INVESTIGADORES
ABADI Florencia Dora
artículos
Título:
Walter Benjamin y la conquista erótica
Autor/es:
ABADI, FLORENCIA
Revista:
Nombres (Córdoba)
Editorial:
Universidad Nacional de Córdoba - Facultad de Filosofía y Humanidades
Referencias:
Año: 2019
ISSN:
0328-1574
Resumen:
La creencia en el misterio femenino ha cumplido un papel central en la lógica de la conquista: el enigma desafía, invita a la persecución. Si bien Benjamin destaca que las formas en que se desarrollan los géneros sexuales son históricas y cambiantes, no estuvo exento de caer en la antigua trampa del misterio de la mujer, que esconde el odio misógino detrás de la idealización. El enigma es el efecto de la envidia. La envidia encubre lo que el deseo no debe saber de sí mismo: que su satisfacción plena es imposible. Atribuye al envidiado tal satisfacción, la absoluta felicidad. A partir de esa idealización, el envidiado aparece como poseedor de la solución del enigma del deseo, quien ha descubierto el secreto que en realidad funda. En la ignorancia del carácter constitutivo de su falta, el deseo consigue seguir deseando. Se preserva a sí mismo a partir del odio envidioso a ese enigma, del que se ha hecho a la mujer portadora primordial. El goce de la mujer es puesto como lo absoluto, y la satisfacción del hombre consiste así en infligir ese placer (sádicamente). El término enigma afirma la ausencia del objeto deseado en el modo del conocimiento (lo que no se sabe, y desea saberse). La curiosidad, el anhelo de saber y de entender, consiste en una pasión erótica, que lucha con el velo que preserva el estado de cosas. Por eso, quien se deja llevar por la curiosidad, destruye el mundo en que vive (Pandora, Eva, la mujer de Barba Azul, etc.: si la mujer representa el velo, también se le adjudica el ardor que lo desgarra). No es casual entonces que Eros haya cumplido una función clave en la teoría del conocimiento; ya el Génesis enseña que en la caída confluyen la tentación y el saber. En este sentido, Benjamin retoma la concepción platónica de El Banquete, que describe el ascenso del deseo erótico hacia la verdad: la verdad es concebida como el contenido esencial de la belleza, así como ella misma es bella. Benjamin subraya que esta última afirmación debe ser entendida en el siguiente sentido: la verdad no es bella en sí misma, sino para aquel que la busca, que la desea (es decir, para el curioso, para el envidioso, para Eros). Belleza quiere decir aquí: aquello que se desea y que a su vez posee un velo, un brillo que se presenta como apariencia (la familia anglosajona shine, Schein, schön), el cual ?desencadena la persecución del intelecto y solo revela su inocencia cuando se refugia en el altar de la verdad? . El intelecto busca poseerla, pero la verdad es bella porque no se la puede desvelar, porque contiene la apariencia como contenido esencial. En definitiva: la belleza representa el velo-brillo que despierta el deseo (de conocer), el conocimiento la acción de desvelar, y la verdad el refugio de la belleza, la muerte de la intención (de desvelamiento). Conocimiento y verdad se oponen en el prefacio del libro sobre el drama barroco alemán al que pertenece esta reflexión. Esta relación entre conocimiento y verdad se corresponde con la distinción que puede trazarse entre el deseo y el amor. Mientras el deseo busca poseer ?conquistar? su objeto, el amor suspende esa intención (y la crueldad a la que está ligada). La crítica benjaminiana al conocimiento realiza así una crítica a la crueldad del deseo erótico, a su curiosidad morbosa, que se vincula con el enigma bajo la forma del desgarramiento. El conocimiento conquistador que avanza hacia el objeto que desea poseer, que lo invade, odia su objeto enigmático. Por eso, quiere expropiarle su verdad ideal (como buen envidioso, anhela robarla), en lugar de permitir que esta se automanifieste.