Emociones públicas y legitimación geopolítica en el pacto entre Atenea y las Erinias (A. *Eu.* 778-1047)

BUIS, EMILIANO JERÓNIMO

Mendoza

Simposio; X Simposio de la Asociación de Estudios Interdisciplinarios sobre Europa (ADEISE) *Europa: centro y periferia*; 2021

Universidad Nacional de Cuyo

A diferencia de lo que ocurre en las dos primeras obras de la *Orestía*, la escena de la tragedia *Euménides* con la que Esquilo clausura su trilogía, representada en el 458 a.C, no está situada en el territorio de Argos. Su primera escena ocurre en el templo de Apolo en Delfos, donde se realiza un ritual de purificación de Orestes que, al no surtir efectos, terminará desembocando en la llegada del matricida a Atenas. En ese triángulo geográfico (Argos-Delfos-Atenas) se instala un movimiento físico que encuentra un interesante eco en los desplazamientos propios del plano jurídico. En efecto, la justicia interpersonal de la venganza de sangre que se inicia en tierras argivas se remplaza en suelo ático por el establecimiento de un nuevo tribunal, el Areópago, al que Atenea le encargará resolver el juicio. Si bien la dimensión local de la corte es evidente (*Eu.* 681-684), el hecho de que se pretenda con sus jueces juzgar a un extranjero que cometió un crimen lejos de Atenas da cuenta del trasfondo geopolítico del nuevo orden instalado. En el marco de un simposio destinado a los estudios sobre centro y periferia, en esta ponencia me interesará sumar a esta dimensión internacional que deja entrever la obra una interpretación novedosa de las palabras finales de Palas Atenea en clave de consolidación hegemónica. Es sabido que, luego de la absolución de Orestes, la diosa consigue persuadir a las Erinias de incorporarse en el culto ateniense como metecas y que, al aceptar la propuesta, las Furias se convertirán en diosas benefactoras de la pólis (795-796, 804-807, 824-825). No obstante, muy poco se ha dicho acerca de las bases emotivas que llevan al triunfo del régimen ateniense asegurado en la pieza. Un examen del vocabulario presente en el ejercicio diplomático y hospitalario que lleva a cabo Atenea permite prestar particular atención a los dispositivos afectivos presentes en esa búsqueda de alianza. Del miedo de la stásis a la pacificación, de la ira y el rechazo al respeto empático y la veneración, los versos finales de la obra (Eu. 778-1047) ayudan a comprender lo que no suelen ilustrar las fuentes epigráficas contemporáneas en materia de tratados: me refiero a los fundamentos emocionales que, imprescindibles para el éxito de toda política exterior, caracterizaron discursivamente los avances de la diplomacia ateniense a mediados del s. V a.C.