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El dolor de lo invisible
Dos científicas del CONICET investigan la percepción que las personas tienen de sus cuerpos tras la amputación de un miembro.
El dolor o las molestias pueden hacerse presentes en el vacío, en las heridas que deja en el cuerpo, en la ausencia de alguna de sus partes. Así, por ejemplo, aquel lugar en el que solía haber un brazo es ocupado ahora por una multiplicidad de sensaciones. El síndrome del miembro fantasma es la percepción de que un miembro amputado aún continúa conectado al cuerpo.
“El cerebro tiene un área en la corteza cerebral dedicada a la atención exclusiva para cada miembro a la que llamamos homúnculo. Cuando un miembro es amputado el cerebro no sabe que dejó de existir y que no va a interaccionar más con el resto del cuerpo”, explica Diana Margarita Casas Gómez, becaria doctoral del CONICET en el Departamento de Bioingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).
Se estima que por lo menos la mitad de las personas que sufrieron alguna amputación de miembros superiores o inferiores padecieron este síndrome.
Según explica la investigadora, el paciente afectado percibe síntomas en el miembro que no existe que pueden ser somáticos o motores. Los primeros se relacionan a sensaciones vinculadas con el calor o el frío, presión, picazón, dolor, ardor o adormecimiento, entre otros. En los segundos, el sujeto cree que puede mover el miembro fantasma de forma voluntaria o tiene una reacción involuntaria como intentar atender el teléfono al sonar.
“La sensación más común por la que suelen ir a consulta los pacientes con amputación es por el dolor crónico. Este dolor puede venir tanto de una sensación somática o de una motora: en la somática se hace presente el dolor en las articulaciones por frío, el ardor o picazón en escalas insoportables, y cuando el dolor es por una sensación motora, puede percibirse entumecimiento del miembro amputado”, asegura Casas Gómez.
Para la científica, la causa de este síndrome está vinculada al intento del cerebro de reorganizar la información sensorial que sigue a la amputación. “Recibe información que no está acostumbrado a recibir, donde intervienen los sentidos y se generan problemas de percepción. Estos datos erróneos, el cerebro los desvía a zonas de la corteza donde cree que los puede atender. De esta manera el homúnculo se desplaza + 2 cm sobre la corteza, dando paso a una neuroplasticidad. En otras palabras las rutas neuronales cambian y se adaptan reorganizando el cerebro”, comenta.
Con el objetivo de obtener más información sobre este padecimiento y generar soluciones cada vez más eficaces, la científica es parte de un equipo de bioingenieros y médicos que evalúa diferentes terapias y tratamientos.
“Como es un suceso que ocurre dentro del cerebro, lo que se busca es medir la actividad cerebral en las regiones en las que se asocia el movimiento y las sensaciones somáticas. Para esto generalmente se usan las Imágenes De Resonancia Magnética Funcional, Estimulación Magnética Transcraneal y la electroencefalografía. Estas herramientas nos proveen información de la actividad cerebral”, afirma.
Para poder evaluar las diferentes reacciones cerebrales a distintos escenarios se somete al paciente a lo que en psicología se conoce como ilusión de percepción: lo que se percibe no es lo que pasa en la realidad.
“Se utiliza una caja que trae un espejo en una de sus caras externas. En nuestra experimentación, el sujeto se sienta frente a una mesa donde se encuentra ubicada la caja espejo, apoya un antebrazo fuera de la caja y el otro queda oculto, dentro y se le pide que durante el experimento observe todo el tiempo el reflejo de la mano en el espejo. Previamente se le colocan electrodos de superficie sobre el cuero cabelludo para obtener los registros de la actividad cerebral mediante un electroencefalograma y le pedimos al sujeto que realice movimientos de abrir y cerrar la mano”, detalla la especialista.
La terapia de la caja espejo es una retroalimentación visual para el cerebro. Así, para la científica, esta ilusión puede hacer creer a nuestro cerebro que una mano que no es nuestra puede llegar a serlo, o en este caso, tener la sensación que una mano que no se está moviendo4, si lo hace.
Una de las ventajas de utilizar esta herramienta es que es una terapia no invasiva. “Le permite al sujeto tener control sobre su miembro perdido y corregir la neuroplasticidad mal adaptativa que genera el dolor en el miembro fantasma. Antes de la aparición de esta herramienta que fue introducida en 1996 por el prestigioso neurólogo Vilayanur Ramachandran el tratamiento del miembro fantasma se limitaba a medicar al paciente con fármacos como neuroinhibidores, antidepresivos, anticonvulsivantes, entre otros. Estos fármacos en su mayoría eran para aliviar el dolor de un miembro que no se tiene”, asegura.
Este trabajo realizado por el equipo de investigación tiene a futuro un objetivo claro: “Queremos diseñar una terapia que además de ayudar al paciente a tener control sobre el miembro fantasma y que permita que una prótesis pueda adaptarse de forma intuitiva a la naturaleza del paciente a partir de de las señales encontradas en el cerebro”, concluye Casas Gómez.
¿Cómo percibimos nuestro cuerpo?
La investigadora adjunta del CONICET, Ariela Battan Horenstein del Instituto de Humanidades (IDH, CONICET-Universidad Nacional de Córdoba), explica e investiga desde la disciplina filosófica conocida como Fenomenología la percepción que cada uno tiene sobre su propio cuerpo.
“El cuerpo propio es el lugar, la perspectiva desde la cual accedo perceptiva y afectivamente al mundo y a los otros y, como afirmaba el prestigioso filósofo Edmund Husserl, padre de la fenomenología, también es el ‘punto cero’ a partir del cual se definen las coordenadas espaciales, la orientación y mis posibilidades motrices. Mi cuerpo no es un objeto del cual pueda tomar distancia o que pueda sustituir por otro, aunque si admite la anexión de prótesis y de instrumentos” desde un bastón hasta un brazo robótico o un violín, dice.
Según comenta la investigadora, esta percepción corporal es compleja porque por ejemplo, “hay zonas completas de nuestro cuerpo a las que no atendemos de manera constante. El dolor o la molestia pueden provocar que nuestra percepción agudice la presencia de ciertos miembros y aumente las dimensiones de ciertos órganos. El cuerpo se presenta no como un objeto a disposición de su usuario, sino más bien un vehículo de nuestra existencia, un medio expresivo”, afirma.
En relación a la concepción del cuerpo que cada persona tiene, la amputación de un miembro y el enfrentamiento del paciente con la caja espejo, visibiliza a la percepción como procesos dinámicos.
“Nuestro cuerpo ‘habitual’ es este del cual disponemos mientras conversamos, escribimos o intentamos alcanzar un vaso que se encuentra sobre la mesa y no necesitamos constatar los ‘potencialidades’ antes de actuar o movernos. Luego de una amputación, el cuerpo sigue operando con sus habitualidades y es en ese momento cuando, podría decirse, se produce un primer engaño, el cual consiste en la imposibilidad de responder a la solicitud de ese mundo de objetos ’maleables‘, ‘recorribles’ o ’manipulables’ al que estamos habituados. La caja espejo funciona en ese sentido como un modo de componer ese primer engaño. La imagen que devuelve el espejo completa mi cuerpo habitual con ’la parte’ que le falta a partir de la amputación”, concluye.
Por Alejandro Cannizzaro. CCT CENPAT.