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Conocimos a Sabrina cuando la pandemia del Covid-19daba sus primeros pasos. Ella es una mujer transgénero queen el año 2006 salió del Perú, cuando el maltrato familiar sele tornó insoportable. Pidió dinero prestado, tomó un autobús y llegó a Buenos Aires con lo puesto. Sabrina tenía cédulaperuana pero no pasaporte, por lo que ingresó a la Argentinapor un paso no habilitado. Pronto conocería las consecuencias de ese acto y los múltiples rostros del control migratorio. De diversas maneras comprendería que las condicionesparticulares de los movimientos migratorios de la poblacióntransgénero no son consideradas por la legislación argentina y que, en ocasiones, su vida parecía valer menos que unDocumento Nacional de Identidad (DNI). Su historia tienemúltiples similitudes con las de otras mujeres transgéneromigrantes, y permite evidenciar la estigmatización y discriminación que vivencian.Recientemente, y gracias a la lucha de este colectivo, selograron avances puntuales de tipo formal, como la sanción de la Ley Nº 26.743/2012 de Identidad de Género, laLey Nº 27.636/2021 de Promoción del Acceso al EmpleoFormal para Personas Travestis, Transexuales y Transgénero, y el Decreto 476/21, que modifica las nomenclaturas de los sistemas de registro e identificación de identidades más allá de las categorías binarias de género. Sin embargo, en general las legislaciones y las institucionesestán teñidas de una hetero-cis-normatividad que nocontempla la dimensión migratoria, de manera que lasmigrantes transgénero permanecen, en general, por fuera de las políticas de inclusión social, de regularizaciónmigratoria y laboral; están, en conclusión, excluidas delmundo de los derechos. No sorprende, entonces, que suscondiciones históricas de vulnerabilidad extrema se hayan profundizado en el contexto de la pandemia.

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