El CONICET lamenta el fallecimiento de Víctor Tau Anzoátegui



Fue investigador superior ad honorem del CONICET en el Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho (INHIDE), abogado (Universidad de Buenos Aires, 1957) y doctor en Derecho y Ciencias Sociales (UBA, 1963).

El Dr. Tau Anzoátegui fue una figura indiscutible de la Historia del Derecho en la República Argentina y sus aportes gozan de reconocimiento internacional desde hace muchísimos años. Fue profesor titular regular de Historia del Derecho Argentino en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UBA (1982-1999), presidente de la Academia Nacional de la Historia (entre 1994 y 1999) y, vicedirector del Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho entre 1995 y 2001 y director del mismo entre 2001 y 2018. Desde ese lugar fue director de la prestigiosa Revista de Historia del Derecho además de miembro permanente del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano.

Recibió numerosos Premios y fue miembro argentino de Academias Nacionales de la Historia de España, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Brasil, Puerto Rico, Guatemala, Colombia y Portugal.

Su obra escrita es enorme y variada, pero siempre profunda y erudita. No ha dejado prácticamente temas sin tocar en lo que concierne a la historia del Derecho y, además, en el contexto del cambio de milenio, dirigió una de las dos grandes colecciones de Historia publicadas en nuestro país –la Historia de la Nación Argentina, coeditada entre la Academia Nacional de la Historia y Planeta– que todavía hoy reviste carácter referencial. Su obra como consejero, articulador de campos científicos y director de carreras es todavía más profusa y encendida. Se lo recordará como un hombre de ciencia en el sentido más amplio de la palabra en cada sitio del mundo por donde ha pasado.

Darío G. Barriera, investigador principal del CONICET, quien lo considera su maestro, lo recuerda con las siguientes palabras:

El hombre de la escucha, el hombre de los puentes

Recibí mucho de Tau. Escucha, lecturas, invitaciones, aliento, consejos, y también críticas –cuya exactitud nunca me costó reconocer, porque las exponía con una claridad y una calidad meridianas–. Ha sido uno de esos maestros que todos quisiéramos tener. Hablar con él cada tanto era un regalo. Siempre tenía tiempo. Es increíble, pero siempre tenía tiempo para escuchar y devolvía como los dioses.

Tendremos el tiempo y la ocasión para hacer, como se debe, un balance y una valoración de su obra. El primero, dejará mucho a favor; la segunda será materia de gratas sorpresas –uno no deja de descubrir que Tau “ya lo había pensado (y dicho) antes”– y de notas positivas sobre tal o cual aspecto del legado, que por volumen y densidad, llevará décadas reprocesar. Pero hay algo que estará siempre por encima y por debajo de todo eso: Tau fue la persona que más hizo por el desarrollo científico de la Historia del Derecho en la Argentina –o mejor, lo hizo aquí y en cualquier parte del mundo, pero los beneficios impactaron sobre todo en la Argentina– y quien más y mejor trabajó para comunicar tradiciones que estaban incomunicadas y desconocían cuánto podían aprender las unas de las otras. Son muy pocas las personas que pueden hacer eso. Y muchas menos las que, pudiendo no hacerlo y disfrutar tranquilamente de las mieles de su propio prestigio, se libran durante años a desgastantes batallas contra rigideces en las que no creen, contra prejuicios que saben perniciosos, y dedican energías que bien pudieron emplear en otra cosa a esto, a comunicar, a mejorar a propios y extraños, a construir puentes de todo tipo.

Los historiadores y las historiadoras formados en las humanidades que nos acercamos a ese campo sabremos recordar su calidad humana y profesional, que iban juntas. Lo vamos a extrañar mucho, Tau. Que descanse en paz.