INVESTIGADORES
HOCSMAN Salomon
congresos y reuniones científicas
Título:
Conservación preventiva durante la excavación: Cueva El Portillo (El Aguilar, Jujuy) como caso
Autor/es:
ANDRADA, CARMEN DEL VALLE; HOCSMAN, SALOMÓN; GERÓNIMO, ALDO AGUSTÍN
Lugar:
Horco Molle (Tucumán)
Reunión:
Jornada; X Jornadas de Comunicaciones Científicas de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo (Universidad Nacional de Tucumán); 2011
Institución organizadora:
Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo (Universidad Nacional de Tucumán)
Resumen:
En este trabajo se exponen las estrategias de manejo implementadas durante la excavación arqueológica del sitio Cueva El Portillo (El Aguilar, Puna de Jujuy), con el objeto de disminuir el impacto provocado por el equipo de trabajo. El sitio es un alero rocoso conformado por 3 grandes bloques adosados a un farallón de arenisca. Cuenta con un recinto de paredes bajas y con pinturas rupestres (Fernández 1997). En el año 2010 se realizaron excavaciones sistemáticas contra la pared del alero que llevaron al descubrimiento en el sector de mayor reparo de una camada de paja de importantes dimensiones, asociada a un fogón playo y a áreas de tirada de carbones y ceniza y a un basural adosado, entre otros múltiples restos arqueológicos. El conjunto de artefactos, ecofactos y estructuras de origen orgánico se presentaba en un excelente estado de conservación al momento de la excavación, relacionado, por un lado, con las condiciones ambientales de extrema sequedad típicas de los desiertos de altura, como es el caso que aquí compete y, por el otro lado, con las características particulares del alero rocoso que favorecieron la conservación en un sector del mismo. Todo esto, en conjunto, dio lugar al hallazgo de una gran variedad de materiales arqueológicos: artefactos líticos, fragmentos de piezas cerámicas, muestras minerales, fragmentos de textiles, artefactos de madera, restos faunísticos, restos de cultígenos, fragmentos de recipientes de cucurbitáceas, gramíneas en forma de camada de paja, restos vegetales carbonizados, entre otros. Esto derivó en la necesidad de implementar diferentes estrategias de manejo en función de la materialidad considerada. De esta forma, se pusieron en práctica medidas generales de conservación preventiva, por un lado, en el momento de la extracción, para evitar el cambio brusco de temperatura y humedad relativa, se dispuso un espacio cubierto cerca del sector de excavación (una carpa como laboratorio de campo) donde se acondicionaban los materiales y, por otro lado, diversas formas de embalaje provisorios de acuerdo a la naturaleza de los materiales para reducir el impacto del traslado de los restos y mantener la estabilidad de los mismos. Así, las evidencias recuperadas se acondicionaron utilizando diferentes embalajes según su materialidad y estado de fragilidad; para ello, se utilizaron tubos Eppendorff en caso de materiales pequeños y frágiles (pigmentos, cuentas, restos vegetales, etc.), bolsas de polietileno de diferentes tamaños (doble en el caso de los tiestos cerámicos, y de muestras específicas como de estructuras de combustión, y perforadas para su mejor aireación en los restos óseos faunísticos), papel aluminio (en restos óseos formatizados, cordeles de fibra vegetal y restos vegetales), contenedores plásticos y papel libre de acido en los restos de mayor tamaño pero muy frágiles, como también así se realizaron in-situ cajas contenedoras a medida. En el caso de la camada de paja se utilizo un soporte rígido confeccionado en cartón revestido en polietileno. Durante la etapa de extracción de la misma se la fue separando con sumo cuidado del sedimento subyacente y deslizando hacia el soporte, Luego para su traslado, se utilizo un embalaje provisorio que consistió en envolver todo el material con nylon negro. Ahora bien, con el objeto de aminorar los efectos del pisoteo de la gente excavando sobre los materiales y asociaciones arqueológicas en superficie y subsuperficie, se definieron áreas de circulación específicas en función de los sectores a ser excavados y de las actividades complementarias a la excavación, de modo de restringir la circulación en el sitio (Seguel 2001). De esta forma, la caminería direccionaba el tránsito desde la excavación en sí a las áreas de zaranda, de laboratorio de campo y de disposición de elementos personales, y viceversa. Otras acciones de conservación implicaron: 1) definir un área de zaranda establecida en un sector donde no había evidencias culturales en superficie, en la que se dispuso un plástico de alta densidad a fin de que los sedimentos desechados se vaciaran sobre la misma (Seguel 2001); 2) el cierre del área excavada por medio de la delimitación de la totalidad de la superficie con un textil, específicamente media sombra cubriendo luego a la misma con sedimentos (Mora 1984, Ladrón de Guevara y Alt 1984, Gaete et al 2001), los cuales se colocaron en bolsas de arpillera para facilitar su retiro, fin de segregar el área que fue intervenida subsuperficialmente, 3) realizar un estudio del estado de conservación del arte rupestre del panel suprayacente al área excavada y establecer acciones para evitar su deterioro durante el trabajo de excavación.