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Como en el caso del espíritu teórico, la esencia de la actividad de la voluntad es el pensar como actividad general que deviene para sí y se manifiesta como tal en el acto final del pensar que comprende. El pensar que comprende -el silogismo- revela de este modo la verdadera naturaleza de todos los actos del espíritu en cuanto tal, tanto de los ya recorridos, es decir, de los teóricos, como de los que aparecerán después, es decir, de los de la voluntad. Pero el pensar que comprende tiene esta capacidad tan sólo si es considerado como actividad puramente formal. Como versión aplicada de esta actividad sobre la determinación que aparece primero como ajena, esto es, como objeto, el pensar que comprende es la posición misma de esa determinación como una autodeterminación. Esta posición genera la autodeterminación como contenido del espíritu práctico. De este modo, cuando en la filosofía del espíritu de Hegel la voluntad parte del pensar que comprende para llegar al final de su proceso de nuevo al pensar que comprende, no estamos propiamente ante la contradicción de una evolución involutiva. En el primer caso se trata de la absoluta negatividad del pensar cristalizada en un acto inmediato de autodeterminación como contenido del espíritu como forma activa; y en el segundo caso se trata de la absoluta negatividad del pensar como acto final de mediación de ese contenido en esta forma, esto es, de la mediación de la forma consigo misma como contenido. El espíritu humano parte de un nivel del pensar para -elevarse- a otro nivel, que, en rigor, no es sino el pensar mismo; contenido y forma son al final del camino la misma actividad del espíritu: en un caso, como contenido inmediato; en el otro, como actividad autoconsciente. Esta actividad circular -el pensar que se piensa, el pensamiento del pensamiento- es lo que para Hegel define como tal al espíritu humano.

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