CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
Córdoba colonial: ni tan blanca ni tan pura
Sonia Colantonio recibió un premio Konex en el área de Arqueología y Antropología como reconocimiento a su trayectoria en estudios bio-demográficos.
Sonia Colantonio es investigadora principal del CONICET en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS, CONICET-UNC) de Córdoba y desarrolla sus trabajos en la línea de la Bio-demografía. En este cruce disciplinar se intenta analizar cómo evolucionan biológicamente las poblaciones a partir de datos sociales, culturales, o de registros, tanto históricos como actuales.
Sus investigaciones se centran, en la ciudad y provincia de Córdoba, a partir de fines del año 1700. En base a los resultados obtenidos el grupo pudo reconstruir un panorama étnico muy diferente al que señalaba la bibliografía tradicional. En lugar de encontrar una sociedad primordialmente blanca, de origen europeo -a partir de datos no biológicos, como actas de matrimonio, bautismo y muertes- vieron que las mezclas eran el grupo predominante. Los trabajos en Antropología sobre el período colonial son muy escasos, por lo que el grupo inaugura un ámbito casi desconocido y es el primero dedicado al estudio de la Biodemografía en Córdoba. Además en estrecha relación con la cátedra de Antropología donde se desempeña como docente, se crearon una línea de estudios de antropología dental y otra de etno-biología.
¿Por qué decidió estudiar ese período, tan poco explorado por la antropología?
En los años ’80 comenzamos a trabajar con poblaciones actuales del Valle de Traslasierra –ubicado al oeste de la provincia, detrás del cordón montañoso llamado Sierras Grandes, que corre en paralelo a la Cordillera de los Andes- ya que había altos índices de una enfermedad genética recesiva –o sea que se manifiesta sólo cuando ambos progenitores aportan un determinado gen- que producía la muerte de los niños antes de los tres años. Por ese entonces existía la hipótesis de que la causa de esa incidencia tan alta era la endogamia, es decir que las parejas se conformaban en el seno de la misma comunidad, con un alto grado de parentesco y consanguinidad. Estudié la historia demográfica de esa población -desde fines del 1700 hasta 1990- y encontré que desde que se tenía registro había endogamia, pero que en el presente casi se había duplicado.
¿Cómo realizaron estos análisis?
Usamos un método que utiliza los apellidos bajo el supuesto de que hay una probabilidad determinada de que quienes compartan apellido tengan un antecesor común. Esto en términos probabilísticos, no de certeza, porque sabemos que esto no siempre se cumple y se puede sobreestimar –pensar que es más alta de lo que ocurre en la realidad- la consanguinidad, la endogamia y otros fenómenos relacionados. Sin embargo, al comparar lo que obtuvimos en el análisis en Traslasierra con la población de la ciudad de Córdoba en la época colonial, la diferencia era notable. En la segunda no encontramos consanguinidad, aún con la sobreestimación del método.
¿Y entonces comienza a estudiar la ciudad?
Sí, porque esto contradecía un preconcepto muy arraigado –y que se apoya en mucha bibliografía en torno a la genealogía- de que Córdoba era endógama, con familias tradicionales, de linajes blancos, etcétera. En ese sentido empecé a analizar registros de bautismos, matrimonios, muertes y censos, desde el año 1766. Y ahí me encontré con una Córdoba diferente a la que esperaba.
¿En qué difería?
En primer lugar, respecto a la información que brindan los apellidos, vimos que la consanguinidad era prácticamente nula, con valores similares a los de España en la actualidad. Esto coincidía con que en las actas de matrimonio prácticamente no había dispensas, que era la ‘autorización’ para casarse que otorgaba la iglesia a parejas con relación de parentesco. Además los índices de consanguinidad que obtuvimos eran muy similares entre los blancos y el resto de las castas o grupos mestizados. Sin embargo, encontramos una práctica llamativa que se daba exclusivamente entre los blancos y consistía en alianzas entre determinadas familias, que formaban parejas entre sí. Estas tenían que ver con cuestiones culturales y económicas o materiales.
Entonces, Córdoba no era una sociedad endogámica… ¿y qué encontraron respecto a la composición étnica?
Primero quiero aclarar que usamos las categorías ‘étnicas’, por llamarle de alguna manera, que aparecían en los propios registros, o sea que las denominaciones son de esa época y, por ejemplo, en lugar de decir ‘afroamericanos’, decían ‘negros’. La referencia a la etnia desapareció casi totalmente de los censos en 1840 y recién en el de 2001 se incluyeron algunas preguntas en cuanto a la ascendencia. Respondiendo ahora la pregunta, encontramos por ejemplo en 1813 que los blancos representaban cerca del 40 por ciento de la población, los negros el 7 por ciento -que en 1778 había llegado a 13 por ciento-, los indios casi habían desaparecido y lo que predominaba eran las mezclas, especialmente los pardos –que no se sabe exactamente a qué refería pero se supone que hay algún grado de sangre negra-. También había mulatos -negro con blanco- y zambos –negro con indio-. O sea que Córdoba no era blanca y tampoco ‘pura’, como decía el mito.
¿No se encontraron mestizos –mezcla de blanco con indio-?
Los mestizos aparecen frecuentemente en los censos hasta 1813 y, a partir de ahí, casi desaparece el término – sólo se consignan 0,3 por ciento mestizos-. Sin embargo en los registros parroquiales de nacimientos sí sigue apareciendo, porque se definía a partir de la etnia de los padres. En el mismo sentido vimos que la población negra o mulata se fue transformando en los registros en parda, es decir que se ‘blanqueó’. Por ende suponemos que quizás la desaparición de los mestizos y los negros no responda fundamentalmente a una desaparición física –por enfermedades o guerras, por ejemplo- sino que comenzaron a consignarse como pardos sin indicar la procedencia, a medida que se fueron mezclando.
¿Es decir que cada registro aportó información diferente para completar el panorama?
Sí, y a veces era contradictoria. Por ejemplo, mientras que los censos mostraban que estas castas –como se les llamaba a las mezclas étnicas- eran predominantes, los registros matrimoniales mostraban uniones casi exclusivamente entre personas del mismo grupo. Sin embargo esto seguramente responde a que había prohibiciones en la iglesia de mezclar la sangre, entonces esas uniones se daban de hecho. Probablemente también haya sido costumbre que las parejas no se casaran, pero lo cierto es que existió un proceso de mezcla que se dio por fuera de la iglesia.
¿Cuál era la relación entre la población negra y el régimen de esclavitud?
En general los negros eran esclavos, pero del total de esclavos los pardos eran el grupo predominante. Otro dato interesante fue que encontramos indios también, a pesar de estar prohibido por ley. Y las formas de esclavitud en Córdoba parecen haber sido particulares.
¿En qué sentido?
Por ejemplo, los esclavos podían trabajar por su cuenta e incluso cuando el amo quedaba en malas condiciones económicas, ellos lo mantenían, a la inversa de cómo se suponía. Si bien libres y esclavos estaban muy divididos en las instituciones sociales, al interior de sus hogares esta separación no era tan neta. Las mujeres eran muy valoradas por su función en el hogar y por ser el medio de producción de nuevos esclavos; hay casos de esclavas que se casaron con españoles importantes. La tasa de reproducción era apenas menor que la de los blancos o de los libres, a diferencia de lo que ocurría, por ejemplo, en Buenos Aires. Finalmente, algo que nos llamó mucho la atención, es que los esclavos también tenían hogares propios y muchas veces además esclavos propios. También había mujeres esclavas jefas de hogar.
En la actualidad, la mezcla de etnias es fácilmente perceptible en la fisonomía de los cordobeses, sin embargo ‘lo negro’ no es tan evidente … ¿qué se sabe de esto?
Justamente, ahora estamos por empezar un estudio para determinar la cantidad de ancestría africana –genes- que hay en la población actual de la ciudad de Córdoba, a partir del análisis genético de muestras de sangre que se están procesando en Buenos Aires.
Formación: Sonia Colantonio es Licenciada en Antropología (1981) y Doctora en Ciencias Naturales (1986), ambos por la Universidad Nacional de La Plata. Realizó además la Carrera Docente en dicha Universidad. Fue becaria del CONICET desde 1983 e ingresó a la carrera de Investigador en 1993. En la actualidad es Investigadora Principal del CONICET en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS, CONICET-UNC) y docente en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad Nacional de Córdoba.Recibió el premio Konex en reconocimiento a su amplia trayectoria en el área de Arqueología y Antropología. |
Por Mariela López Cordero. CCT Córdoba.