INVESTIGADORES
MATTONI Silvio Luis
artículos
Título:
El exceso sublime del yo
Autor/es:
MATTONI, SILVIO
Revista:
El banquete, revista de literatura
Editorial:
Alción editora
Referencias:
Lugar: Córdoba; Año: 2008 p. 35 - 42
ISSN:
1666-2709
Resumen:
De alguna manera, desde su invención como concepto aplicable al arte o a la poesía, la idea de lo sublime se relacionó con una especie de exceso. Se trataba de obras o momentos de obras cuya intensidad conducía a una comparación con lo que más impresiona en la naturaleza. Así, Longino bautizó su tratado sobre lo insuperable en el arte retórica o la poesía con el nombre de Peri hipsoús, ?sobre lo más alto?, acerca de las ?cumbres? literarias[1]. Esas alturas, traducidas al latín como ?sublimes?, propiamente ?cosas que están en el aire, que flotan arriba?, afectarían muchos siglos después a sensibilidades como la de Burke, que vincularía esa elevación con el espanto, el horror ante lo inconcebible[2]. Pero como sabemos, fue Kant quien realizó un mapa riguroso de las zonas que se adscribirían, por un lado, a la simple admiración de las cosas bellas y, por otro lado, al placer negativo de la imaginación que admite su derrota frente a lo irrepresentable. La cosa bella era una forma que se realiza en sí misma, o que al menos es juzgada como algo sin otra finalidad y cuya existencia no satisface una necesidad del sujeto que la juzga bella. En Kant, lo bello es ajeno al terror, se da en escenas apacibles, lugares amenos; existe en la naturaleza cuando se perciben sus límites claramente, cuando se vuelve un cuadro, y en los cuadros, melodías o construcciones cuyas cualidades formales inspiran un placer que no va acompañado de intereses prácticos ni de nociones de utilidad. [1] Cf. Longino, Sobre lo sublime, Gredos, Madrid, 1979. [2] Cf. Burke, Edmund, De lo sublime y de lo bello, Altaya, Barcelona, 1998. En particular, ?Parte II: De la pasión causada por lo sublime?, que contiene al comienzo las secciones tituladas ?El temor?, ?La oscuridad?, y que culmina con las fantasmagorías finales de ?El sonido y el ruido?, ?La brusquedad?, ?La intermisión?, ?Los gritos de los animales? (pp. 42-64).