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CIENCIAS BIOLÓGICAS Y DE LA SALUD
El investigador del CONICET que se convirtió en “guardián” del macá tobiano
Ignacio Roesler acaba de ganar el “Oscar Verde” por su trabajo para la conservación de este ave acuática de la Patagonia, que se encuentra en serio peligro de extinción.
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Cuando lo invitaron a una campaña de monitoreo, doce años atrás, Ignacio “Kini” Roesler no imaginó que su carrera académica estaba a punto de transformarse. Era una salida a campo, organizada por la las ONG Aves Argentinas y Ambiente Sur, para monitorear la población del macá tobiano: un ave de cuerpo blanco y cabeza colorada descubierta en 1974, emblemática de la Patagonia Austral, que habita lagos y lagunas en la provincia de Santa Cruz. Pero al llegar a su hábitat, lo que encontraron fue una situación dramática: en la zona casi no había ningún macá tobiano. Kini Roesler acababa de terminar su licenciatura y todavía no tenía del todo definido qué rumbo seguir dentro del vasto universo de las aves: encontrarse con la asuencia de esa especie fue el puntapié que lo llevó a convertirse en el principal promotor de su conservación en Argentina.
“En esa salida encontramos, básicamente, que había muy pocos individuos de macá tobiano. Descubrimos que estaba en peligro de extinción, así que se generó una reunión interna y me propuse para hacerme cargo del trabajo que había que hacer para intentar recuperar a esta especie”, cuenta, desde Bariloche, el investigador del CONICET cuyo lugar de trabajo es la Fundación Bariloche. Acaba de ser galardonado con el Premio Whitley de conservación natural -también conocido como el “Óscar verde”- por la tarea de conservación del macá tobiano que lleva adelante desde entonces. “Hasta cerca del año 2000, la población del macá incluía más de cinco mil ejemplares, hoy quedan apenas 750. Si las medidas de conservación no se aceleran, esta especie podría extinguirse en la próxima década. El macá tobiano es una especie ´paraguas´, que es necesario proteger para ayudar a las poblaciones de muchas otras especies que comparten su hábitat”, advierte.
Las amenazas principales del macá tobiano son varias. Por empezar, el cambio climático: el aumento en la velocidad del viento y las sequías reducen su hábitat reproductivo. Además, al macá lo acechan especies invasoras, como el visón americano, la trucha arcoiris y la gaviota cocinera, esta última nativa. No menos importantes son las obras de infraestructura instaladas a lo largo de sus rutas migratorias, como la construcción de ciudades, las actividades mineras, de petróleo y las represas, que alteran su vuelo.
A partir de 2009, lo que Roesler se propuso fue desarrollar distintas acciones que protejan al macá tobiano de esas amenazas. Las tareas se encaminaron hacia el monitoreo y los censos poblacionales constantes alrededor de esta especie; el seguimiento a través de técnicas de telemetría; el estudio de su ruta migratoria para evaluar potenciales amenazas de la especie; el control de visones y gaviotas cocineras; y acciones de concientización con las comunidades de la región en la que habita este ave.
“El macá vive en la Patagonia Austral, puntualmente nidifica en Santa Cruz, en los lagos y lagunas de las mesetas de altura, paralelas a Los Andes. En invierno migra hacia la costa atlántica, a los estuarios de los ríos Coyle, Gallegos y Chico-Santa Cruz”, explica Roesler. Entre las acciones que lleva adelante junto a su equipo en esa zona, Roesler incluye también la cría de huevos abandonados de macá en incubadoras, y la instalación de plataformas flotantes para favorecer la nidificación del macá. “La planta acuática con la que el macá construye sus nidos no ha florecido, por eso intentamos ayudarlo para conservarlo –indica-. También capacitamos técnicos para tomar datos y tratar que, una vez que comience la nidificación de los macáes, minimicen la probabilidad de que algún evento pueda destruir los nidos o las colonias”.
El Proyecto Macá Tobiano se conformó por investigadores y becarios del CONICET coordinados por Roesler, la investigadora del CONICET en la Administración de Parques Nacionales, Laura Fasola (ADM PN), y el investigador del CONICET en el Instituto Patagónico para el Estudio de los Ecosistemas Continentales del Centro Nacional Patagónica (IPEEC, CONICET), Julio Lancelotti, en colaboración con las ONG Aves Argentinas –la organización conservacionista más antigua de Latinoamérica, en la que Roesler además se desempeña como director científico- y Ambiente Sur –una organización de Río Gallegos-. En el marco de este proyecto, se instaló incluso la estación biológica “Juan Mazar Barnett”, al sur de la meseta del Lago Buenos Aires, lindera al Parque Nacional Patagonia. “Esa estación funciona desde 2014 y permite que no solo trabajemos, sino que es abierta a la comunidad científica, así ha sido utilizada por muchos otros investigadores del CONICET y de otras instituciones nacionales e internacionales: en estos años ya hubo más de veinte proyectos que pasaron por esa base”, cuenta Roesler.
La noticia de haber sido seleccionado para el “Oscar Verde” entre más de cien proyectos, a Roesler, no lo tomó por sorpresa, ya que fue un proceso gradual. “Veníamos pasando rondas de preselecciones desde julio del año pasado, y en diciembre nos dijeron que habíamos quedado entre los quince finalistas, así que estábamos expectantes por lo que pasara en mayo”. El pasado miércoles 12, durante una ceremonia virtual, Roesler y su equipo se anoticiaron de que habían sido seleccionados como ganadores. “Estamos contentos, no solo por el premio económico, que nos va a permitir financiar al menos un año más de proyecto, sino también por la visibilidad nacional e internacional que nos da como proyecto de conservación”, dice Roesler. “Ojalá nos sirva para conseguir más recursos, apoyos y posibilidades de colaboraciones con otros grupos de trabajo”, dice ilusionado.
Por Cintia Kemelmajer