PREMIOS KONEX

Especialista del CONICET en biodiversidad y cambio ambiental global fue premiada con el Konex de Brillante

Sandra Díaz fue distinguida por sus contribuciones al desarrollo del concepto de diversidad funcional y su trabajo en la intersección entre ciencia y políticas públicas.


Por sus contribuciones al desarrollo del concepto de diversidad funcional, sus efectos sobre las propiedades ecosistémicas y su importancia social, así como por sus esfuerzos de comunicación pública sobre el cambio ambiental global, Sandra Díaz, investigadora del CONICET, recibió la máxima distinción que otorga la Fundación Konex: el Konex de Brillante. “Me siento muy orgullosa y agradecida por este reconocimiento. Para quienes nos dedicamos a la ciencia, un Konex de Brillante es una de esas aspiraciones de toda la carrera”, señaló Díaz. 

“Lo considero un premio para todo mi grupo de trabajo. Los premios científicos visibilizan personas particulares, pero creo que toda la comunidad científica tiene claro que estos logros son sólo posibles a través del trabajo sostenido de equipos de investigación. Los premios Konex son una gran forma de visibilizar para el público en general los grandes aportes a la sociedad que la comunidad científica argentina, cobijada en las instituciones como el CONICET y las universidades públicas, viene haciendo en forma continua desde el siglo pasado”, expresó la científica, que dirige el Núcleo DiverSus de Investigaciones sobre Diversidad y Sustentabilidad dentro del Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV, CONICET-UNC).

En el año 2007, Díaz desarrolló, junto a un grupo de investigadores del CONICET, una herramienta metodológica pionera para cuantificar los efectos y beneficios de la biodiversidad de las plantas de un ecosistema determinado. Este avance posibilitó el aporte de conocimientos científicos a los debates sobre modificaciones en el uso de la tierra, un campo con alto nivel de conflicto entre actores sociales.

Los cambios ambientales tienen impactos considerables sobre las propiedades de los ecosistemas y, por lo tanto, sobre los beneficios que estos prestan a distintos grupos sociales. Muchos de los efectos son directos, por ejemplo los cambios en la producción de biomasa relacionados con alteraciones en las lluvias, la temperatura, o la fertilización artificial del suelo. Pero los cambios ambientales también pueden producir alteraciones en la diversidad de las comunidades biológicas. Para la investigadora especializada en ecología terrestre, son las características funcionales de los organismos, más que el número de especies por sí mismo, las que influyen en mayor medida sobre la productividad y la fertilidad de un sistema, y sobre su capacidad de persistir, de regularse y de producir beneficios a distintos actores de la sociedad.

Durante varios años, en articulación con numerosos colegas internacionales, el equipo de Díaz centró sus investigaciones en relacionar la función de cada planta en el ecosistema con rasgos físicos o químicos medibles, como la altura, el tamaño y tipo de hojas o el tamaño de sus semillas. Identificaron así patrones en la diversidad funcional de las especies, o “estilos de ser planta”, a nivel global. Los resultados fueron condensados en una publicación de 2016 en la revista Nature, encabezada por Díaz.

La información sobre rasgos recopilados por los/as investigadores/as se ha convertido en una gigantesca base de datos, alimentada y usada por científico/as de todo el mundo. Actualmente, la Base Mundial de Caracteres TRY cofundada por Díaz, contiene 15 millones de entradas que reflejan la diversidad funcional de unos 300 mil taxones de plantas vasculares.

Para la científica, entender la función de cada planta y poder modelizar cómo se modificará la estructura del ecosistema en función de los cambios ambientales es un tipo de conocimiento clave para la conservación. “Las especies no están desapareciendo de manera aleatoria”, dice Díaz. “Desde hace mucho tiempo, los seres humanos venimos haciendo una ‘jardinería’ a favor y en contra de organismos con determinadas características funcionales. Entre las plantas, vemos que los grupos de especies con mayor tamaño y ritmos de vida más lento y conservador son los más amenazados por la actividad humana. Otros colegas han observado los mismos patrones en animales. Bajo una perspectiva interdisciplinaria, nuestro trabajo resalta cómo la diversidad funcional no sólo afecta los beneficios y perjuicios que obtenemos de la naturaleza, sino que además es modelada por las personas y es reflejo de nuestras conexiones inextricables con el resto de los seres vivos”, concluye.

 

Una trayectoria científica con amplio impacto social

Recientemente, Díaz fundó el Espacio de Investigación en Ecología de las Transformaciones (ESTRA), que funcionará en el ámbito del CONICET Córdoba como espacio intelectual y físico catalizador de proyectos interdisciplinarios, transdisciplinarios e intersectoriales que vinculen las ciencias naturales y sociales, las disciplinas artísticas-comunicacionales y el apoyo a políticas públicas para enfrentar la complejidad de la actual crisis ecológica.

De acuerdo con la investigadora: “La idea detrás de este espacio es generar conocimiento novedoso, pero con ángulos diferentes a los de las ciencias disciplinares más clásicas. Abordar temas complejos desde diferentes disciplinas para lograr un panorama más completo. El objetivo es que estos conocimientos brinden respuestas para la toma de decisiones, por ejemplo, en cuanto a las crisis del clima, la  biodiversidad y la inequidad. Si se consideran algunas de estas preguntas desde el principio, hay más posibilidades de encontrar respuestas útiles e integrales”.

Con el mismo espíritu, Díaz ha tenido activa participación como representante experta, autora principal, autora principal coordinadora y revisora editorial en los Informes 2, 3 y 4 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) -en 1995, 2001 y 2007- y en el Convenio de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNCCC). También fue copresidenta del Informe Mundial de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) en 2019. Desde 2023 es una de las siete personalidades científicas independientes que forman parte del Consejo Asesor Científico del Secretario General de las Naciones Unidas.

A lo largo de su carrera, ha recibido numerosas distinciones y reconocimientos, entre los que se destacan el Premio Nobel de la Paz como miembro del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (2007), el Premio Konex de Platino en Biología y Ecología (2013), el Premio Ramón Margalef de Ecología del Gobierno de Catalunya (2017), el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica -junto con la bióloga estadounidense Joanne Chory- (2019), el Premio Gunnerus a la Sustentabilidad de Noruega (2019), el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento (2021) y las medallas del Jardín Botánico de Kew (2020) y de la Linnean Society de Londres (2023). Actualmente, pertenece a las academias de ciencias de Argentina, Estados Unidos, Francia, de Países en Desarrollo (TWAS) y la Royal Society.

Por María Pía Tavella