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El hilo común de las consideraciones de este ensayo breve es que la buena ciencia está ligada a la verdad, ya que ésta es la razón de ser de aquella. He querido mostrar la vigencia de la crítica Aristotélica a la sofística en la ciencia actual. En particular he señalado la relación que existe entre el sofisma del accidente y el positivismo, y su consecuente pérdida de la noción de inducción. También he presentado una perspectiva de la inducción irreflexiva como una patología propia del escepticismo, encontrando la estrecha relación que existe entre la ciencia y la fe, en abierta oposición a la tendencia que pretende desvincularlas. Desde este punto de vista, se llega a la curiosa conclusión de que el escepticismo desemboca en la superstición, en el sentido de que le es inevitable aceptar supuestos que por su condición de tácitos carecen de reflexión, y por tanto a menudo no califican de razón suficiente. Del análisis de los viejos defectos resurgentes en la ciencia moderna, aparecieron dos aspectos que entran en el ámbito de la antropología, y que se proponen como temas interesantes para profundizar. Uno de ellos es la relación entre la desilusión y la formación de supuestos tácitos irreflexivos por disolución de las instancias abstractas inferiores, lo cual subyace en las posiciones escépticas de nuestros tiempos. La otra es la conveniencia de una especificación de la moral de las virtudes al trabajo científico, que sirva de fundamento práctico para las nuevas generaciones de investigadores llamados a seguir construyendo el edificio del conocimiento durante los tiempos por venir. Finalmente quise mostrar un problema concreto de la falta de prudencia en la tecnología, que se produce cuando se analizan los medios separados de los fines, dando lugar a extremos peligrosos cuya solución debe ser encontrada en la reconsideración de las premisas a la luz de un análisis más integral.

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