CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

Ciencia, tecnología e inventiva popular durante el primer peronismo

Entre 1946 y 1955 tuvieron lugar una serie de intercambios epistolares entre miembros de los sectores populares y el Estado argentino en torno a propuestas de inventos y proyectos científicos.


Cuando a fines de 1951 Perón lanzó el Segundo Plan Quinquenal, convocó a la población a que mandara propuestas que pudieran incorporarse al mismo. Esta convocatoria dio lugar a que aumentara notoriamente el número de cartas que ya se enviaban a la presidencia, lo cual era una práctica habitual e incluso anterior a la llegada del peronismo al gobierno. En paralelo y como medida complementaria, Perón dio la orden a la Secretaría Técnica de la Presidencia (STP), organismo que se encargaba de recibir los envíos, de que todos ellos fueran tratados con la misma seriedad, sin importar ni quién los mandara ni cuál fuera su contenido.

“Entonces, cartas que antes se descartaban automáticamente porque contenían una propuesta de tres líneas con un dibujo a mano alzada que no tenían ningún tipo de factibilidad ni de estudio previo debían recibir el mismo tratamiento burocrático que la de un ingeniero que proponía algo realizable y que podía resultar útil”, comenta Hernán Comastri, becario pos-doctoral del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani” (CONICET-UBA), quien analizó unas quinientas cartas enviadas a la presidencia durante los primeros dos gobiernos de Perón con propuestas de inventos o proyectos científico-tecnológicos.

Comastri revisó las cartas en el Archivo General de La Nación (AGN), donde se pueden consultar todos los intercambios ocurridos desde 1946 hasta 1955 entre el gobierno nacional y diferentes ciudadanos. Además de aquellas misivas destinadas a proponer inventos, exploraciones o desarrollos científicos, en cuyo análisis se detuvo el investigador, hay otras de gente que, por ejemplo, pedía trabajo, medicinas para familiares enfermos u obra pública.

“Todas las cartas se copiaban por triplicado y se le respondía al iniciante pidiéndole más datos. Luego, las propuestas se enviaban a comisiones técnicas de acuerdo a cuál fuera el invento propuesto; por ejemplo, si implicaba energía nuclear, se mandaba a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Después tenía que regresar un informe técnico y se le volvía a escribir a la persona señalándole los problemas de su invento. Había todo un ida y vuelta, una verdadera conversación que a veces llevaba años”, relata Comastri.

Para el investigador, más allá del éxito que alcanzara el invento propuesto, para la persona que escribía existía una legitimación de su propuesta. Aun cuando se le dijera que no era viable o que no podía funcionar nunca, esa carta venía firmada por un secretario, con sellos oficiales y con una evaluación de la comisión pertinente.

“Este diálogo ayudaba a cimentar la identidad peronista de los sectores populares y servía para reforzar la idea de que entre Perón y el pueblo no eran necesarios los intermediarios –aunque en los hechos a veces fuera un gremio el que se ocupara de acercar la propuesta de alguno de sus afiliados. En ocasiones, técnicos de organismos oficiales escribían y contaban que hacía muchos años que venían insistiendo con llevar adelante determinados proyectos pero sus jefes no los escuchaban, entonces veían en estas cartas el medio para saltear esos pasos intermedios”, explica el historiador.

Aunque las cartas no siempre explicitaban la clase social a la que pertenecía el remitente, para Comastri, a partir de la lectura de las mismas, se puede inferir que la mayoría de ellas eran enviadas por obreros o miembros de los sectores populares. De acuerdo al investigador, estos intercambios entre miembros de los sectores populares y el Estado bajo el peronismo en torno a propuestas científicas son un testimonio de que durante este período se sostuvo un discurso en favor de la modernización asociado a la promoción de industrialización.

“Muchas veces al primer peronismo, por su identificación con lo popular, se lo pensó en relación a la tradición, entendida una especie de refugio de valores antiguos frente al avance de la modernidad. Y cuando uno va a ver concretamente los proyectos, los discursos públicos del peronismo y la propaganda que se generaba, puede observar que la idea de modernización estaba muy presente. Había un proyecto de ponerse a la altura de los países desarrollados, muy concentrada en el espejo norteamericano, el cual era visto como un caso ejemplar en lo que hacía a su política interna”, dice Comastri.

Respecto del modo en que pueden agruparse los inventos propuestos que llegaban a la STP, Comastri distingue principalmente tres tipos diferentes: “Están aquellos vinculados a la profesión de la persona que escribe, por ejemplo, jubilados del ferrocarril que aspiran a resolver un problema que a ellos les era cotidiano. Hay una segunda serie de propuestas que no remiten a problemas profesionales específicos, pero sí al contexto histórico, a cosas que aparecían en los diarios, en el cine o en las historietas. En este sentido, están muy presentes proposiciones vinculadas a la energía nuclear, al espionaje –recordemos que eran los años de la Guerra Fría- o a las exploraciones. Hay, finalmente, un tercer grupo de cartas donde aparecen ideas que están desvinculadas del contexto; la más frecuente era la de lograr una máquina que sin combustible se moviera perpetuamente, algo que no estaba en los diarios porque era algo que ya se había demostrado teórica y prácticamente imposible”, cuenta.

Aunque la STP era la encargada de los intercambios epistolares con quienes proponían los inventos y de derivarlos a las comisiones técnicas pertinentes, la realidad es que este organismo nunca tomó un invento para explotarlo. “Si lo que se proponía era viable y valía la pena, se derivaba al inventor al Banco de Crédito Industrial para que lo realizara y lo explotara comercialmente”, sintetiza el investigador.

Por Miguel Faigón