DETRÁS DE ESCENA DE LA CIENCIA
Con el horizonte como oficina: “Bebote”, un buzo del CENPAT
En Puerto Madryn, a Ricardo Vera lo conocen como “Bebote”. Desde hace más de treinta años trabaja, como apoyo científico, buscando muestras para investigadores en el mar.
Nadar cerca de las ballenas, contemplar peces de colores a pocos centímetros de distancia, recolectar estrellas de mar, algas del fondo del océano. Esas son algunas de las cosas que Ricardo Vera, de 52 años, puede llegar a hacer en una jornada habitual de trabajo.
-Mi oficina –dice él- es el horizonte. Este no es un trabajo monótono, por eso me gusta. No tengo que estar con traje ni con guardapolvo.
Trabaja desde 1984 como miembro de la Carrera del Personal de Apoyo (CPA) en el Centro Nacional Patagónico (CENPAT- CONICET) del Consejo Nacional de Investigaciones y Técnicas. Cuando decidió radicarse en Puerto Madryn –vivía en Buenos Aires-, tenía 19 años y un título secundario de Técnico Químico. La mamá ya vivía en la ciudad patagónica desde hacía varios años: trabajaba como administrativa en una empresa local. Ricardo ingresó a la institución para desempeñarse como técnico en el Laboratorio de Química. Lo que nunca imaginó es que terminaría siendo buzo.
Alto y de barba negra, en el CENPAT, a Ricardo nadie lo conoce como Ricardo. Allí, para dar con él, hay que preguntar por Bebote, el apodo que le puso un antiguo compañero de trabajo. Porque si está enseñándole a alguien a bucear, Bebote se va a acercar con alguna ocurrencia e inventará lo que sea para hacer reír y relajar el ambiente. Él es así: un bromista ingenuo. Un niño atrapado en un cuerpo enorme. Un bebote.
Los comienzos
Una vez radicado en Puerto Madryn, ni bien ingresó al CENPAT, comenzó a estudiar en paralelo la carrera de Buzo Deportivo. En el CENPAT ya había un área de técnicos en buceo, con tres buzos que hacían campañas en el mar y sacaban las muestras para que los investigadores trabajen. En 1986 se recibió como buzo y en 1994 obtuvo su licencia como Profesional “de primera” –salvamentista- y “explosivista”-, y decidió cambiar de área para sumarse al grupo de técnicos de buceo: se dio cuenta que prefería estar en el agua que en un laboratorio haciendo análisis. Entonces fue cuando Bebote comenzó su carrera como CPA buzo.
Desde entonces, es requerido por los investigadores, que lo contactan para que extraiga las muestras que necesitan del océano: pueden ser sedimentos, bivalvos, peces, algas, panopeas. Abajo del agua, dice él, es como si fuera los ojos y las manos del científico. También, a Bebote, muchas veces lo requieren como baqueano: organizó, por ejemplo, la logística del censo de elefantes marinos de la zona: dónde bajan las camionetas, cuánto camina la gente, cuánto se busca. Desde Bahía San Blas –en Patagones, el extremo sudoeste de la provincia de Buenos Aires- hasta Ushuaia, recorrió toda la costa.
Ser buzo, dice él, es riesgoso: trabajar en las profundidades tiene su costo. Para evitar peligros, como los traumas de buceo –problemas en los oídos, eficemas, formación de burbujas en la sangre-, los buzos del CENPAT utilizan toda la tecnología disponible. Esto es: miran el clima antes de salir al océano, van en grupos de tres como lo solicita la ordenanza de Prefectura Naval Argentina –un buzo baja al mar y toma muestras, lo acompaña otro buzo como asistente y el tercero se queda como botero por cualquier complicación-, se hablan con máscaras intercomunicadoras por debajo del agua y llevan computadoras sumergibles que les avisan si ya pasaron demasiado tiempo bajo el agua –el tiempo estipulado para pasar buceando depende de la profundidad en la que se encuentre el buzo-. Hasta tienen planillas de fibra con un lápiz, sumergibles, para anotar lo que necesiten.
En general bucean entre doce y quince metros, mientras la computadora hace cálculos y los asiste en lo que necesitan. Bebote llegó a bucear a 42 metros de profundidad, durante lapsos de ocho minutos, que es el tiempo permitido. Fue como si hubiese estado trabajando en el piso menos ocho de un edificio, pero sin poder respirar normalmente: con un tubo de aire que lo asistía.
Lar mar no estaba serena
Para Bebote, las salidas de buceo son semanales: según cuán profundo esté, el trabajo en el fondo del mar puede durar desde cuarenta minutos a una hora y media o dos –si están entre 10 a 12 metros hacia abajo-. Recién 24 horas después puede volver a sumergirse. Bebote cuenta más de 7 mil horas de buceo en todos sus años de experiencia: si un año cronológico tiene 8760 horas, pasó casi un año de su vida en un mundo desconocido para la mayoría de los mortales, como es la profundidad de los océanos.
-Es mágico. Estar ahí trabajando en un lugar donde no tenés ruido, nadie te molesta, sos vos y la naturaleza, los animales, el mar, la vegetación y el entorno. No lo puedo comparar con nada. En el agua encuentro una tranquilidad que no se tiene en ningún otro lado.
Aunque claro: ser buzo tiene sus riesgos. De hecho, un día 1995, muchos pensaron que Bebote había muerto. Fue el momento más difícil de sus años de carrera, cuando el buzo, en medio de una campaña en el océano, se perdió en medio del agua. Estaban en Cabo Blanco, al norte de Puerto Deseado. El objetivo de la campaña que iniciaban era hacer un relevamiento de algas. En el bote estaban los tres buzos del CENPAT y los investigadores. Bebote bajó al mar primero, como hacían siempre, para evaluar las condiciones climáticas marinas. Pero apenas ingresó al agua los sorprendió una corriente muy fuerte. Rápidamente, la marea lo alejó de la embarcación, tanto que los demás lo perdieron de vista. Pasó una hora. Dos. Bebote no aparecía. No lo veían siquiera en el horizonte. Pasaron tres horas y nada: los investigadores y los dos buzos restantes, mientras lo buscaban, comenzaron a pensar lo peor. Elucubraban qué le dirían a Celina, su mujer, que estaba a punto de dar a luz al primer hijo de la pareja. Otro ensayaba explicaciones para cuando le dieran aviso a Prefectura. Uno se lamentaba en silencio, repitiéndose para sí: “Qué lástima que apenas lo conocí”. Pasaron cuatro horas y Bebote, que en todo ese tiempo no paró de bracear hacia la costa, logró llegar hasta unas piedras y salir a la superficie. “No tuve nada de miedo ni llegué a estar cansado: en ese entonces tenía por suerte muy buen estado físico”, recuerda. Cuando tocó tierra, vio que desde un faro alguien husmeaba con unos largavistas. Intentó silbarle, pero el aire -ahí sí- no le alcanzó. Le hizo señas con los brazos, y desde el faro lo vieron. Diez minutos después, llegaron para rescatarlo. Con sorpresa, lo encontraron, además, con el traje de neoprene y el tanque puesto.
“¿Cómo hiciste para nadar durante cuatro horas seguidas con todo el uniforme puesto?”, le dijo un compañero unas horas después, mientras Bebote ya estaba alistándose para tomar las muestras de la campaña, dispuesto a volver a sumergirse en el mar a pesar del infortunio que le había sucedido. “Es que recién empezábamos la campaña, y sabía que lo íbamos a necesitar”, contestó él.
En otra oportunidad, en San Román, Golfo de San José, una ballena les hundió el bote. Esa vez, cuando la embarcación salió a flote, tuvieron que subir como pudieron y juntar todas sus pertenencias a remo. Anécdotas como esas, Bebote tiene de a miles.
En una burbuja
¿Su animal preferido? No puede elegirlo. Le gusta el pingüino, que “tiene una velocidad abajo del agua que pareciera que vuela”. También el elefante marino: “La potencia que tiene, el tamaño. En el agua es un animal volando a pesar de lo enorme que es, a la profundidad que baja a comer”. Para Bebote, “casi todos los animales tienen su encanto, es lindo saberlo y entenderlos”.
Un buzo debe mantenerse en forma a pesar del paso del tiempo. Año tras año, la licencia les exige hacerse todos los chequeos imaginados: desde análisis de sangre, peso y vista hasta ergometría, audiometría y muchos estudios más. “Lo más importante acá es que te guste tu trabajo, y la actitud: nunca tenés que dejar de buscar algo”, explica. Hace poco, por ejemplo, Bebote se sumergió por un trabajo en el Golfo San José, y cuando estaba buceando, lo sorprendió un caballito de mar. “Nunca había visto uno en la zona, así que lo saqué. A lo mejor ingresó con la corriente marina. Le avisé a un investigador y ahora se hacen estudios en la región para encontrar otros ejemplares. En el mar –asegura-, nunca se sabe lo que te espera”.
Cuando a los compañeros buzos de Bebote les toca hacer de boteros y seguir su trayecto bajo el mar desde la superficie, no la pasan bien: dicen que este CPA tiene tanto entrenamiento y tanta calma, que respira muy poco y es difícil encontrar las burbujas que permiten seguirle el rastro desde arriba. “No gasto mucho aire abajo del mar –dice él-. Respiro muy tranquilo”.
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