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Queda descartado juzgar por las apariencias

Es una práctica casi tan antigua como la humanidad. Sin embargo, un grupo de investigadores demostró que la fisionomía y los rasgos de carácter no están relacionados de ninguna manera.


Los detractores de Cesare Lombroso pueden finalmente descansar. El criminalista italiano, que vivió durante el siglo XIX, había destinado gran parte de su carrera profesional a demostrar la supuesta asociación entre las características físicas – especialmente la forma del rostro – y determinados comportamientos agresivos.

A pesar de que sus teorías habían caído en desuso, en los últimos años una serie de estudios volvió a intentar vincular ciertos rasgos faciales con comportamientos antiéticos. De manera general, proponen que los hombres con caras más anchas que altas son más agresivos y tramposos.

Según estas teorías, como esa “agresividad” sería el reflejo de alguna forma de dominancia por sobre otros hombres, las mujeres los habrían elegido más y por lo tanto habrían tenido más posibilidades de dejar descendencia, es decir tener hijos.

Un consorcio internacional buscó entonces determinar la validez de estas hipótesis. “Nuestro objetivo fue evaluar en diferentes poblaciones humanas si había rastros de selección que habrían favorecido en el pasado a los varones con caras supuestamente más agresivas o dominantes”, explica Rolando González-José, investigador independiente en el Centro Nacional Patagónico (CENPAT) y coordinador del trabajo, publicado en la revista PLOS ONE.

Para poner a prueba esta hipótesis analizaron los rasgos de casi 5 mil hombres y mujeres de 94 sociedades humanas modernas de todo el mundo. Incluyeron no sólo comunidades rurales, urbanas e indígenas, sino además poblaciones de presidiarios, para determinar si los rasgos faciales estaban de alguna forma asociados con diferentes niveles de agresión.

Según Raúl Carnese, director de la sección de antropología biológica de la Facultad de Filosofia y Letras de la UBA, el hecho de que se hayan analizado diferentes grupos de todo el mundo aporta datos únicos. “Combina información biológica y sociocultural, y como la muestra es muy grande permitió a los investigadores valorar las variaciones intra e interpoblacionales”, afirma.

Estadísticamente, los resultados muestran que las proporciones de la cara no influyen en ninguno de los dos sexos a la hora de elegir sus parejas. Además, los hombres con rostros más anchos tampoco tienen más hijos, lo que permitiría descartar la hipótesis de que las mujeres los eligen más.

“Si la hipótesis de que las mujeres eligieron a lo largo de la historia caras más anchas es verdadera, entonces uno debería ver esas huellas en la variación actual de los rostros, es decir en los descendientes y la población general. Y no las encontramos”, dice González-José.

Finalmente, los investigadores aseguran que no hay diferencias significativas entre las caras de hombres condenados por homicidio o robo y el resto de las personas analizadas. “En conclusión”, analiza González-José, “la hipótesis de que las mujeres en períodos históricos o prehistóricos eligieron varones con caras ‘agresivas’ o dominantes queda descartada”.

 

Los riesgos de la portación de cara

Para Claiton Bau, del departamento de genética de la Universidad Federal de Río Grande so Sul, Brasil y otro de los autores, asumir que la personalidad de un individuo está determinada genéticamente y que esos caracteres se reflejan en la forma del rostro puede acarrear dos tipos de consecuencias.

“Primero”, dice, “aplicar esos falsos ‘indicadores faciales’ podría llevar a una suerte de estigma negativo en cuestiones que van desde una entrevista laboral o el ingreso a la universidad hasta un juicio por tribunal”, dice, “y, después, refuerza el concepto errado de que la influencia de la genética en el comportamiento sería simple y directa, al punto de que se podría predecir por la anatomía facial”.

Según plantean en el estudio, en la formación del carácter de las personas intervienen una serie de factores que van desde lo socio-cultural y la genética hasta el ámbito familiar y la educación.

Otro punto es el efecto que tienen en la vida cotidiana los trabajos que postulan que los rostros reflejan rasgos de comportamiento. “Es llamativo que se sigan desarrollando programas de investigación en ese sentido”, agrega Carnese, “y sus consecuencias pueden tener un alto impacto a nivel social y político al contribuir, a veces sin proponérselo, a la discriminación”.

González-José coincide en que esos estudios pueden llevar no sólo a la segregación de personas sino además a conflictos de índole social. “Por ejemplo, a alguien trabajando en sistemas de seguridad se le podría ocurrir armar un protocolo de control diferente para personas con determinados rostros. Y el riesgo está en que la investigación científica alimente esos prejuicios a partir de trabajos poco serios”, enfatiza.

  • Por Ana Belluscio.
  • Sobre investigación
  • Jorge Gómez-Valdés. Universidad Nacional Autónoma de México. México.
  • Tábita Hünemeier. Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Brasil.
  • Mirsha Quinto-Sánchez. Becaria doctoral. CENPAT.
  • Carolina Paschetta. CENPAT.
  • Soledad de Azevedo. Becaria doctoral. CENPAT.
  • Marina F. González. Becaria doctoral. CENPAT.
  • Neus Martínez-Abadías. Universidad Pompeu Fabra. España.
  • Mireia Esparza. Universidad de Barcelona. España.
  • Héctor M. Pucciarelli. Investigador superior (r). Universidad Nacional de La Plata.
  • Francisco M. Salzano. Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Brasil.
  • Claiton Bau. Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Brasil.
  • Maria Cátira Bortolini. Universidad Federal de Rio Grande do Sul. Brasil.
  • Rolando González-José. Investigador independiente. CENPAT.