BECAS
FONTENLA Manuel
capítulos de libros
Título:
Dos comentarios para una presentación de la literatura como experiencia.
Autor/es:
MANUEL FONTENLA
Libro:
Reversionado. Ensayo sobre narrativas bolivianas
Editorial:
Porta-Cultura
Referencias:
Lugar: Cordoba; Año: 2015; p. 7 - 15
Resumen:
Dos comentarios para una presentación de la literatura como experiencia La siguiente presentación cuenta con dos apartados. El primero es una reflexión sobre las posibilidades de un libro, de un estudio, de un conjunto de ensayos, de devenir en una experiencia colectiva literaria capaz de trascender lo literario para cruzarse con otras trayectorias existenciales posibles, sean políticas, sociales o culturales. El segundo, un relato, que no llega a ser un cuento, pero que intenta ser una expresión narrativa producto de una experiencia colectiva literaria en busca de invitarlos a otras trayectorias existenciales, entre las que se cuenta este libro. I. Los aprendices ?el mundo es el peor cliente porque pide todo a cambio de nada, encima uno debe estar en la oscuridad tallando la figura del aprendiz? Jesús Urzagasti Estoy seguro de que la invitación a decir estas palabras de presentación nada tiene que ver con mis ?acreditaciones? de saber sobre la narrativa boliviana, pues no tengo ninguna. Y si las que tengo podrían ayudarme a decir algo sobre el contexto latinoamericano, cultural y filosófico, que oficia de suelo en el cual acontecen estos escritos, no obstante habría muchas y muchos otros al alcance que pudieran hacerlo tanto mejor que yo, para recibir a los lectores que vendrán a pasear, detenerse y transformar estas páginas. Por lo tanto, entenderán ustedes que es imposible no preguntarse ?por qué a mí?. ¿Por qué este preciado y valioso lugar, y mucho más importante aún, qué decir? A fuerza de pensarlo mucho llegué a una conclusión sobre esta invitación, que de ser efectiva, entonces será también una respuesta al porqué de invitarlos a ustedes a ser parte de este libro. Con el permiso de los autores, he aquí la hipótesis: quien escribe es (debe ser) el primer aprendiz y alumno no planificado, espontáneo e imprevisto, producido por el grupo. Permítanme explicarme: toda actividad humana, todo hacer y crear, toda acción sea del orden material, espiritual, afectivo, etcétera, pone algo en movimiento, y ese movimiento tiene que enfrentarse siempre a la posibilidad de sus imprevistos, de los efectos que escapan a lo planificado, a lo deseado y proyectado. La mayoría de las veces esos efectos e imprevistos tienden a ser pensados en términos negativos, como un error o algo indeseado, innecesario y fuera de nuestras posibilidades humanas de intervenir, controlarlo y contenerlo. Pero casi nunca nos inclinamos a dar lugar y acercarnos a esos productos imprevistos, a ver esos efectos azarosos y el reflejo que nos devuelven, las aristas de nuestra propia creación que escapan a nuestra mirada, pero que son parte de ella. Seguramente para los estudiosos y estudiantes sobre la narrativa boliviana este libro aportará ideas, espacios para debatir, lecturas arriesgadas, lecturas emotivas, prolíficas en sus análisis y construcciones argumentativas; lecturas innovadoras, lecturas incómodas, tal vez sea incluso origen y motor de otros libros, de otros espacios, de nuevos encuentros; de hecho afirmo sin dudas que lo hará. Pero, ¿cuáles serán sus imprevistos, sus consecuencias azarosas, los productos impensados? ¿Qué surgirá del encuentro de este libro con lectores inexpertos, con lectores casuales y curiosos? ¿Cuáles serán sus imprevistos en una época donde Bolivia se afirma como polo magnético de misterio y búsqueda? ¿A qué experiencias de encuentro nos abrirá este libro? ¿Qué posibilidades imaginativas surgirán de él? En el primer trabajo publicado por este grupo, ?Sujetos y voces en tensión?, su directora afirmaba que ?reflexionar y debatir sobre la narrativa boliviana es un modo de interpelar al sujeto y a la historia del país vecino?. Y que esa interpelación buscaba también analizar, a través de la construcción de sus personajes y escenarios, qué dicen de la nación y de la ciudadanía, en qué medida la identidad y lo nacional se entremezclan con lo ficcional. Ahora bien, cuando esa interpelación es hecha al sobreaviso y bajo la mirada crítica de las modas literarias y académicas, de las modos de producción de objetos culturales exóticos, marginales y por tanto, con un plus de mercantilización; cuando esa interpelación se hace bajo la atenta reflexión sobre la historia cultural compartida de colonización y explotación con el país vecino, y se la vive bajo el flujo intenso que desdibuja donde comienza el país propio y el ajeno; es decir, cuando esa interpelación se hace desde una situacionalidad geopolítica interesada por las posibilidades de los sujetos más allá de sus fronteras nacionales y ficcionales, estamos entonces ante una interpelación que se vuelve sobre nosotros mismos y nuestros modos de ser. Por tanto, los personajes y escenarios de la narrativa boliviana se convierten en materia de interrogantes y desafíos sobre la construcción de la imaginación literaria de ?nuestros? personajes y escenarios. En esas transformaciones, en esos trayectos se teje la posibilidad de una interpelación que al asumir la historia de la colonización compartida se proyecta como un horizonte emancipador compartido también. Y esos horizontes son los que nos devuelven al punto de partida, el de los aprendices a base de improbables e imprevistos. Puesto que todo lo recién dicho es el producto de una reflexión colectiva, conversada y discutida en cada una de las reuniones en las que pude participar con el grupo de narrativa boliviana, esas en las que yo permanecía largos ratos en silencio, no como espectador sino como atento alumno, y en las cuales intervenía esporádicamente, interrogativamente, para ir aprehendiendo esas historias maravillosas que discurrían por Paz Soldán y Piñeiro y Colanzi y Taboada Terán y Cusicanqui y etcétera... De allí que mi primer contacto con la literatura boliviana, el que me ha convertido en este aprendiz, entusiasta y apasionado lector, no haya estado relacionado con un libro en tanto objeto, ni con una historia, ni con un personaje, ni con la escritura, ni con el lenguaje, sino directamente con la experiencia colectiva de la interpelación de los autores de este libro, de sus interrogantes, sus lecturas, sus imágenes, sus sensaciones, las que hacen que queda uno de los escritos aquí compilados devenga una interpelación directa a sus lectores expertos tanto como a los imprevistos. II. Pax`pacus de las palabras La última noche del Festival Internacional de Literatura de Córdoba (FILIC) del 2013 fue una noche calurosa. Hay quienes dicen que esa expresión se ha vuelto un lugar común en la escritura, pero los que vivimos las noches calurosas del centro de Córdoba sabemos que son las noches calurosas, no las expresiones, las que se han vuelto un lugar, trágicamente, común en nuestras vidas. Como les decía entonces, la noche calurosa nos encontró en pleno centro, en el patio interno de una casa antigua, de esas que recuerda un tipo de vida lejano donde la gente compartía unos caserones inmensos y donde los patios oficiaban de oasis de frescura nocturna y por tanto se convertían en salones de fiesta, altares de bodas y todo cuanto pudiese convocar la vida colectiva. A uno de esos patios daba la puerta principal del departamento de Magda, lugar para la cena de agasajo, podríamos decir, de dos importantes y distinguidos escritores: el boliviano Juan Pablo Piñeiro y el angoleño Ondjaki. El resto de la convocatoria la integraba Magda, su familia, las integrantes del grupo y algunos de presencia contingente como amigos, novios, compañeros de noche y otros entre los cuales contaba yo. Con el paso del tiempo la noche calurosa fue tomando centralidad en la reunión al punto de volverse la fuente que determinaba el curso de los acontecimientos. Uno de ellos, fundamental para este relato, fue el traspaso del festejo del interior del departamento al mencionado patio. La primera repercusión de ese traslado fue una fuerte redistribución de los cuerpos y las conversaciones. Si antes imperaban los diálogos en diversos grupos de dos a tres integrantes, con la salida al patio se dio una organización circular de los cuerpos. Mejor dicho: al salir al patio nos paramos en ronda. El traslado aportó nuevos objetos al circuito de vasos y botellas que monopolizaban el encuentro; en su lugar aparecieron macetas, pequeños triciclos, autos de juguete, y fundamental nuevamente para este relato, una pelota pinchada. Mientras el tiempo, los alcoholes y el calor diluía a esos importantes y distinguidos escritores fueron apareciendo en su lugar dos brutales y excelsos anecdotistas. La ronda desvirtuaba constantemente su circularidad con pequeños movimientos corporales que entraban y salían de la frontera imaginaria, tres lógicas guiaban el comportamiento de los cuerpos, una que religiosamente hacía circular los vasos en sentido horario, otra, con saltos e interrupciones impredecibles hacía girar las expulsiones de humo, y una tercera, caótica pero con una cadencia armoniosa desplazaba desde un pie a otro la pelota pinchada. Al compás de esta última se acopló la conversación con suma naturalidad, con la regularidad que la caída de una hoja podría seguir otra y luego otra y cada una a su turno y en su lugar. Entonces, se escuchaba una anécdota sobre un congreso en un país extranjero donde nadie conocía el idioma del invitado, u otra donde un profesor daba extensas explicaciones sobre una novela que nunca había leído, y así avanzaba la noche. En ese transcurrir las anécdotas de Juan Pablo y Ondjaki eran las más esperadas y las mejores recompensadas. Largas, con detalles prescindibles pero hermosos, con giros inesperados, con palabras desconocidas, con paisajes exóticos vueltos familiares, y con altísimas cuotas de humor irrisorio, de realismo mágico, que como todos saben no es otra cosa sino cuando la realidad se vuelve mágica. Escuchaba atónito de placer esas anécdotas, y mientras tanto se me iba formando la mezcla de un recuerdo con una idea. Son esos momentos en que nos llega algo a la mente, un aviso, pero que instantáneamente no podemos distinguir si es un recuerdo, una imagen, algo que leímos, un comentario que escuchamos, es algo que se empieza a armar y que para darle forma hay que cerrar los oídos, mirar para arriba y murmurar para adentro. Es como inventar un descubrimiento. Tiene que estar el aporte propio pero es fundamental la génesis anterior. A muchos les gusta utilizar la expresión ?me cayó la ficha? para describir ese momento, yo preferiría algo más bien como ?se me conectó el recuerdo de un pensamiento con la lúcida intervención de la razón originando la creación de un momento de profunda comprensión?; cualquiera sea el nombre eso fue lo que sucedió, y eso que sucedió fue una experiencia de comprensión literaria sin igual. La idea comienza meses antes cuando leí por primera vez en la vida, la expresión ?Pax`pacu? (que yo pronunciaba: pajjjpácu). Esta fue la primera palabra aymara (quechua) que marcó mi contacto con la narrativa boliviana. Mi encuentro con ella se dio durante una historia ajena, extraña, algo incomprensible pero muy cautivante como la que cuenta Piñeiro en Cuando Sara Chura despierte. En mi recuerdo de la lectura de Sara Chura, el pajpácu quedó grabado como un ser misterioso, que podía cambiar las pieles y transformarse en muchas personalidades distintas, pero lo que más me gustaba de esa idea era que esa transformación y esa posibilidad de cambiar las pieles se hacía pura y exclusivamente por la palabra. (Así lo escribe Piñeiro: ?Él era el pax`pacu, el especialista en dar gato por liebre, marear la perdiz, dorar la píldora y contar el cuento del tío. Él era el ilusionista, el que con palabras podía crear una piel para después vestirla. Este arte era más apropiado para sus intenciones que el oficio del actor. Él no sería como un intérprete que revela sus otras entidades solamente en un escenario, espacio delimitado, acondicionado para la tramoya. El actor tomaba prestada otra piel, el pax`pacu mudaba de piel. Su escenario era este mundo; la casa embrujada que, según él, todos habitamos?). Esa definición del pajpácu se había impregnado en mi recuerdo con absoluta precisión, y en ella imaginaba a un artista, un poeta, un alguien con una capacidad y dominio del lenguaje capaz de transmutarse en otra piel, de construir otros mundos. Mi imaginación occidentalmente literaria me hacía pensar en un Kafka callejero, en un Wittgenstein del altiplano, en un Girondo con tonada andina. Tan hermosa me había parecido la idea del pajpácu que hasta encontraba en ella las posibilidades de un mantra creativo para personajes de la politiquería local, esos capaces de transformarse de un día para el otro en su antagonista y hacerlo en la mención de una sola palabra. No obstante el pax`pacu, descubrí esa noche calurosa de patio antiguo, no tenía nada que ver con eso. El pax`pacu no era un personaje de las anécdotas que contaba Juan Pablo, no era una expresión que se entendía en el contexto de sus historias, ni una que se volvía clara y comprensible al ser explicada por un hablante de esa lengua, por un lugareño que la sabía de siempre, como se saben las expresiones del uso. La idea que se formó en mí en ese momento fue la de que el mismo Piñeiro era un pajpácu. Fue un descubrimiento que sólo se puede afirmar a través de un ejemplo contrafáctico: de no haber sabido quién era esa persona, me habría bastado una anécdota, dos palabras, una expresión, para saber que era un escritor boliviano. Para saber que no podía ser un escritor argentino o americano, o angoleño. Mi descubrimiento no fue el de la inconmensurabilidad de las experiencias culturales, más bien fue todo lo contrario, la del convencimiento que las lecturas pueden y deberían ser acompañadas de experiencias literarias. Experiencias donde aparecen los personajes vueltos realidad, donde se puede palpar la tesitura del calor, de la transpiración, donde se puede patear una pelota mientras se comprende una historia y se puede balancear el cuerpo cuando se generan los climax. El pax`pacu es un artista de la palabra capaz de ingresarte a un mundo, de ser la clave de acceso para que una palabra deje de ser un idioma y una pronunciación rara, y se vuelva un sentido experimentable, una experiencia vivida. Esa experiencia es de casi una imposibilidad de traducción, es tan solo mencionable como el momento en que mientras uno escucha una anécdota que sucede en un callejón de La Paz, en la cual alguien se pierde y es tragado por la oscuridad de la noche, y busca desesperadamente la luz de la luna que se oculta irremediablemente detrás de un majestuoso Illimani, y mientras uno escucha en un patio de Córdoba se da vuelta para ver la montaña de Bolivia. En esa experiencia el azar opera misteriosamente; tal vez sin el calor de esa noche nunca hubiese llegado a esa intuición, a ese descubrimiento sobre mi relación con la literatura. No obstante, hay contextos y personas, formas de trabajar y vivir la literatura, que hacen de ese azar algo menos fortuito. Las experiencias colectivas de las cuales este libro es fruto tienen mucho que ver con ese azar, con lo que tal vez sus autores han descubierto y logrado: el maravilloso arte de los pax`pacus de las palabra. Y por tanto, en cada escrito de los que componen este libro, reside la posibilidad de escuchar esas palabras y de adivinar esos mundos. Ojalá el calor sea sólo una contingencia, y cada uno encuentre su noche y su patio para acceder a ellos.