INFORME ESPECIAL

Eclipse anular de sol: “Fenómenos así nos fascinan porque escapan a nuestro control”

Como astrónomo cultural, el investigador Alejandro López reflexiona en torno al eclipse que podrá verse este domingo en la Patagonia.


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Gentileza de TV Pública de Chubut (canal 7) compartiremos este domingo imágenes en vivo desde el mejor punto de observación en la Argentina, Facundo (Chubut).

#EclipseSolarAnular

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Cuando el próximo domingo el reloj marque las 10:38, un grupo de astrónomos, aficionados y curiosos apostados en la Patagonia, más precisamente en Esquel, quedarán absortos mirando el cielo. Quizás se pregunten en susurros por los misterios del universo o solo contemplen en silencio, lo cierto es que serán testigos privilegiados del espectáculo natural que dará el eclipse anular de sol, que en ese punto del mapa dejará a la Tierra -por un instante- literalmente en penumbras. “La relación con el cielo ha sido muy variada a lo largo de la historia y de las culturas, pero si hay un rasgo que se repite es que el cielo es un espacio sobre el que se dan intensas luchas de poder”, asegura Alejandro López, astrónomo cultural e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) que será parte de la comitiva de expertos que admirará el fenómeno in situ. Además, dará una charla sobre la relación entre los pueblos originarios de América y los eclipses en un workshop que tendrá lugar en la ciudad sureña en el marco del eclipse. El fenómeno total durará desde las 9:24 hasta las 12:01 y en buena parte del país se podrá ver de manera parcial.

La llegada del hombre a la Luna y la carrera aeroespacial son un ejemplo de esas luchas de poder a las que refiere López: ese paso que dio el hombre en lo hasta entonces desconocido significó mucho más que un logro técnico. Fue un paso estratégico, simbólico, político de Estados Unidos en su competencia con la Unión Soviética. “El cielo que tendemos a ver como importante para nuestras vidas, pero distante y fuera de nuestro control, tiene por eso una gran carga simbólica”, advierte López, que desde que se recibió como astrónomo en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) se interesó por la forma en que las distintas culturas generan conocimientos sobre el cielo. Por eso, cursó estudios de posgrado en Antropología y se especializó en astronomía cultural, un área interdisciplinaria que estudia los conocimientos sobre los astros y las distintas teorías que se construyeron sobre el universo como fenómenos sociales y culturales. Desde 1998, López hace trabajo etnográfico en la región del Chaco, analizando las relaciones entre el conocimiento astronómico y la vida social, cultural y política que las produce.

Según apunta, la relación con el cielo es muy variada en las diferentes sociedades humanas. Este tipo de conocimiento fue desarrollado no solo por su utilidad pragmática –desde lo meteorológico hasta lo astronómico- sino por la idea de que se conecta con la estructura última del universo y las leyes que gobiernan la existencia de los seres humanos en la Tierra. “Mirar cómo el poder se ocupó del cielo nos permite entender cómo funcionan esos resortes del poder y se expresan mediante mecanismos simbólicos. Nos permite ver la construcción de sistemas de conocimiento y prácticas que pretenden relacionarse con esa potencia no humana: desde asegurarse el flujo de los recursos que se entiende que el cielo puede gestionar hasta generar vínculos con ese cielo o precaverse de los posibles peligros que habría en ese vínculo”. Según cada cultura, hay distintos modos de pensar cómo puede ser ese cielo y cómo se vincula con lo humano. Los pueblos originarios de América –antes y después de la conquista española- pensaron al universo como plurisocial: habitado tanto por sociedades humanas como no humanas. Muchas sociedades americanas se organizaban políticamente –en sus calendarios, en sus rituales, en su forma de orientarse en el espacio, en la toma de decisiones- en torno a sus ideas del cielo. Con la llegada de los europeos al continente, comenzaron a imponerse como dominantes otras miradas.

¿Y cómo concebimos al cielo en Argentina hoy en día, puntualmente en los ambientes urbanos? Como en toda gran ciudad, la observación a simple vista del cielo es más difícil. “La vida en grandes ciudades genera una mayor separación respecto a la experiencia directa del cielo y una mayor presencia del cielo mediada a través de las pantallas de televisión, computadoras, internet. La gente en general no es consciente del lugar por donde sale el sol en el entorno de su casa, pero sí se interesa por fenómenos como agujeros negros, supernovas o agujeros de gusano, porque tienen relación muy intensa con esas cosas a través de las pantallas”. De todas formas, aunque las actividades cotidianas en las ciudades estén menos reguladas por la observación directa y personal del cielo que antaño, se sigue pensando al cielo como un espacio del que depende nuestro destino. “El cielo sigue relacionado con nuestras preguntas últimas: por eso la astrología sigue siendo una de las `mancias` más populares. ¿Por qué? Por el prestigio que tiene el espacio celeste como depositario de los destinos del mundo y de los nuestros también. La gente entiende que ahí hay algo con una potencia mayor”.

El cielo es un espacio donde proyectamos aquello que puede ser más poderoso que nosotros. “El cielo es potente, está ligado al destino humano y a las grandes preguntas respecto a para qué existimos, qué es existir y si tiene algún sentido”. Algo de eso se puso en juego en el 2012, cuando según particulares reinterpretaciones de los calendarios mayas, entendidos como “profecías”, comenzaron a circular como versiones apocalípticas sobre el fin del mundo. “En realidad los antiguos mayas no predijeron el fin de un ciclo cósmico en 2012. Se cumplía un número de días de la cuenta larga maya, y muchos sostenían que habían vaticinado que se terminaría el actual ciclo cosmológico: que habría una destrucción cataclísmica o una transformación de conciencia. Pero hay muchas evidencias de que eso no era lo que pensaban los mayas. De hecho hay inscripciones con fechas a futuro más largas que esa. Pero se dio un fenómeno muy interesante de reapropiación por grupos contemporáneos del conocimiento académico y no académico producido sobre los calendarios mayas antiguos, como en otros momentos sucedió con los egipcios o el Lejano Oriente. Eso nos habla mucho sobre las relaciones actuales entre hombre y naturaleza”.

En cuanto al eclipse solar anular que sucederá este domingo, López advierte que nos fascina como sociedad porque “cuando algo en el cielo se sale de su acostumbrada regularidad, te hace levantar la vista, se genera una sensación de estupor. Sociedades como las nuestras que tienden a querer controlar todo, se sienten preocupadas y atraídas por todo lo fuera de lo ordinario: meteoritos, lluvia de estrellas, un cometa, un bólido. Lo que se sale de lo ordinario es lo que hace que el habitante de las ciudades contemporáneas mire el cielo El cielo no llama la atención mientras haga lo que tiene que hacer: no `hacer ruido`. ¿Qué tiene eso que no es lo de siempre?, es la pregunta de fondo”, dice López.

Para la mayoría de las culturas, a lo largo de la historia, el sol y la luna fueron los astros más relevantes. Así, por ejemplo, entre los Inca un eclipse de luna –lo que implica que se ponga roja la luna- puede ser un preanuncio de algo terrible o de una potencial falla cósmica. O un eclipse del sol, puede estar ligado a una manifestación –de desagrado, de enojo- del astro reaccionando en torno a acontecimientos de la Tierra con los que no está de acuerdo. “Para muchos grupos humanos el brillo es una manifestación de poder, de vitalidad, entonces la interacción  entre estos dos astros, como sucederá en el eclipse del domingo, donde se producirá un ocultamiento o ensombrecimiento de un astro que se reflejará en las condiciones de iluminación en la Tierra, es algo de gran impacto”.

“Sentir que dependemos de fenómenos que no podemos controlar y que tienen el poder de barrernos de la faz de la Tierra –continúa el científico- no nos causa ninguna gracia. Nos genera fascinación y preocupación. Por otra parte, los eclipses desde lo perceptivo dan la posibilidad de experimentar una tercera dimensión en nuestro cielo: dos objetos que se están cruzando y generan sombra, permiten a muchas personas experimentar que el cielo no es un telón de fondo, sino que es un `lugar` donde ocurren cosas que tienen un efecto directo sobre nosotros. Un oscurecimiento que no es habitual y no es producto humano puede generar una sensación de fragilidad”.

En última instancia, concluye López, lo que sucede en el valor que muchas personas actualmente le otorgan a los fenómenos astronómicos singulares se vincula a la percepción de que la forma en que la humanidad se maneja hoy día no puede continuar así. “Y el único modo de que se genere otra cosa, un cambio en nuestra manera de vivir, es que el universo nos obligue a ello de forma cósmica”.

¿Qué relación tiene personalmente este investigador con el cielo?

Desde pequeño, para Alejandro López el cielo fue un ámbito interesante “porque está siempre presente y es cercano y lejano a la vez. Cuando era chico observaba bastante el cielo, tenía un pequeño telescopio, binoculares, y cuando pasó el Cometa Halley en el 86 fue importante para mí, siempre fue una invitación a las preguntas más filosóficas que me hice. Me sentaba miraba al cielo y me permitía pensar que estaba sobre la superficie de un planeta, y que estaba viendo hacia el espacio. Se me hacía un click en la percepción y hasta sentía que podía caer hacia el espacio celeste. Me parecía desafiante entender el cielo, por eso mismo atractivo”.
Hoy el científico siente que cada vez tiene más preguntas con respecto al cielo. “Me pasa cada vez más al encontrarme con gente que tiene una experiencia cotidiana con el cielo mucho más amplia que la mía, o una costumbre de la observación cotidiana. Lejos de clausurarse, el cielo se sigue ampliando para mí”.
Lo que más le gusta de su objeto de estudio es su carácter inclusivo. “El cielo no es un lujo para los ricos, no es algo en lo que piensan todos los seres humanos. Y eso nos atraviesa a todos”. En cuanto a los grupos humanos en los que estudia al cielo –comunidades aborígenes de Chaco- “ para ellos el universo está lleno de otros, y el diálogo y la búsqueda de acuerdos con esos otros –el cielo incluido- es la estrategia de convivencia. El cielo para estas comunidades está lleno de recursos. Se necesita una relación respetuosa con él. Yo siento que las miradas sobre el cielo de estas comunidades aborígenes nos pueden enseñar mucho sobre cómo dialogar con otros, especialmente en el contexto de tensiones y conflictos y cómo se puede llegar a acuerdos”.