes –junto con una farmacéutica y una bioquímica- ingresarían a trabajar a la institución militar. Corría el año 2001. “Mucho después la Escuela de Suboficiales de Gendarmería se abrió para mujeres. Fuimos casi una prueba piloto”, recuerda.

De pequeña, como un presagio íntimo, era fanática de las novelas de Agatha Christie y de Arthur Conan Doyle y su personaje, Sherlock Holmes. Estudió Licenciatura en Ciencias Químicas en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y cuando aún era estudiante de grado había sido pasante de Gendarmería analizando drogas de abuso, en el Laboratorio de Química. La experiencia le gustó tanto, que cuando vio el aviso, aunque ya estaba embarcada en su doctorado en el CONICET, no dudó en postularse. “Sentía que como científica me faltaba conectarme más con la sociedad. Hacía mi doctorado sobre un tema de ciencia básica -“El Crecimiento Inestable de Interfaces en Electrodeposición Ramificada”-, y aunque tenía una proyección tecnológica, yo lo veía muy distante”. Con ese ímpetu, entre 2001 y 2005, unió sus dos mundos de pertenencia en una misma rutina: de 7 a 14 concurrió a la Dirección de Policía Científica, en Retiro, y por las tardes, al Departamento de Computación y al Instituto de Química, Física de los Materiales, Medioambiente y Energía (INQUIMAE), para realizar su doctorado hasta 2003 y luego siguió con la misma rutina un tiempo más. Hoy, que ya ve su etapa de trabajo en Gendarmería como algo lejano, vuelve a estar conectada con la temática, a través del Programa Nacional Ciencia y Justicia, del que forma parte como miembro del Consejo Asesor y brindando cursos de Análisis Químico en Criminalística en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.

 

Ciencia inmiscuida en tareas complejas

En Gendarmería su trabajo era manejar el microscopio electrónico forense –el único de su tipo que tenía el país en ese entonces- en casos de balística. El primero que le tocó fue, ni más ni menos, dilucidar los hechos de violencia de finales del 2001. Su tarea fue estudiar los puntos de impacto de proyectiles de armas de fuego. “Nos llegaron muestras de los hechos en la vía pública: desde pedazos de mampostería hasta maceteros. Me tocó analizar si los impactos que había en las zonas de la represión o algún tipo de tumulto correspondían a armas de fuego, para determinar dónde estaban los tiradores. Con esa evidencia analizada más los videos, se pudo reconstruir la escena, determinar la intencionalidad por su dirección”. Para determinar la dirección de un proyectil, González realizó el análisis químico sobre los puntos de impacto, con estos resultados, más las posiciones de las víctimas y la distancia de disparo, el grupo de balística concluyó el trabajo. Elaboraba los informes que luego se elevaban al juez. Para ello tenía en cuenta dos cuestiones: la rigurosidad de los datos desde lo científico, y procurar un lenguaje accesible para que cualquier persona pueda entenderlo, desde un abogado hasta un perito. “Después –recuerda- el juez valoraba y le daba el peso o no al peritaje que hacíamos. Porque en general no nos llegaban todas las situaciones de la causa sino apenas una parte y aunque llegábamos a alguna conclusión, había muchos otros factores que escapaban a nosotros”.

En paralelo a la causa de diciembre de 2001, la investigadora participó en el peritaje de los restos de la Traffic de la causa AMIA: analizando las chapas, partes del motor, partes mecánicas buscando sustancias compatibles con explosivos, y analizando también los restos de pintura, para establecer el año de fabricación del vehículo. De a poco, la tarea diaria con semejante grado de complejidad, le hizo tomar conciencia de la importancia de su trabajo. “Todos los casos eran difíciles”, recuerda Gonzalez. El que más la shockeó fue el de dos hermanos que, en una Navidad, salieron a comprarle un regalo a su madre y, en una encerrona de tránsito, el conductor del otro automóvil se bajó y les disparó a ambos. “Me impactó por eso: lo absurdo. Una cosa tan violenta a la nada”. También, la parte de las pericias más difícil era cuando tenía que analizar evidencias en la ropa de las víctimas: “Yo no estaba en contacto con restos cadavéricos, la ropa era mi contacto con la realidad”.

A medida que fue avanzando su experiencia en Gendarmería, Gonzalez se dio cuenta de que los jueces, no siempre consideraban los informes. Sí, en cambio, su trabajo tenía incidencia cuando había más comunicación con el juzgado, y no solo mediante los expedientes de las etapas normales de un proceso de juicio. “Mis mejores trabajos fueron los que hice cuando me llamaron del juzgado y me dijeron `tenemos esta situación, ¿qué es lo que ustedes pueden analizar?`. Entonces proponíamos estudios que no imaginaban que podían realizarse. Cuando el juez o el fiscal preguntan porque quieren entender lo que escribiste o lo que se puede hacer, se gana mucho”.

 

La vuelta al laboratorio

En 2005 y en 2006, Gonzalez se fue de viaje a Francia, para trabajar en su posdoctorado, y una vez realizado el viaje, se inclinó por regresar de lleno a la carrera de la investigación en CONICET. Abandonó, definitivamente, su trabajo en la Policía Científica. Su tema de investigación, como suele suceder cuando avanza la profundización en un tema, varió: fue hacia el desarrollo de métodos analíticos, básicamente sensores, para actividades industriales. Se trata de reacondicionar aguas de procesos industriales y generar menos efluentes. Eso significa que trabaja en procesos de purificación de planchones de cobre, que luego se venden a la industria que fabrica cables y demás piezas, y en galvanoplastía para pymes.

En algunos momentos, al día de hoy, González extraña el trabajo en Gendarmería. Aunque sus tareas actuales la apasionan en el mismo grado, y a fin de cuentas, su trabajo en el laboratorio es similar. “Más allá de estas cosas de informes y cadenas de custodia y un montón de cosas a las que había que estar atentos, mi trabajo en el laboratorio te diría que es el mismo en cuanto a búsqueda de resultados, búsqueda de análisis, búsqueda de sustancias en origen”. Por eso, el año pasado, cuando CONICET convocó a sus investigadores para asesorar en materia científica a la Justicia, González de nuevo no lo dudó y sintió el llamado de su vocación: “Debí ser la primera que escribió, salió la nota y respondí inmediatamente para ponerme a disposición y contar en qué había trabajado. Es difícil porque es juntar a dos mundos que naturalmente parecen estar disociados, como son la ciencia y la justicia”.

Gonzalez se ilusiona con que el programa pueda unir ambos universos en un trabajo mancomunado: poder formar gente que se desempeñe en ámbitos forenses, y al mismo tiempo utilizar las muestras forenses a las que accede la Justicia para investigar temas pendientes. “Se pueden organizar hasta doctorados en conjunto, que se hagan en laboratorios forenses con la supervisión desde el ambiente académico. A veces, desde la investigación, no se le da tanta importancia a lo que tiene una aplicación tan directa, y es una lástima, porque que la ciencia esté conectada con la sociedad –concluye- es un valor incalculable”.

Por Cintia Kemelmajer

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