CIENCIAS EXACTAS Y NATURALES

Ese viejo pingüino antártico

Investigadores del CONICET estudian fósiles de pingüinos que habitaron la Antártida hace 32 millones de años y los comparan con ejemplares actuales.


Los pingüinos son aves marinas no voladoras que, según los expertos, habitan este planeta desde hace al menos 65 millones de años. Las preguntas que se hacen los científicos giran en torno a los cambios que han ocurrido a lo largo de la evolución de este grupo, sus causas e implicancias. En este marco se ubican los trabajos del grupo que dirige Claudia Tambussi -investigadora principal- e integra Federico Degrange -investigador asistente-, ambos del Centro de Investigaciones de Ciencias de la Tierra (CICTERRA CONICET-UNC).

Hace tres años Claudia Tambussi junto a otros investigadores del Museo de La Plata, encontró en la isla Marambio de la Antártida, dos de los tres cráneos de los que se tiene conocimiento en suelo antártico y su labor consistió en la reconstrucción, a través de tomografías, del cerebro y otras estructuras sensoriales. El estudio se centró en el análisis de estos órganos para poder inferir las capacidades olfativas, auditivas y visuales, y establecer una comparación con los pingüinos antárticos actuales. Los resultados fueron publicados en la importante revista científica Journal of Vertebrate Paleontology y ocuparon la tapa de dicho ejemplar.

En la Antártida hay fósiles de estas aves que datan de treinta y dos millones de años y los ejemplares de la era actual. En el lapso intermedio entre estos dos períodos no hay evidencias de nada. Y justamente alrededor de esos 32 millones de años empezaron los procesos de cambios climáticos severos en la Antártida, englazamientos, por lo cual puede haberse provocado o bien la migración de estos pingüinos antiguos -en cuyo caso podrían estar sus descendientes en algún otro lado- o su extinción. Por lo tanto los que habitan la Antártida en el presente no guardan ninguna relación de parentesco con aquellos. Tampoco tienen relación con los patagónicos ni los de Chile, pero se parecen bastante a los de Nueva Zelanda.

“El antiguo pingüino antártico tenía una apariencia muy similar a los actuales. Si lo pudiéramos encontrar hoy con vida, no dudaríamos en identificarlo con este grupo de aves, a pesar de algunas diferencias, como por ejemplo su largo pico y que puede haber tenido un plumaje rojizo en el pecho, según indican estudios de un ejemplar de la misma época encontrado en Perú”, describe la investigadora.

Además los científicos explican que su plan corporal era prácticamente igual a los pingüinos actuales, por lo que pueden inferirse capacidades y hábitos similares. “El cuerpo ovalado, tipo pelota de rugby, es ideal para nadar y bucear. Entre los vertebrados, son muy pocos los que tienen esta forma, y entre las aves vivientes, solo los pingüinos. Estos últimos, según muestran los restos fósiles, ya contaban con esta forma hace 32 millones de años”, asegura Degrange. Quizás, hace 60 millones de años, esta característica no haya sido igual e incluso, hasta hayan sido capaces de volar, pero esto aún es discutido.

Al estudiar las formas del cerebro, cerebelo, oído y bulbos olfatorios de las formas fósiles, los investigadores pudieron compararlas con las actuales y sacar algunas conclusiones. “En primer lugar, encontramos que hace 32 millones de años los pingüinos ya buceaban y no volaban, pero conservan hasta hoy el cerebro de un ave voladora”, explica Tambussi. En este sentido, llama la atención el gran desarrollo de sus capacidades visuales, tanto de los pingüinos actuales como de los antiguos, característica típica en aves voladoras.

“Los fósiles revelan que la neuro-anatomía de los pingüinos seguía modificándose aún 30 millones de años después de haber perdido la capacidad de vuelo aéreo, mediante mecanismos tales como la expansión de áreas del cerebro relacionadas a la capacidad visual y la reducción de los bulbos olfativos aún en progreso”, explica Daniel Ksepka del Bruce Museum en Estados Unidos y también autor del trabajo. De esta manera, en la evolución de los pingüinos, desde sus ancestros voladores a las formas actuales totalmente buceadoras, una de las diferencias que encontraron es que hay una pérdida notable de la capacidad olfativa. “Las aves en general tienen el olfato muy reducido, excepto las marinas que, si bien no llegan a los niveles de los mamíferos, está más desarrollado y pueden captar algunos químicos disueltos en el agua que sirven para localizar a sus presas”, comenta Degrange. “De alguna manera prevaleció la selección de las capacidades visuales y las olfativas se fueron perdiendo”, profundiza Tambussi.

Otro cambio que pudieron identificar los investigadores es a nivel del oído interno y que tiene que ver con el oído y las capacidades auditivas. “El oído de los antiguos es más robusto que el de los actuales, pero no sabemos cuál podría ser la diferencia funcional de esto. Sin embargo, al igual que los actuales, los pingüinos antiguos podían captar sonidos de baja frecuencia, que son aquellos cuya onda es más larga entonces se atenúa menos al transportarse en el aire –como la radio AM-. Por lo tanto son típicos entre los animales que se comunican entre sí y, fundamentalmente, en las aves que viven en colonias”, explica Degrange. Esto permite inferir que siempre han sido gregarios, hipótesis que se refuerza por el hecho que existe una gran cantidad de restos de pingüinos en el mismo sitio.

El cerebro, finalmente, muestra algunos cambios en la disposición de sus estructuras. No obstante, el análisis del cerebro, órganos de los sentidos y del resto de las estructuras que se encuentran en el cráneo, muestran que tanto los pingüinos actuales como los antiguos tienen un gran desarrollo de sus capacidades propioceptivas. Éstas permiten que un animal posea la percepción de sí en relación al medio circundante de tal manera que mientras está en movimiento –por ejemplo, buceando- pueda mantener fija la vista en un blanco que también se mueve, sin perder la estabilidad. “Por lo tanto podemos inferir, una vez más, que los pingüinos antiguos podían bucear y ya tenían parte de su vida en el continente y otra parte en el ambiente sub acuático”, explica Tambussi.

  • Por Mariela López Cordero. CCT, CONICET Córdoba.
  • Sobre investigación.
  • Claudia Tambussi. Investigadora principal. CICTERRA.
  • Federico J. Degrange. Investigador asistente. CICTERRA.
  • Daniel Ksepka. Bruce Museum, Greenwich, Conneticut. Estados Unidos.