IER   26026
INSTITUTO DE ECOLOGIA REGIONAL
Unidad Ejecutora - UE
libros
Título:
Biologia y Globalización
Autor/es:
GRAU, H RICARDO
Editorial:
Ediciones del Subtrópico
Referencias:
Lugar: San Miguel de Tucumán; Año: 2018 p. 68
ISSN:
978-987-28168-8-9
Resumen:
1.PREFACIO AGRADECIDOEn un prólogo memorable publicado a mediados de los 90, Mario Vargas Llosa describía una tipología cultural característica, pero no exclusiva, de Latinoamérica: ??no tiene empacho en navegar en internet y sentirse on-line, y, sin siquiera advertir la contradicción, abominar del consumismo y la globalización?. No exageraba. Es que el mundo actual experimenta algo que, sin ser nuevo, se ha intensificado: el choque entre lo global, lo extranjero y lo local. Esa experiencia nos fascina y nos abruma, es propicia a las contradicciones inadvertidas y autocomplacientes, y al uso liberal de la tercera persona. En las correctas escuelas, maestras nietas de europeos enseñan a niños bisnietos de europeos que invadir es muy malo y que los europeos ?nos invadieron?. Preocupado por la globalización, el Papa Francisco advierte: ?La desaparición de una cultura puede ser más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal?, olvidando que él lidera una de las empresas de globalización cultural más exitosas de la historia humana y que su ?job description? incluye prioritariamente la difusión de su religión (esto es, la eliminación o debilitamiento de las culturas basadas en otras o en ninguna.) Para mejorar la productividad de sus ejecutivos (vender más), empresas multinacionales realizan retiros espirituales de base budista, confusionista, taoista y de otras filosofías orientales antimaterialistas y extra capitalistas. Optimistas del globalismo resaltan la riqueza que genera el acceso a la diversidad del mundo, minimizando el hecho de que ese mismo acceso frecuentemente la erosiona. Europeos bienintencionados y tolerantes de vocación ecuménica, no toleran a sus coterráneos que se oponen a la inmigración de partidarios de la pena de muerte por apostasía, del encarcelamiento y castigo a las mujeres violadas, la tortura y asesinato de los homosexuales, la mutilación genital femenina. Americanistas de venas abiertas se indignan con la barbarie de la conquista europea y son indulgentes con las culturas lugareñas que tenían a la antropofagia por premio frecuente de sus conquistas vernáculas: algunas recetas prescribían que el antropo no estuviese clínicamente muerto al momento de la fagia; otras, fomentaban que los amigos o mujeres del objeto culinario presenciaran el banquete. Discriminadores de género, no solían almorzarse las mujeres de los grupos sometidos (sabían mal, en opinión de algunos) aunque algunos las usaban para engendrar niños que serían comidos a una edad óptima (para desestimular comportamientos molestos e intentos de huida a veces se les extraía los ojos de chiquitos). Los buenistas del mundo se manifiestan contrarios a toda forma de colonialismo imperialista. Deben esforzarse para no incluir entre ellas algunos productos culturales del occidente expansivo: la ciencia, los derechos humanos, la democracia, la reducción de la violencia, el bienestar material y la libertad.Contradicciones como éstas, ambientadas en la biogeografía ecológica, alimentan este libro. Es que la ecología se enfrenta a dilemas parecidos. Con la globalización socioeconómica también se globaliza la biota. Hay buenos motivos para ello. Lo que tiene Argentina de próspero, por ejemplo, lo tiene por su historia de trigo y vacas en la pampa húmeda; de manzanos, perales, durazneros, olivos y viñedos en los regadíos patagónicos, cuyanos o vallistos. En síntesis, por engendros biológicos del oriente cercano, templado y estacional. Y en el subtrópico húmedo, por los del lejano oriente. La mayor actividad fotosintética, agrícola, industrial, política y cultural de la provincia de Tucumán, por ejemplo, se canaliza por tres especies del sudeste asiático: la caña de azúcar, el limón y, más recientemente, la soja. También de esas antípodas provienen los vegetales que se expanden más rápido en las yungas tucumanas: el ligustro, el naranjo agrio, la morera y los ?jengibres? del género Hedychium. Medido en productividad primaria, el ecosistema tucumano tiene más de chino que de originario. Esto trae problemas para la entrañable idea de conservar los ecosistemas en su estado natural: nada es lo que era. En ese cambio vertiginoso, algunas especies se extinguen y algunos ecosistemas se ?degradan? (no sé exactamente qué significa esto.) Atemorizados por el vértigo del cambio tratamos de sujetarnos a algo. Pero no sabemos a qué. Intentando descifrar el significado de lo ?originario?, hace un tiempo describí así lo que pasa en Tafí del Valle, un socioecosistema característico de las montañas del norte argentino. ?Con ortografía errática y prosa rencorosa carteles refieren a derechos ancestrales sobre descampados con límites imprecisos, aunque expansivos, a los que inequívocamente no pertenecemos. Los firman organizaciones ?originarias? (con personería jurídica) de criollos con sangre del Mediterráneo en sus venas. Lo poco que saben de sus ancestros indígenas, se lo han contado arqueólogos y antropólogos de escuela europea. Su cultura es un rico blend del caballo euroasiático, el sauce babilónico, el Padre Nuestro que estás en los cielos (pero atiende en Roma), la harina de trigo asiático y de maíz centroamericano, el futbol anglosajón, la gallina castellana, el castellano peninsular, la numeración arábiga, el vino y la cerveza mesopotámicos, el cuarteto cordobés, la cumbia villera, el facebook global, la vaca holando, el perro híbrido, la coca (cola), el Samsung coreano, la oveja y alguna llama para la foto. Sus caciques (vocablo caribeño, a falta de título originario para sus mandamases) han aprendido a explotar un nicho ecológico fértil en la cultura democrática liberal de Occidente, árido o inexistente en las otras: jugarla de víctimas. Aunque se extendió por la zona durante unas pocas décadas (contra tres o cuatro siglos del español), el imperialismo incaico pasa por autóctono. En consecuencia, su idioma, el quechua, se vende bien. Pero, los quechua-parlantes originarios eran analfabetos. Para subsanar este inconveniente, los creativos del caso construyen identidad literaria mediante una ortografía profusa en letras que el español tiene a menos (K, Ñ, W, Y) y el agregado de la angloparlante ?SH?. Restaurantes, hoteles y negocios diversos, atraen la mirada con combinaciones de palabras como ?orko? y ?wasi? con otras de significado opaco e irrelevante. Lo que importa es que el lector experimente una auténtica vivencia andina impresa en marcas como Syacuñaki wasi, Pashajkra yacu, o así por el estilo, escritas con tipografía de ángulos agudos en un contexto de rombos, líneas zigzagueantes y cuadriculas colorinches. La letra chica (times new roman, arial o versalita, alfabeto romano, números arábigos) provee la información sustantiva sin indicios amerindios: hay jacuzzi, wi-fi, tv satelital, ¡pague dos, lleve tres!, desayuno incluido. Timbal de quinoa, salame de llama, gastronomías desconocidas en el valle hasta hace unos años, cuando los managers del turismo global intuyeron que debía revalorizarse o inventarse lo local?. Para atender esa necesidad imperiosa de anclaje, conservacionistas biológicos y conservadores culturales, postulan ideologías de la nostalgia. Suponen un pasado de referencia que debe preservarse o restaurarse, porque de alguna manera fue mejor. Puede argumentarse fácilmente a favor de la nobleza de esa estética; no tanto de sus posibilidades de éxito. Este libro no está orientado por moralejas, pero si tengo que elegir una es que parar el viento con la mano es rara vez eficaz, nos desalienta a aprovechar las bondades de la energía eólica y ocasionalmente es muy ridículo. En los escritos científicos hablan los datos, pero a veces nos tentamos de darle demasiada letra. En los literarios, hablan personajes que creemos propios, pero a veces escapan de nuestra tutela y cobran vida autónoma. No sé cuánto tiene este libro de científico y cuanto de literario, es posible que no se trate de formas completamente distintas de comunicar o de entender. En lo geográfico, los capítulos que siguen combinan la visión globalista con la provinciana. Desde mi infancia pasé tiempo caminando por los bosques de la interface natural-urbana de la sierra de San Javier, El Corte y Horco Molle; en las Yungas tucumanas. Especies invasoras como la mora, en naranjo amargo y el ligustro eran elementos ubicuos en ese paisaje cambiante y fugaz (como tantos); que luego estudié más profesionalmente como miembro del staff científico del Parque San Javier, el Laboratorio de Investigaciones Ecológicas de las Yungas y el Instituto de Ecología Regional, situados en la misma geografía. Inspirado en la perspectiva planetaria que da transitar la Puna, comencé a escribir el primer capítulo de la colección (El Burro) despegando del aeropuerto de Dubái, durante un viaje interminable entre Tucumán y Taipéi para una reunión del Global Land Programme. Es más que probable que el ámbito cosmopolita de este hub y del GLP haya contribuido a hacerme pensar en el tema de la globalización ecológica con especial atención. En lo académico, hay en estos escritos resabios de mis formaciones como agrónomo, geógrafo y ecólogo de plantas. También, de mi atracción informal por la historia, la geopolítica y la literatura. En sus líneas puede encontrarse reconocimientos bastante explícitos a Jorge Luis Borges, Edward Wilson, Teresa Piossek o Tom Standage; y menos explícitos a otros, en cuyas letras aprendí a disfrutar de ver el mundo. Puede que alguna línea esconda un velado y relativamente involuntario plagio al mismo Borges, a Milan Kundera, Roberto Fontanarrosa, Steven Pinker, Samuel Schkolnik, James Nielson, Charles Mann, Jorge Estrella o los anónimos periodista de The Economist. Como sea, quiero agradecerles por haber hecho mi mundo más rico, lo que espero se refleje en las páginas que siguen.Los capítulos de este libro fueron inicialmente escritos como notas independientes para Le Chasquier, la gacetilla de comunicación interna del Instituto de Ecología Regional, editada por mi hermano Alfredo: sus ediciones tempranas y sugerencias mejoraron las primeras versiones, y las ilustraron con fotos apropiadas. La receptividad e interés de mis colegas ecólogos con visión desprejuiciada motorizaron esta empresa. Varios de esos lectores tempranos realizaron aportes críticos y, más importantes aún, manifestaron su agrado por leer, contribuyendo así a dar impulso y continuidad a la iniciativa. El inventario de especies invasoras que aquí se presenta es incompleto, pero bastante representativo. Lo mismo puede decirse del inventario de amigos que el lector encontrará como personajes secundarios e involuntarios de estas páginas.