DIA INTERNACIONAL DE LA ALFABETIZACIÓN

Científicas del CONICET participan de un programa que busca alfabetizar mediante juegos

Organizado en conjunto con maestras y autoridades de una escuela primaria, el proyecto está dirigido a niños y niñas que por distintos motivos no han logrado el desempeño esperado para el grado que cursan.


En el marco del Día Internacional de la Alfabetización y de la proximidad de un nuevo Día del Maestro/a, dos científicas del CONICET y docentes de escuela primaria dan cuenta de los resultados de una novedosa experiencia, realizada de forma conjunta, que busca mejorar la alfabetización de niños y niñas.

Aprender en Juego, tal como se denomina la experiencia, se plantea como un programa de alfabetización superador, que busca promover el desarrollo de la oralidad, la lectura y la escritura a través de juegos originales con diferentes grados de complejidad. Todo ello, sin perder de vista las especificidades propias de cada alumno/a.

Comunidad educativa y comunidad científica

El proyecto está integrado por niños, niñas, maestros, secretaria, directivos de escuela primaria, con el aval de la rectora de la Escuela Normal Superior N° 4, profesora Claudia Calió, la regencia del nivel primario y, por parte del CONICET, la investigadora María Luisa Silva y la profesional María Victoria Gasparini, del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental “Dr. Horacio J. A. Rimoldi” (CIIPME, CONICET), ambas especialistas en alfabetización. Asimismo, participa como colaboradora la psicopedagoga Fabiana Schvartz.

Aprender en Juego surge producto de una necesidad: desarrollar habilidades de lectura y escritura en aquellos niños/as que no han logrado por la pandemia (u otras razones) el desempeño esperado, en estas cuestiones, para el grado que cursan. Para ello, docentes y directivos de la institución se propusieron trabajar conjuntamente con las científicas, para capacitarse en el desarrollo de actividades lúdicas que puedan ayudar a nivelar los aprendizajes falentes.

El proceso se inició en el marco de una actividad EMI (Espacio de Mejora Institucional) desarrollada por las científicas en el colegio, donde detectaron que había algunos chicos y chicas desfasados en el tiempo en adquisición de la alfabetización inicial. A partir de ello, Silva le propuso a la comunidad educativa planificar un proyecto de investigación-acción, esta dinámica permitiría que las especialistas brinden sus conocimientos científicos, y las maestras pongan sus saberes en función del objetivo. “Nosotras estamos muy preocupadas y muy ocupadas en que algo de esto cambie”, sentencia Laura Fabiana Rodríguez, regente del nivel primario de la institución.

“Nuestra experiencia de más de 20 años en alfabetización nos permitió identificar que el desfase de aprendizajes obedecía a múltiples factores”, indica Silva, que es además doctora en psicología, y pone el foco en la pandemia, donde “el aprendizaje de la lectura y la escritura en ausencia de la presencialidad, resultó un impedimento”. Al respecto, puntualiza que “la presencialidad favorece el intercambio oral variado -habilidad vital para la alfabetización- potencia el intercambio con pares brindando nuevos aprendizajes, favorece la interacción con otros adultos de la institución y permite un entrenamiento más intenso en aquellas habilidades que promueven el proceso de alfabetización”. Sin embargo, aclara, que, como científicas del área, también les permitió reflexionar críticamente sobre el modo en que los procesos de alfabetización se han estructurado en los últimos treinta años en Argentina. “Después de 30 años de implementar diferentes propuestas y modelos, la problemática del fracaso sigue siendo persistente, con condiciones agravantes, como la pandemia, o aún ante la ausencia de esas condiciones”, indica la investigadora.

Silva y Gasparini son maestras, además de científicas, y cuentan que cuando terminaron de tomar datos para las investigaciones que llevan a cabo, observaron que frente al desfasaje los alumnos/as generaban lo que se conoce como estrategias remediales: estrategias cognitivas y emocionales que los aprendices implementamos para permanecer dentro del grupo y que no quede en evidencia la falta en el desarrollo de cierto aprendizaje. La investigadora explica que “cualquier ser humano, en un grupo tratando de aprender algo, cuando se queda desfasado del aprendizaje lo que prioriza es la integración al grupo, porque eso es lo que le da identidad”. Son medidas efectivas y funcionales a ciertos contextos, en este caso, “ven a quien pueden preguntarle, van turnándose quién le resuelve el problema, eligen de quien copiarse, son estrategias adaptativas, que implican acciones complejas, muy hábiles y en muchos casos de alta efectividad”, remarca Silva.

Estas estrategias fueron reconocidas tanto por el equipo de investigación como por las maestras. Generalmente las docentes, a quienes les generan mucha angustia estas situaciones, tratan de solucionarlo brindando educación “uno a uno” , entonces suelen sentar al alumno/a cerca  para ayudarlo y, con ello, evidencian la dificultad en el grupo. Por lo tanto, señala Silva “se presenta una dinámica compleja dentro del aula para con la docente, para la subjetividad del chico/a, para la subjetividad de la maestra y para la mirada de los otros”.

El objetivo de la propuesta es sacar a los y las estudiantes de esa dinámica sin que queden en evidencia dentro del grupo, porque eso les genera una incomodidad. Pero, según las científicas, la dinámica que funciona no es incluir un programa de alfabetización rápido, porque a estos niños y niñas “hay que recuperarles la subjetividad, dejarlos dentro del grupo, hacer que aprendan, devolverles la autoestima”, sentencia Silva. A su vez, la investigadora al comentar en qué consiste el trabajo de investigación en las instituciones plantea: “Nosotras no podemos entrar y salir de los lugares donde trabajamos de manera igual, siempre procuramos tener relaciones con la comunidad”.

Por lo tanto, la propuesta de las especialistas fue gestionar algo colectivo, donde funcione la vinculación.Como científicas, lo que hacemos es tomar la agenda del problema y plantear la necesidad de su análisis -expone Silva-, lo cual, en este caso, se tradujo en crear situaciones lúdicas y capacitar a las maestras”. Al respecto, enfatiza la investigadora, “nosotras capacitamos pero las que van a implementar el programa son ellas, porque la agencia es de ellas, las que conocen a los chicos son las docentes”.

La forma que encontraron las científicas para llevar a cabo la propuesta superadora fue a través del juego y creando un contexto especifico. “La dinámica que siempre promueve todo es la del juego, porque uno se corre y se corren todos, cada juego resitúa tu perspectiva cognitiva, te desafía, te integra”, reflexiona Silva, y agrega la necesidad de crear un contexto, dado que “no se puede reponer un aprendizaje si el contexto donde ese aprendizaje se produjo te genera angustia”.

Para Gasparini, lo interesante de Aprender en Juego es que “se empiezan a mover, en la institución y los participantes, los procesos creativos, las ideas formales de cómo los chicos tienen que actualizar sus aprendizajes”. A modo de ejemplo, cuenta el hecho de que la directora de la institución armó una ruleta de rimas y entonces los chicos y chicas van a jugar a la ruleta de rimas a la Dirección (que, en general, no es un lugar donde los chicos vayan a jugar). Del mismo modo, un grupo de chicas le propone a la secretaria materializar un juego para poder llevarlo a los chicos más pequeños. Lo llamativo de esto es que las chicas que proponen esto son las que están desfasadas en sus aprendizajes. En síntesis, la creatividad es lo que ha primado para quienes llevaron adelante este proyecto, demostrando que es posible generar instancias de aprendizaje más lúdicas, amigables, diferentes.

Tutti frutti: el diagnóstico

“Lo primero que elaboramos para tener alguna idea de diagnóstico fue el juego del tutti frutti, ya que nos permite ver cómo los chicos y chicas leen y escriben sin necesidad de una situación de evaluación”, sostiene Gasparini, y Silva agrega: “Se los convoca diciéndoles que van a testear juegos, entonces tienen ganas de participar”. Si bien las docentes ya tenían identificados perfiles de estudiantes que podían aplicar al proyecto, con el tutti frutti pudieron detectar otros chicos y chicas que también lo necesitaban. De ese modo, se armó un grupo de 12 integrantes de diferentes grados.

Para Silva, más que un proyecto de vinculación es un proyecto donde se hace ciencia desde la ciudadanía, “Ciencia Ciudadana en realidad es esto para las ciencias sociales, que las científicas podamos recuperar la agencia para quienes enseñan, entonces nosotras lo único que podemos hacer es ayudarlas para que lo hagan mejor”, asegura la investigadora. El intercambio entre docentes y especialistas es permanente, igual que la idea de pensar juegos nuevos todo el tiempo.

Las maestras por su parte, consideran que el acompañamiento de las científicas ayudó a resignificar conceptos que ya venían dados, a reutilizar materiales o juegos traducidos a la necesidad propia de este grupo. La práctica docente al fusionarse con la investigación científica hizo posible la retroalimentación, y el resultado está en los logros alcanzados por las y los alumnos y en la sistematización e internalización de las docentes de los conocimientos adquiridos.

La clave para que este proyecto pueda efectivizarse es el tiempo que las docentes le dedican ya que se trata de un trabajo voluntario y personalizado, porque no es algo subvencionado ni cuenta con espacio curricular. Las docentes, con el apoyo del plantel directivo, buscan la manera de propiciar estos espacios, incluso prescindiendo de sus horarios de esparcimiento/descanso. “Y no solo las maestras, sino que los chicos también resignan tiempo de recreo o de pre-comedor, porque como es tan personalizado, son momentos específicos que se buscan para trabajar con cada uno de estos chicos y chicas y hacer un juego de acuerdo a sus intereses”, puntualiza Karina Forti, la secretaria de la escuela.

La propuesta

El equipo de investigación entiende que si un chico tiene dificultades en alfabetización, pedirle que salga del aula para trabajar y hacer ejercicios puntuales no ayuda. Por eso, “los convocamos con la intención de que nos ayudaran a armar juegos para que los nenes y nenas de primer grado pudieran aprender a leer y escribir mejor”, revela Forti.

Al comienzo del proyecto, se trataba de 10 integrantes de entre cuarto y sexto grado, a quienes se les pidió que ayudaran a las maestras a “probar” los juegos y que fueran diciendo qué cosas funcionaban y cuáles había que mejorar, si era claro o no y si querían participar. La mayoría dijo que sí, entusiasmados. “Los chicos reaccionan bien porque la invitación es diferente -explica Schvartz, la psicopedagoga del grupo- la idea es ¡vamos a jugar! y a través del juego se va a generar esa situación de aprendizaje”.

Si hay algo que es transversal en las y los alumnos que participan del programa, es el hecho de que “estos chicos y chicas suelen tener mucha discontinuidad escolar y sufren situaciones familiares complejas, no es casual esta selección”, precisa la secretaria.

En el transcurso de Aprender en Juego, las docentes notaron que una de las participantes empezó a hacer un cambio en su autoestima, comenzó a arreglarse y pasó de ser una niña conflictiva a convocante con sus compañeras. Esta transformación, a su vez, se vio reflejada en la actitud de la familia que se acercó a la escuela y brindó su apoyo y reconocimiento. Todo esto sucede en “una escuela que aloja, que contiene – destaca la psicopedagoga-, donde el alumnado siente que es un lugar propio”.

El desafío de las científicas

“Después de muchos años de trabajar diseñando programas de alfabetización, lo que veo es que si los científicos diseñamos los programas y nos creemos con la potestad de bajar el programa a las docentes, les estamos quitando potestad a los verdaderos agentes del proceso”, reflexiona Silva. A su vez, hace hincapié en el rol del docente: “No es un técnico, no aprende recetas, ve a los sujetos aprendiendo”, por lo que “no pueden ser soldados de pugnas metodológicas o pedagógicas”. En este contexto, las científicas tuvieron que reestructurar, hacer una capacitación nueva. “En una hora yo venía y hablaba y me di cuenta de que eso no sirve -plantea Silva- y lo que siento es que estoy aprendiendo a subir la escucha”. Se trata de un gran desafío para las especialistas hacerles llegar los resultados de las investigaciones científicas en un formato que a las maestras les sirva para aprender, para pensar la práctica.

Para la investigadora, “las maestras tienen que recuperar un espacio de jerarquización, su lugar como profesionales tiene que ser reconstituido”, y afirma: “Me parece que eso es un desafío para los que hacemos ciencia y para los que empezamos a aprender de quienes hacen”.

Para las científicas, el proyecto permitió observar, una vez más, que cuando los niños y niñas más se desarrollan es cuando juegan e intercambian fluidamente con sus pares. Este efecto de ¨potenciación de aprendizajes¨ requiere de constancia y sistematicidad para lograr impacto en el aprendizaje. Los resultados preliminares del trabajo -según las especialistas- han permitido observar que las docentes y la comunidad educativa, para abordar procesos reales de aprendizaje, deben poder tener espacios de aprendizaje y reflexión colectivos, y que es necesario que retomen la gerencia de las prácticas educativas. “Nuestro objetivo es crear comunidades de aprendizaje con los chicos, con las docentes, y creo que eso se logró” confiesa Silva, y concluye: “Como fruto de este proyecto vamos a escribir un artículo, o sea entre todas vamos a seguir produciendo ciencia”.

Este proyecto se hizo posible gracias al trabajo voluntario de las docentes: María Calabró, Tatiana Recanatti, Cynthia Vallejos, Abril Santos, Laura Rodríguez, Karina Forti y Florencia Palacio.

Por Florencia Verrastro

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