Ciencias Agrarias, de la Ingeniería y de Materiales

Fertilidad y productividad en el suelo pampeano: pasado, presente y futuro

Frente a la actualidad de la cuestión de la seguridad alimentaria reaparece la pregunta por sus propiedades naturales y sobre la posibilidad de continuar incrementando los rendimientos de cara al futuro.


La Organización de las Naciones Unidas ha declarado al 2015 “Año internacional de los suelos”, y si de suelos se trata –en una época en la que la cuestión de la seguridad alimentaria aparece como una de las más acuciantes- inmediatamente surge la pregunta por su fertilidad, es decir, por su potencialidad para producir alimentos una vez cultivados. En la Argentina esta pregunta adquiere particular gravitación, por razones tanto históricas como actuales, cuando se refiere al suelo de la región pampeana.

Para Roberto Álvarez, investigador independiente del CONICET en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, la creencia generalizada de que en la región pampeana “se tira una semilla y crece un árbol” no tendría correlato en la realidad. “Tiene una fertilidad media baja. Los niveles de materia orgánica no son muy altos y los de fósforo son bajos hoy en día a causa del cultivo”, afirma. Antaño, según el investigador, este mito se habría sostenido en el hecho de que los techos de rendimiento eran bajos y los nutrientes en los suelos alcanzaban a cubrir las necesidades de producción sin necesidad de recurrir a fertilizantes. Su perdurabilidad se debe a que la soja –cultivo que predomina hoy en día en la región- tampoco requeriría de la utilización de fertilizantes porque tiene la capacidad de fijar el nitrógeno directamente de la atmósfera.

La fertilidad de un suelo está asociada, principalmente, a la cantidad de nutrientes que puede aportar a los cultivos. La tensión originaria es que en las cosechas, junto con los granos, se extraen nutrientes como el fósforo y el nitrógeno, por lo que cuanto mayor sea la cantidad de producto que se obtenga de una siembra mayor será también la pérdida de fertilidad del suelo al concluir el ciclo. Hasta hace unos cuarenta años en la región pampeana, para poder recuperar la productividad, degradada tras varios años consecutivos de cultivo, se usaba dejar la tierra temporalmente para el pastoreo vacuno. Desde aquel momento, el creciente uso de fertilizantes permitió el tránsito progresivo hacia planteos de agricultura continua.

Este incremento en el uso de fertilizantes, junto con todo un paquete de innovaciones tecnológicas que han aumentado los rendimientos y el avance agrícola sobre superficies antes no cultivadas, han llevado a que hoy se produzcan en la región una cantidad de alimentos alrededor de ocho veces mayor a la de cuatro décadas atrás.

Las pasturas para alimento del ganado, por su parte, fueron desplazadas hacia suelos no agrícolas. “Es que la ganadería es lo más ineficiente que hay en términos de alimentar gente. Un mal cultivo de trigo, por ejemplo, te da 3 mil kilos de algo que casi no tiene agua para darle de comer a la gente. Si en las mismas hectáreas vos hacés alfalfa y ponés vacas, en un año producís 200 kilos de carne, de los cuales el 70 por ciento es agua. O sea, producís 50 kg de alimento”, explica Álvarez, quien además es profesor titular de la cátedra Fertilidad y Fertilizantes de la Facultad de Agronomía de la UBA.

Otra de las grandes transformaciones que se han producido en las últimas décadas ha sido la adopción de la siembra directa, en reemplazo del sistema de labranza convencional. “Lo que se hace es controlar químicamente la malezas. Los suelos se labran para que la competencia entre las malezas y lo que se siembra no sea tan grande; en cambio, en la siembra directa, para el mismo fin, se aplican herbicidas” explica Josefina De Paepe, becaria pos-doctoral de CONICET en la Facultad de Agronomía de la UBA y jefa de trabajos prácticos en la cátedra en la que Álvarez reviste como titular.
La siembra directa, al hacerse sobre los residuos del cultivo anterior, reduce las posibilidades de erosión del suelo. Pero entre las posibles ventajas de la siembra directa, Álvarez y De Paepe no encuentran la del aumento de los rendimientos, que, de acuerdo, a los experimentos de su equipo de trabajo, son, al menos en el suelo pampeano, semejantes a los obtenidos con la labranza convencional.

El aumento en la productividad, inevitablemente, ha implicado y continuará implicando un deterioro de la fertilidad del suelo que, frente al aumento de las necesidades alimenticias, reclama continuar siendo compensado por la generación de nuevos conocimientos en materia agrícola. En este sentido, resulta significativo el relato de Álvarez acerca de cómo mientras hace cuarenta años -cuando en la Argentina comenzó a estudiarse la fertilidad de los suelos en algunos pocos espacios institucionales- muchos profesores de la Facultad de Agronomía todavía se resistían a la fertilización, hoy en día, tras años de estudio, toda la región pampeana se encuentra cubierta de unidades del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y de las universidades que se abocan a cómo hacer un uso más eficiente de los fertilizantes.

Por Miguel Faigón
Sobre investigación:
Roberto Álvarez. Investigador independiente. CONICET-UBA
Josefina de Paepe. Becaria posdoctoral. CONICET-UBA